viernes, 26 de diciembre de 2008

La misión ad gentes en el carisma de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús

SIGLAS

AG = Ad Gentes
DA = Documento de Aparecida
DC = Documentos Capitulares de MCCJ
DP = Documento de Puebla
CAM III = Congreso Americano Misionero
COMLA VIII = Congreso Misionero Latinoamericano
E = Escritos de san Daniel Comboni
EN = Evangelii Nuntiandi
LG = Lumen Gentium
MCCJ = Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús
RM = Redemptoris Missio
RV = Regla de Vida de MCCJ

INTRODUCCIÓN

En el presente trabajo no pretendemos otra cosa que exponer la misión ad gentes en el carisma de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús (MCCJ). No tenemos más motivo que el de revalorar la actividad misionera confiada por Cristo a la Iglesia, actividad que, por cierto, aún está lejos de cumplirse (RM 1), y el de presentar la misión original del Instituto Comboniano, que como carisma específico le fue heredado por su fundador san Daniel Comboni, para dejar en claro cómo la misión ad gentes es impostergable y nos mueve a ir más allá de nuestra fronteras: hacia los no cristianos.
Simultáneamente este trabajo busca ser una provocación para nuestras Iglesias, especialmente de América Latina, para que revitalicen la misión ad gentes ante un cierto encapsulamiento en el cual paulatinamente han ido cayendo dada la amplitud que ha adquirido el concepto misión, que ahora significa no necesariamente ir más allá de nuestras fronteras sino que puede también significar el compromiso en el propio ambiente. De esta misma idea es Benedicto XVI cuando dice que el campo de la misión se ha ampliado tanto que ya no puede considerarse solo desde lo geográfico y lo jurídico, también incluye lo sociocultural y los corazones de las personas. (Discurso a los miembros del consejo Superior de las Obras Misionales Pontificias, 5 de mayo de 2007). Sin embargo, motivadoras son las palabras de Aparecida cuando dice que, para no encerrarnos en nosotros mismos –riesgo que puede acontecer por haberse ampliado el concepto misión-, debemos estar dispuestos a formarnos como misioneros dispuestos a salir hacia aquellas realidades donde Cristo aún no es conocido y la Iglesia no está presente (Cf. DA 376).
Por su parte, los MCCJ son un instituto dedicado a la misión ad gentes, anuncian el evangelio y forman la Iglesia en aquellos pueblos aún no alcanzados por el cristianismo o en donde falta acompañamiento para el refuerzo de la fe cristiana. Para ellos, misión significa salir, ser enviados, iluminar aquellas realidades aun no tocadas por el evangelio, lo que modernamente se le denomina en el Instituto como Nigricia. Su labor no es tanto sostener estructuras pastorales cuanto crearlas y, llegado el momento de su madurez, confiarlas a otras fuerzas eclesiales, generalmente a la diócesis local o autóctona.
Aquellos pueblos a donde son enviados los MCCJ guardan la peculiaridad de ser pobres y abandonados, excluidos por un sistema imperante a nivel mundial que pone obstáculos a su desarrollo; pero, la pobreza de estos pueblos también es vista desde el punto de vista de la fe, como veía Comboni, porque aún no han conocido el mensaje del evangelio para iniciar su proceso de liberación, justicia y paz. Por lo tanto, son pueblos donde la Iglesia, signo del reino, está ausente o aún hace falta reforzarla hasta su autosuficiencia.
Esta obra consta de cuatro capítulos. El primero de ellos trata sobre la naturaleza misionera de la Iglesia. Daremos a conocer los fundamentos teológicos de la misión y en qué consiste el concepto de misión. Luego, hablaremos de la misión de la Iglesia universal en su connotación ad gentes.
El segundo capítulo versa sobre el surgimiento del carisma comboniano al servicio de la misión de la Iglesia. Conoceremos grosso modo la vocación de Comboni con quien nace un determinado carisma misionero. Su vida y su vocación nos internarán en el contexto que le tocó vivir en el s. XIX: el colonialismo de las potencias europeas y el auge misionero de la Iglesia.
El tercer capítulo presenta un Comboni misionero maduro que, después de sus primeras experiencias misioneras en África, intuye su Plan para la regeneración de África: salvar África con África. Veremos cómo su Plan nace, según Comboni, por inspiración divina; también veremos los puntos sobresalientes de este Plan, y de qué manera dicho Plan llevó a nuestro santo misionero a emprender una cruzada de animación misionera por toda Europa con el fin de ganar adeptos y recursos para la causa africana.
El cuarto y último capítulo da a conocer la misión específica de los MCCJ bajo un tinte pastoral, porque focalizará el campo de acción pastoral en que el Instituto Comboniano lleva a cabo su misión. Conoceremos los destinatarios de la misión ad gentes comboniana: los más pobres, específicamente aquellos que aún desconocen el evangelio y la fe en Jesucristo, lo cual agrava todavía más su condición.
Se nos dará cuenta cómo el carácter de provisionalidad de la misión comboniana es un elemento intrínseco al carisma que abre al Instituto a ir hacia sitios o situaciones aún no alcanzados por el cristianismo y que urgen de la presencia comboniana. Finalmente, veremos de qué manera los MCCJ se mantienen fieles al carisma de Comboni estando detrás de la Nigricia, es decir, de los pueblos esparcidos por todo el mundo que comparten los mismos elementos de pobreza y abandono que Comboni en su tiempo vio y atendió en África.
No estaría de más recordar que todavía son tres cuartas partes de la población mundial que no conocen a Cristo. Razón suficiente para decir que, en cuanto a la misión ad gentes, después de 2000 años, aún hay mucho por hacer y que la mies es mucha y pocos son los operarios (Cfr. Lc 10,2). Es por ello que también nos vemos motivados a hacernos eco de aquellas palabras con las que Cristo envió a sus discípulos a anunciar el reino hasta los confines del mundo:
Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes (Mt 28,19-20).


CAPÍTULO I

LA NATURALEZA DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA

Por su misma naturaleza la Iglesia es misionera (AG 2), naturaleza que encuentra justificación en la Santísima Trinidad. En efecto, “la naturaleza misionera de la Iglesia no comienza, por decirlo así, con la existencia de la Iglesia misma, sino que hunde sus raíces, desde toda la eternidad, en el misterio de Dios uno y trino”[1]. Sin embargo, la misión, en cuanto su ejercicio, es tan antigua como la Iglesia misma[2]. Ambas entraron en la escena de la historia simultáneamente, pues es connatural a la Iglesia el ser misionera.

1. Fundamentos teológicos de la misión.

a) El Padre, origen de la misión.

La misión es proyecto del amor del Padre, quien para llevarla a cabo se vale de las siguientes mediaciones: del Hijo y del Espíritu Santo, en primer lugar, y de la Iglesia, en segundo lugar.[3] Por ello el Concilio Vaticano II se remontó hasta el Padre para justificar en su proyecto salvífico la misión de Cristo, del Espíritu y de la Iglesia (AG 2; LG 2,3).
La misión, como designio salvífico, nos dice el Concilio, no encuentra otra fuente que el amor fontal o caridad de Dios Padre, quien ha querido hacer partícipes a los hombres de su vida divina: “creándonos libremente por un acto de su excesiva y misericordiosa benignidad y llamándonos, además, a participar en Él en la vida y en la gloria” (AG 2). El Padre es, pues, principio y fin de la misión:
Todo comienza y acaba con el Padre. Todo continúa igualmente bajo la acción ininterrumpida del Padre. Dentro del misterio trinitario el Padre es el principio del cual todo procede y el término en el que deviene todo y se corona la unidad. En la revelación el primero que se ha manifestado es el Padre.[4]

b) Cristo, primer misionero.

El Hijo eterno es el mediador por antonomasia en la Trinidad toda vez que por Él se hace la primera comunicación de la vida del Padre en el ámbito trinitario, y por su encarnación, constituido cabeza de la humanidad, se comunica a los hombres.[5] El Concilio ha afirmado:
Cristo fue enviado al mundo como verdadero mediador entre Dios y los hombres. Por ser Dios, había en Él toda la plenitud de la divinidad (Col 2,9); según su naturaleza humana, nuevo Adán, es constituido cabeza de la humanidad regenerada, lleno de gracia y de verdad (Jn 1,14) (AG 3).
Su vida (Lc 24,19;Jn 5,36), su predicación (Mt 4,17) y su misterio pascual (Mt 16,21) son el marco espléndido que permite a Cristo llevar a cabo su misión. Pero, no fue sino mediante su muerte redentora cómo concretó el designio salvífico del Padre, destruyendo en su propia carne el pecado (Rom 8,3-4) y haciendo brotar en los hombres la nueva vida de hijos de Dios mediante la acción del Espíritu Santo[6] (Rom 8,14-17; Gál 4,4-6).
No está demás poner en claro que Jesús actuaba no por impulso propio en su actividad misionera, sino movido bajo la acción del Espíritu Santo. El Concilio ha reconocido que el Espíritu Santo constituyó a Cristo en el misionero por antonomasia y que fue siempre su constante motor y animador:
De sí mismo dijo Cristo, a quien el Padre santificó y envió al mundo (Jn 10,36): “El Espíritu del Señor está sobre mí, por ello me ungió y me envió a evangelizar a los pobres, a sanar a los contritos de corazón, a predicar a los cautivos la libertad y a los ciegos la recuperación de la vista” (Lc 4,18) (AG 3).

c) La misión del Espíritu Santo.

Turri dice que la misión del Espíritu Santo consiste en actualizar en los hombres el misterio pascual de Cristo.[7] En efecto, él es otro paráclito que el Padre ha enviado tras la partida de Jesús y que ha puesto en marcha el nuevo pueblo con su dinamismo misionero porque es principio vivificador y animador de la Iglesia. Para San Pablo, el Espíritu Santo es la comunión del Padre y del Hijo, y del Padre y del Hijo con todos los hombres (2Cor 13,13). Por el Espíritu Santo, el amor del Padre inunda a todos los hombres (Rom 5,5) y los constituye en hijos suyos (Rom 8,14) y les otorga la redención y la santificación (1 Cor 6,1).
Aquí también cabría decir que entre la misión de Cristo y la del Espíritu Santo hay una relación muy estrecha de origen, contenido y finalidad, en cuanto que ambas tienen por fuente el amor fontalis de Dios Padre, y se realizan bajo un mismo plan compartiendo un mismo fin, que consiste en hacer a los hombres partícipes de la vida divina[8] (AG 2).

d) La misión de la Iglesia.

La misión de la Iglesia no puede ser otra cosa que la llevada a cabo por Cristo y el Espíritu Santo: la realización del designio salvífico del Padre llamando hacia sí a todos los hombres. El decreto Ad Gentes no cesa de recordar que, como Cristo fue enviado por el Padre, así Él también envía la Iglesia, a la que otorga su propio Espíritu de parte del Padre, en orden a llevar a cabo su misión.[9]
Al afirmar que la Iglesia es misionera por naturaleza, el Concilio no solo busca señalar que el fin de la evangelización es hacer partícipes a los hombres de la vida trinitaria, sino indicar los medios por los cuales obra la salvación: la predicación y los sacramentos.[10]

2. El concepto de misión.

Acerca del concepto misión, Turri nos quiere decir que es el acto por el cual la Iglesia está llamada a manifestar la vida de comunión existente entre las personas divinas de la Trinidad:
La misión es la irradiación y expansión entre los hombres de la misma vida de comunión que constituye el misterio original de la Santísima Trinidad. La Iglesia viene a ser una proyección hacia fuera en el tiempo y en espacio de las relaciones mediante las que constituye la comunidad divina de Dios uno y trino[11].

Müller, por su parte, nos ofrece dos definiciones clásicas de los teólogos Warneck y Schmidlin[12]. Para el primero, misión es toda actividad del mundo cristiano encaminada a plantar y organizar la Iglesia entre los no cristianos. Para el segundo, misión es la que se lleva a cabo entre los no cristianos, es decir, entre quienes viven excluidos de la fe y la religión cristiana. Estas ideas de algún modo influirán en el Vaticano II, que destacará en la obra misionera el anuncio del evangelio y, previa conversión de los oyentes, la constitución de la iglesia local autosuficiente.
El concepto de misión a lo largo de la historia de la Iglesia ha ido adquiriendo distintos matices que le dan, por una parte, variedad y riqueza, y por otra, sospecha y recelo por haber servido de pretexto a la colonización[13]. Es por ello que misión es un concepto rico, apasionado y conflictivo. Tan solo por ver otros matices veamos cómo Izco nos presenta una recopilación de definiciones actuales en un sentido amplio del concepto misión[14]. Nótese que destaca más la comunión y participación que la labor del anuncio e implantación de la Iglesia entre los no cristianos, labor que, por cierto, entre los MCCJ no va en contradicción con las definiciones que aquí presenta:
Misión es dar testimonio con obras y palabras, mediante la fuerza del Espíritu, del amor de Dios Padre y de la abundancia de la vida que nos ha regalado en su Hijo Jesús.
Misión es no precisamente tratar de expandir la Iglesia y crear un puesto para “nuestro” Cristo en todo el mundo, sino reconocer la presencia de Cristo entre los marginados y humillados de la tierra.
Misión es proclamar la Buena Noticia del reino de Dios, es decir, promover la justicia, la paz, el amor, la compasión, la igualdad y fraternidad en la realidad concreta de cada pueblo; es hacer realidad el reino; es hacerse compañero de viaje y proclamar a Cristo mediante el diálogo y los signos del reino; es cooperar con la acción de Dios al servicio de la justicia y de la paz.
Misión es el esfuerzo de la Iglesia por inculturar el evangelio en un contexto socio-cultural de modo que las gentes puedan crecer siguiendo todos los valores propios de ese entorno en la medida en que éstos son compatibles con el evangelio.
Decíamos que el concepto misión además de ser rico y apasionado, como acabamos de ver en las definiciones, es también conflictivo. En efecto, la historia es testigo de que el concepto se ha contaminado en empresas de conquistas, cruzadas, imperios y comercios que arrastran consigo traumas difíciles de borrar. Por eso, algunos o lo arrinconaron o le buscaron sustitutos. Pablo VI en Evangelii Nuntiandi prescinde casi totalmente del concepto misión por el de evangelización, pero quince años después Juan Pablo II rescata el concepto en Redemtoris Missio.[15] Izco nos da las razones de este retorno al concepto de misión:
Dos parecen ser las razones para no desterrar la palabra misión a pesar de sus taras congénitas. Una, lo arraigado de su uso. Y otra, la dificultad de encontrarle un sustituto adecuado... La palabra misión nos abre a horizontes que nos resultan iluminadores y que con la palabra evangelización apenas quedan evocados.[16]

3. La misión ad gentes.

El Concilio no ofrece definición más clara de misión ad gentes que la siguiente:
Las empresas concretas con las que los heraldos del evangelio enviados por la Iglesia cumplen, yendo por todo el mundo, el deber de predicar el evangelio e implantar la Iglesia entre los pueblos o grupos humanos que todavía no creen en Cristo, reciben comúnmente el nombre de misiones, las cuales se llevan a cabo por medio de la actividad misionera (AG 6).

Son dos los puntos característicos en la definición conciliar: la predicación del evangelio y la implantación de la Iglesia en aquellos grupos aún no alcanzados por el cristianismo. Estos y otros puntos a continuación trataremos en el análisis de la misión ad gentes atendiendo a su naturaleza, sus destinatarios, su finalidad y su metodología[17].
+ Naturaleza. En sentido específico, es la actividad misionera de la Iglesia (RM 2.34; AG 2). Es el primero y principal servicio que la Iglesia debe prestar a cada hombre y a la humanidad entera. Se trata de una actividad primaria de la Iglesia, esencial y nunca concluida (RM 31). Esta es la responsabilidad que Jesucristo ha confiado a su Iglesia y que a diario le confirma (AG 5; Mt 28,18-20). Es inherente a la Iglesia, cuya misión tiene origen en la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre (AG 2).
+ Destinatarios. Son aquellos pueblos y grupos humanos que aún no conocen a Cristo, entre los cuales la Iglesia no ha arraigado todavía (RM 34; AG 6.23.27) y cuya cultura no ha sido influenciada todavía por el evangelio (RM 34; EN 18-20).
+ Finalidad. Podríamos señalar tres elementos que sintetizan el fin de la misión ad gentes: evangelización (el anuncio del evangelio a los no cristianos), implantación de la Iglesia (erección de una iglesia local autosuficiente) e inculturación (la inserción del evangelio en la cultura receptora promoviendo los valores del reino).
+ Metodología. Son dos puntos que, como etapas a seguir, destacan como método de la misión ad gentes: predicación del evangelio e implantación de la Iglesia.
La predicación del evangelio no es sino el acto por el cual la Iglesia, movida por el Espíritu Santo, anuncia la salvación obrada en Jesucristo. Para Pablo VI, evangelizar es llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar y renovar desde dentro la misma humanidad (Cf. EN 18). El anuncio es y será siempre prioridad permanente (RM 44), no por nada dirá San Pablo “¡Ay de mí si no evangelizo!” (1 Co 9,16); además, la fe nace del anuncio y la escucha de la Palabra (Cf. Rm 10,17). Sin embargo, el anuncio sin el testimonio haría de la evangelización algo incompleto, por ello dirá Pablo VI: “ El testimonio de una vida auténticamente cristiana es el primer medio de evangelización. El hombre contemporáneo escucha con más agrado a los testigos que a los maestros” (EN 41; Cf. RM 42).
La implantación de la Iglesia, por su parte, se ve justificada en tanto que la Iglesia sabe que es sacramento universal de salvación (LG 48) y sabe que Cristo mismo la fundó como necesaria para incorporar a ella a todos los hombres y hacerlos partícipes de su obra redentora (AG 7). Por ello, la Iglesia tiene el imperioso deber de hacer presencia y arraigar en los ambientes donde aún no existe hasta lograr suficiente estabilidad y firmeza. El Decreto Ad Gentes dirá que:
La obra de plantación de la Iglesia en un determinado grupo humano consigue su objetivo cuando la congregación de los fieles, arraigada ya en la vida social y conformada de alguna manera a la cultura del ambiente, disfruta de cierta estabilidad y firmeza... y está provista de los ministerios e instituciones necesarias para vivir y dilatar la vida del pueblo de Dios bajo la guía del obispo propio (AG 19).

CAPÍTULO II

UN CARISMA AL SERVICIO DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA

En la Iglesia, Dios ha hecho surgir determinados carismas (Cfr. 1Co 12,27-30) a través de personas específicas. Es el caso de San Daniel Comboni, fundador de dos institutos misioneros (uno masculino y otro femenino) durante la segunda mitad del s. XIX y que llegó a ser obispo de África Central.

1. La vocación de San Daniel Comboni.

El carisma de los MCCJ no tiene otra fuente viva y concreta sino la persona misma de Comboni.[18] Es por ello que, para entender el carisma comboniano, habrá que remitirse a la vocación de este santo misionero: Comboni[19], quien nació el 15 de marzo de 1831 en Limone Sul Garda (Brescia), provincia que pertenecía al imperio austríaco. Su vocación misionera presenta cuatro momentos[20]. Primero: la decisión definitiva que lo liga para siempre a las misiones de África (1857). Segundo: la elaboración del Plan misionero para la evangelización de África (1864). Tercero: la fundación de los institutos misioneros (1867). Cuarto: obispo del Vicariato del África Central (1872-1881).
Comboni tenía fundada su decisión para consagrarse a las misiones del África en el recogimiento de la oración y en el consejo de Dios y de los hombres. Su director espiritual le aseguraba que su vocación misionera para el África era de las más claras que jamás había visto.[21] Con el espíritu animoso estaba decidido partir hacia el África (Cf. Escritos de Comboni 13; 6886).[22]
La elaboración de su Plan misionero para la regeneración del África, luego de sus primeras experiencias misioneras, lo llevará a una especie de cruzada de animación misionera por toda Europa buscando atraer para la causa africana tanto a fuerzas eclesiales como a personalidades de la sociedad civil.[23]
Con la fundación de los institutos misioneros busca la evangelización mediante una sólida formación de sus miembros. Una de las reglas del Instituto de las Misiones para la Nigricia dice:
El objeto de este Instituto... es el cumplimiento del mandato dirigido por Cristo a sus discípulos de predicar el evangelio a todas las gentes... y tiene como finalidad específica la regeneración de los pueblos negros, que son los más necesitados y abandonados del universo (E 2647).

Los últimos nueve años de su vida los dedicará al África central ahora en calidad de obispo de la misión más extensa del mundo. Su entera disponibilidad por la causa africana destaca con claridad en su primer discurso pronunciado en Jartum, Sudán, con ocasión de su entrada como Provicario Apostólico del África Central[24]:
El primer amor de mi juventud fue para esta África... Regreso entre ustedes para no dejar nunca de ser de ustedes y para estar consagrado para siempre a su mayor bien... Su bien será el mío, sus penas también serán las mías. Yo acepto hacer causa común con cada uno de ustedes, y el más feliz de mis días será aquel en que pueda dar mi vida por ustedes (E 3156-3159).

2. El contexto colonialista del siglo XIX.

No podemos quedar ajenos al ambiente colonialista europeo en que vivió Comboni, del cual no buscó sacar provecho. Él mantuvo un carisma propio de entender la misión sin necesidad de ningún interés extraeclesial que no fuera la regeneración de África.
Sobresalen dos grandes factores que, en torno al África, muchas veces estuvieron muy ligados entre sí: el auge misionero, y el colonialismo europeo. Gilli anota cómo una de las causas del renacer misionero fueron las relaciones entre Europa y África. Es decir, la misión como efecto de las relaciones europeo-africanas:
Entre las causas que motivaron el resurgimiento misionero del s. XIX destacan particularmente las relaciones entre Europa y África establecidas por los exploradores, los comerciantes y los políticos, en este mismo orden de sucesión.[25]

Baur, en cambio, dirá que la empresa misionera existía desde antes del repunte de la actividad colonizadora, es decir, no ve relación causa-efecto, pero sí aclara –y quizás sea en lo que está de acuerdo con Gilli- que el colonialismo dará lugar a empresas misioneras, allanando el camino a los misioneros:
Del colonialismo podemos decir que fue un factor concomitante más que iniciador de la empresa misionera, puesto que la actividad misionera ya llevaba recorrido un buen camino cuando empezó la ocupación colonial de África. Sin embargo, generó también interés misionero, sobre todo en países que adquirieron sus primeras posesiones de ultramar por aquel tiempo, como Alemania y Bélgica. Los imperios coloniales prepararon el terreno en el que se establecieron la mayoría de las iglesias cristianas.[26]

Tres son las etapas que Gilli distingue en la síntesis de las relaciones europeo-africanas: exploración de los pueblos de África, obtención de sus productos y reparto colonial,[27] el cual fue sancionado en el Congreso de Berlín en 1885.[28] La parte activa y procolonialista la llevará acabo Europa de modo siempre unilateral.
En este encuentro de dos culturas, Europa se reafirmó en su superioridad en todos los campos, y el de la religión no quedará exento. Romanato nos da el testimonio de un misionero que, habiendo vuelto del África, dice que los africanos le parecen una turba de infelices que gimen bajo el tiránico yugo del demonio y solo esperan ansiosos ser llevados a nuestra santa religión.[29] En efecto, los africanos gemían, pero, sobre todo, por la esclavitud a la cual eran sometidos por europeos en complicidad con los árabes. Para Romanato “la presencia de la esclavitud fue el argumento más utilizado para justificar la necesidad de la intervención moralizadora y civilizadora de Europa”.[30]
Europa, hacia el s. XIX, consideraba haber alcanzado, como ningún otro pueblo, el culmen de la civilización. Se veía a sí misma como un pueblo privilegiado y culto, por lo que no veía en los demás pueblos nada que no fuera salvajismo y barbarie:[31]
Europa establece el único criterio de cultura y civilización válido: el suyo. Un pueblo será culto y civilizado en la medida en que asimile el patrón europeo de cultura y civilización.[32]

La colonización y la evangelización, ambas venidas de Europa, ¿cómo no pensar que pudieran entremezclarse y justificar una la presencia de la otra? De hecho, ocurrió, y los resultados son efecto de esta adulteración. Por eso, dice bien Gilli:
Cuando la mística de la conquista predomina sobre la acción misionera, las misiones fácilmente se convierten en fuente de poder, incluso político. Se confunde el reino de Dios con los reinos de esta tierra, la evangelización con la culturización y la colonización. Este sería el error cometido en aquellos lugares donde los condicionamientos metropolitanos, como el caso de Portugal, Bélgica, Francia e Inglaterra, se sintieron con mayor fuerza.[33]

Los misioneros procuran el progreso social y la promoción humana, pero su unión con los regímenes condicionaba su obra.[34] Comboni, por su parte, libremente luchó contra la concepción colonial de la misión[35] y señaló la esclavitud como vergüenza para la humanidad que hace oro de la sangre humana por el crudo interés (Cf. E 4559). Con ello, toma distancia de un modo paternalista y dominante de concebir la misión.

3. El auge misionero de la Iglesia en el siglo XIX.

El s. XIX presenta una clara reacción al antiguo régimen. La Iglesia había dejado de ser lo que en otro tiempo fue: fuerza y guía de la civilización europea. Nuevas fuerzas van surgiendo al margen de la Iglesia, y, a veces, contra ella, y que, además, pretenden ser conductoras del nuevo orden moderno. No obstante, este siglo será muy rico en manifestaciones eclesiales, y el boom del movimiento misionero será un claro ejemplo de ello. África se alzará como el espacio por excelencia donde los misioneros harán uso de toda su creatividad en la tarea evangelizadora. Gilli, al respecto dice:
La actividad misionera de la Iglesia se dirige, sobre todo en este tiempo, hacia un nuevo campo de trabajo hasta ahora prácticamente abandonado: África. Este nuevo impulso misionero dentro de la Iglesia coincide con una nueva etapa de la actividad misionera en ella, y hará historia dentro de la misma cambiando métodos evangelizadores, estilos de presencia de los misioneros y dando lugar al nacimiento de nuevas formas de evangelizar.[36]

Entre las nuevas formas de evangelización destacan las siguientes: [37]
La edificación de iglesias, y no solo salvar almas. Se buscó la conversión de regiones enteras y se levantaron centros de evangelización que fueron encomendados a catequistas.
La conversión de África por los propios africanos. Tanto protestantes como católicos se preocuparon por la preparación de agentes de evangelización locales, para pasar luego a la ordenación de ministros y culminar con una Iglesia autosuficiente.
La valorización de la cultura africana. Muchos misioneros estaban ansiosos de aprender lenguas africanas y estudiar las costumbres tribales y la historia; sin embargo, con la irrupción del colonialismo, se suprimirán los valores culturales negro-africanos, que no serán rescatados sino hasta la recuperación de la independencia.
Ahora, sucintamente mencionamos las causas que hicieron surgir este apasionante auge misionero:
Gilli veía entre las causas las relaciones que entre Europa y África se venían gestando por exploradores, comerciantes y políticos. Para Baur, las causas desencadenantes se reducen a tres: movimiento antiesclavista, exploraciones y colonialismo.
La lucha contra el comercio árabe de esclavos -otra de las causas- que empezó Livingstone, y que en Europa la llevó acabo Lavigerie, buscó doble efecto: espolear el interés misionero de los cristianos en Europa y, menguada la esclavitud, realizar una fructuosa actividad misionera.
Las exploraciones geográficas del s. XIX, por su parte, abrieron nuevas rutas para los misioneros en un continente hasta hace poco desconocido. Por último, el colonialismo ofrecía toda una infraestructura de comunicaciones, sanidad, ley y orden que preparó el terreno sobre el cual se establecieron iglesias cristianas. [38]
Si bien es cierto que las misiones tuvieron influencia colonialista[39], no es menos cierto que no faltaron misioneros auténticos, cuya preocupación fundamental no será la función moral de la evangelización como aseguradora de estabilidad social, sino los esclavos negros en cuanto personas. Lema del Movimiento Misionero de 1840 fue: “La caridad de Cristo nos apremia y nos empuja hacia los más pobres y abandonados”.[40]
En el despertar misionero del s. XIX, en que metrópolis europeas tenían control sobre no pocos institutos misioneros, con lo cual de alguna manera justificaban su presencia colonizadora, Comboni no tenía más motivo que la promoción de la persona del africano como agente de su propio desarrollo y como apóstol de sus propios hermanos. Luego de sus primeras correrías por el continente concluye que la Iglesia en África ha de ser africana y misionera. Comparte también la idea de que África se salvará con África misma. [41]

CAPÍTULO III

EL PLAN PARA LA REGENERACIÓN DE ÁFRICA

Comboni no fue un misionero improvisado. Siendo el año de 1864, con buenos años de experiencia en sus espaldas, intuye un plan para la evangelización de África. De su Plan llama la atención su catolicidad, es decir, su universalidad. Busca que todo el mundo católico centre su atención para el bien de África. En palabras de Comboni:
La obra debe ser católica, no ya española, francesa, alemana o italiana. Todos los católicos deben ayudar a los pobres negros, porque una nación sola no puede socorrer a toda la estirpe negra (E 944).

1. Nacimiento del plan.

El carisma comboniano surge no a partir de teorías piadosas abstractas, sino en el arduo apostolado africano, donde su inspirador, Comboni, padeció en carne propia las dificultades inherentes a un ambiente poco favorable, mas no por ello se vio mitigado en él el deseo de ofrendar su vida en la evangelización de los africanos. Es por ello que, buscando hacer más fructífera su misión, crea un plan que le permitiera retomar con mayor brío la senda de las misiones, un Plan que buscara que los africanos mismos fueran los protagonistas de su propia regeneración.
No obstante, seguro estaba Comboni de que su Plan, antes que ser obra humana, era obra divina (Cf. E 926;1390;2475). Dios mismo le había inspirado los diferentes puntos del Plan para llevar a cabo la evangelización de África Central:
En el año 1864, el 18 de septiembre, cuando me encontraba en Roma y en la basílica de San Pedro asistía a la beatificación de Margarita Mª. Alacoque, como un relámpago me iluminó la idea de proponer para la cristianización de los pobres negros un nuevo Plan, cuyos diferentes puntos me vinieron de lo alto como una inspiración (E 4799).

Las diez ediciones que Comboni tuvo que hacer del Plan demuestran el gran interés que causó entre sus oyentes[42]. A continuación presentamos el esquema generalmente común a sus distintas ediciones:[43]
Consta de una introducción en la que se analizan las relaciones entre Europa y África, y la situación sociocultural de ésta. Presenta luego los criterios de lectura de tal situación a la luz de la fe cristiana.
Presenta un balance histórico de la misión africana y las causas de su fracaso. Concluye con la necesidad de un cambio radical en la metodología misionera respecto a África.
Propone entonces su Plan: establecer centros de misión y de formación a lo largo de las costas africanas donde europeos y africanos puedan convivir. Los primeros asistirían la formación de los segundos, con lo cual se estaría dando progresivamente la regeneración del África con África, pues estos africanos, ya formados por misioneros europeos, irían a fundar misiones hacia el interior. En tal labor propone reunir la mayor cantidad de fuerzas eclesiales de modo orgánico y unitario.
Da a conocer un plan ejecutivo de fundación de centros educativos, talleres, seminarios y universidades para la formación teológica y científica, social y civil de los africanos. En estos centros se formarían los futuros misioneros y profesionales locales que serían la base de la nueva sociedad africana.
Comboni concluye su Plan con una súplica al Papa y a Propaganda Fide para que lo acojan y lo apoyen ante los católicos de todo el mundo.
El Plan de Comboni presenta ciertos elementos que en su tiempo estaban en boga como el de salvar África con África, sin embargo, presenta ciertas originalidades que son fruto de experiencias propias y que les dará coherencia y armonía. A modo de síntesis presentamos lo que más destaca en su originalidad.[44]
El Plan quiere promover un auténtico diálogo entre la Europa cristiana y la nueva África. Tal diálogo se debía realizar con una metodología de comunión en centros educativos adecuados, principalmente en África, en el propio ambiente cultural del africano, sin desarraigarlo de su tierra.
El Plan tiene una visión global de todo el continente y no solo de una misión concreta. Es una llamada a la responsabilidad misionera de toda la Iglesia a favor de la raza negra, la más pobre y abandonada.
Busca profundizar el concepto de salvar África con África yendo más allá de la mera promoción del clero nativo. La originalidad de Comboni entra a tallar en la perspectiva de regenerar en Cristo todos los componentes del pueblo negro-africano que, en lenguaje comboniano, se halla en situación de Nigricia, es decir, en todo aspecto de degradación espiritual y material, de explotación y esclavitud. La fe cristiana debía generar transformaciones culturales y sociales profundas. Así, Comboni veía el nacimiento de una Iglesia con rostro africano.
El Plan otorga un papel fundamental a la mujer en la misión de África Central. En una región inhóspita como el centro de África, a donde ningún explorador llevó mujer alguna, resultaba temeraria la idea de la acción de la mujer en la misión africana. Comboni hace de lado cualquier prejuicio pues, desde el momento en que intuyó el Plan, entendió que la mujer estaba llamada a ejercer un papel fundamental e insustituible en la regeneración de África Central[45], y con no poco orgullo reconocerá su acierto: “Yo he sido el primero en hacer que colabore en el apostolado de África Central el ministerio de la mujer” (E 5284). Su fe en la mujer misionera lo llevará a fundar en 1872 el Instituto de las Pías Madres de la Nigricia, las actuales Misioneras Combonianas.
A partir del Plan, el carisma de Comboni va perfilándose: su denodada entrega hacia los pueblos más pobres y abandonados de la tierra que aún no conocen a Cristo.

2. Puntos sobresalientes del Plan.

A continuación presentamos tres puntos fundamentales que no podemos ignorar por cuanto condensan el pensar misionero de Comboni: el protagonismo africano, el desempeño formativo del europeo y la ubicación de centros formativos vitales donde ambos, africano y europeo, pudieran permanecer bajo condiciones tolerables.
a) Salvar África con África. Romanato, buscando interpretar el pensamiento de Comboni, dice que la cristianización del continente, así como su civilización, habrán de ser obra de los mismos africanos, hechos dueños de su propio destino, mediante una obra de civilización que respete su cultura, su ser, sus necesidades y su autonomía.[46] En palabras de Comboni, se insiste una vez más en la idea principal:
Para el éxito de esta sublime y útil empresa es necesario que tanto en Europa como en África se organicen todas aquellas obras que pueden introducir el apostolado católico en África central, mediante el sistema expuesto en el Plan para la regeneración de África, fundado en el principio de regenerar África por medio de África (E 2571; Cf. 1425; 2179; 2753).

Según Romanato, F. Libermann (1802-1852), judío francés convertido al catolicismo, se expresaba en términos de Comboni cuando pedía a los misioneros que se despojaran de Europa y se hicieran negros con los negros para entonces juzgar al África como se debe. Pedía una formación conveniente a la índole del africano, no a la europea, sino a lo que les es connatural.[47]
b) El papel de los misioneros europeos. Estos misioneros serán los encargados de llevar a cabo la nada fácil, pero loable misión, de formar a los futuros agentes locales, primicias de la regeneración del interior del continente.
Las fundaciones de misiones y de cristiandades que, andando el tiempo tengan lugar en los países de África interior... serán iniciadas y puestas en marcha personalmente por misioneros europeos. Estos, anualmente, o como mucho dentro del plazo de dos años, deberán ir turnándose en el gobierno inmediato de las distintas misiones del centro de África, hasta que la experiencia haya demostrado que se puede confiar con seguridad a sacerdotes o catequistas indígenas de probada idoneidad la dirección permanente de las estaciones y cristiandades ya iniciadas y puestas en marcha por los misioneros europeos (E 2779).[48]

c) Centros vitales de formación. Comboni, hombre observante de la realidad y atento a aprender de las experiencias tanto propias como de otros, juzga necesario ubicar centros de formación donde europeos y africanos puedan aclimatarse y prepararse para la misión según el Plan.
La experiencia claramente ha demostrado que el misionero europeo no puede desarrollar su labor de redención en aquellas abrasadas regiones del África interior, funestas para su vida; que no puede soportar la dureza de las fatigas, la multiplicidad de las incomodidades y la inclemencia del clima. E igualmente la experiencia ha demostrado que el negro no puede recibir en Europa una completa enseñanza católica, de manera que luego sea capaz, por una buena disposición física y anímica continua, de promover en su tierra natal la propagación de la fe; porque, o no puede vivir en Europa, o a su regreso a África se revela inepto para el apostolado, por las casi connaturales costumbres europeas adquiridas en el centro de la civilización, que se vuelven extrañas y nocivas en las condiciones de la vida africana (E 2748).

Ante tal dificultad de encontrar centros neutrales de aclimatación, Comboni propone las áreas costeras de África, juiciosamente situadas a la menor distancia posible del interior del continente, dentro de zonas seguras y algo civilizadas, en las que tanto el europeo como el africano pudiesen trabajar. [49]
Comboni ha observado la resistencia del continente negro a sus exploraciones. Por ello adopta una estrategia con método misionero propio. La experiencia le ha hecho evidente que ni el europeo resiste el clima africano ni el africano el clima europeo. El encuentro de ambos debe realizarse ahí donde el africano vive y no cambia, y el europeo trabaja y no sucumbe. Ese terreno intermedio se encuentra en las zonas costeras del continente, donde clima y cultura son tolerables y no obligan a saltos traumáticos.[50]

3. Animación misionera.

Inmediatamente después de la elaboración de su Plan (1864), Comboni emprende un largo viaje de animación misionera por Europa. En Turín publica la primera edición italiana del Plan misionero. En Francia da a conocer el Plan y se pone en contacto con personas a quienes también preocupaba la situación de África. Además, visita Prusia, Colonia, Bélgica e Inglaterra. El mundo católico elogia su Plan.[51] González dice:
Comboni es un viajero incansable para difundir las ideas misioneras expuestas en su plan a favor de África. Es este período uno de los más activos de su vida: visita varias capitales europeas para ponerse en contacto con organismos misioneros y con organizaciones pro África.[52]

Cuatro son los puntos que queremos destacar en la animación misionera de Comboni: la exposición de la causa africana ante la Iglesia, la promoción vocacional, la oración y la utilidad de la prensa.

1. Causa africana. Hemos anotado brevemente arriba de qué manera Comboni, debido a su Plan, viaja por toda Europa animando el mundo católico en favor de África, pero mención especial merece el llamado que el santo misionero hace a los obispos del Concilio Vaticano I para que anotaran en su agenda como punto importante la situación de África Central que estaba a la espera de su regeneración.
He aquí, por tanto, ante ustedes, Excelentísimos Padres, esta infeliz Nigricia que, inmersa en las tinieblas, cae extraviada por los precipicios, sin guía, sin luz, sin fe, sin Dios. Se trata de la salvación de toda África central, la cual comprende la décima parte de todo el género humano. Si ustedes no deciden con gran benevolencia poner algún remedio ¿cuántos siglos quizás habrán de pasar antes de que cese la desgracia de los africanos? (E 2304).

2. Promoción vocacional. El corazón de Comboni no hallaba calma al ver que, mientras África carecía de operarios para su mies en su postración material y espiritual, Europa gozaba de los privilegios de la civilización cuyos seminarios rebosaban de vocaciones. Y dado que la obra de regeneración de la Nigricia es tarea ardua y laboriosa, humildemente reconoce que él solo no podría sin la participación masiva de todos los católicos del mundo (Cf. E 2543). Y viendo los seminarios florecientes de las diócesis europeas no puede menos que implorar el reclutamiento de jóvenes valientes y generosos que dediquen su vida a la misión del continente negro:
Dejo luego que mi mirada se deslice sobre la parte selecta del rebaño de Jesucristo contemplando los más florecientes seminarios de las diócesis señeras del mundo católico, y en ellos querría escoger para mí los jóvenes más fuertes, la flor y esperanza del sacerdocio, para incitarlos a que vuelvan con gesto heroico la espalda al mundo, dejen su patria y corran en ayuda de aquellos infelices para romper las cadenas de su esclavitud y llevarles la buena noticia, la fe católica (E 2544).

3. La oración. Comboni, que nunca dejaba pasar tres horas sin rezar donde sea que se encontrara (Cf. E 4320) y cuya fuerza se cimentaba en la omnipotencia de la oración (Cf. E 1969), para tan magnánima obra que, además de requerir medios económicos, jamás se desatendió en pedir auxilios espirituales. Él oraba y hacía orar para que la regeneración de África fuese posible. En una de sus tantas cartas decía: “En Francia, Bélgica, Alemania e Italia tengo más de 200 casas religiosas que rezan a Dios para que yo consiga llevar la luz de la santa fe al interior de África” (E 1888). A una religiosa dice:
La obra de conversión de África se cuenta entre las más importantes de nuestro tiempo. Es muy difícil, pero Dios ayudará. Por favor, rece y haga rezar por ella, que el Señor se lo devolverá al ciento por uno (E 1890).

4. La utilidad de la prensa. Las diez ediciones que Comboni hizo de su Plan para la regeneración de África[53] para darlo a conocer al orbe católico de las distintas naciones europeas, amén de la multitud de cartas en las que no hablaba de otra cosa que no fuera África, muestra hasta qué magnitud era capaz nuestro santo misionero de aprovechar la prensa como medio de comunicación para divulgar sus ideas misioneras y, así, ganar adeptos para la misión africana. Además, la obra a la cual estaba abocado en cuerpo y alma, requería que por cualquier medio posible consiguiera dinero para sostener sus proyectos. El escribir para distintas publicaciones, a parte de conseguirle medios económicos, le permitían hacer animación misionera. Los Anales del Buen Pastor era una publicación suya con la cual buscaba crear conciencia misionera y sensibilizar la gente acerca de la situación de la Nigricia.
Tengo que ocuparme de recaudar más de quinientos francos al día para sostener mis establecimientos, lo cual me obliga a escribir siempre como corresponsal de otras quince publicaciones, alemanas, francesas, inglesas, americanas... Además estoy en contacto con casi todos los periódicos católicos de Italia, especialmente con L’Osservatore Romano, L’Unità Cattolica, L’Osservatore Cattolico, etc..., a parte de mis Anales del Buen Pastor, de Verona, de aparición trimestral (E 6724).

En esta misma línea trazada por Comboni, los MCCJ, dentro del marco de la animación misionera, además de suscitar interés por las misiones, buscan que el pueblo de Dios se comprometa de modo concreto por la causa misionera como compete a su naturaleza de cristianos:
Los Misioneros Combonianos, por vocación y a ejemplo del fundador, están llamados a la animación del pueblo de Dios, para que este reconozca sus responsabilidades misioneras y se comprometa en el anuncio del evangelio al mundo entero (RV 72).

CAPÍTULO IV

UNA MISIÓN ESPECÍFICA

En la Iglesia podemos ver que cada congregación religiosa tiene su misión propia de acuerdo a su carisma heredado por su fundador, pero ¿cuál es la misión específica de los MCCJ?

1. La misión ad gentes en el carisma comboniano.

Con Comboni, los MCCJ pueden responder a la pregunta por su misión específica de la siguiente manera: nuestra finalidad específica son los más pobres y abandonados del mundo (E 2647). Sin embargo, es la misma finalidad que persigue la Iglesia universal. Juan Pablo II dice: “La Iglesia en todo el mundo quiere ser la Iglesia de los pobres... Los pobres merecen una atención preferencial, cualquiera que sea la situación moral o personal en que se encuentren” (RM 60). Entonces, cabría hacer la pregunta ¿a qué se refiere Comboni cuando habla de los más pobres y abandonados del mundo? La interpretación oficial la encontramos en la Regla de Vida:
La llamada de Dios al servicio misionero se concretó para Comboni en la opción por los pueblos de África que, en aquel momento histórico, le parecían los más pobres y abandonados del universo, especialmente por lo que respecta a la fe (RV 5).

Para Pierli, mccj, la especificación final “por lo que respecta a la fe” es muy importante, en tanto que define el ámbito de acción del Instituto Comboniano, limitándolo a una cierta categoría de personas.[54] Comprendamos que el mundo de los pobres es amplio y variado y no se puede prestar atención a todo. Es así como el Instituto contribuye a la misión de la Iglesia con un objetivo específico (Cf. E 2647). Y este objetivo es descrito por Comboni de la siguiente manera: la evangelización de “un pueblo sin pastor, sin apóstoles, sin Iglesia y sin fe” (E 2311), porque para nuestro santo misionero el mayor signo de pobreza y abandono es la ausencia de fe en Jesucristo.[55]
Los pueblos más pobres y abandonados que conoció Comboni se veían aquejados por muchos males como la miseria y la injusticia que hacían de las personas “cosas” o esclavos a quienes se les privaban de sus derechos fundamentales. Según Pierli, Comboni señalaba el desconocimiento de Jesucristo como nota característica de estos pueblos y causa primera de sus males[56]. No por nada dice la Regla de Vida:
El Instituto tiene como finalidad realizar la misión evangelizadora de la Iglesia entre aquellos pueblos o grupos humanos todavía no evangelizados, o que no lo están suficientemente (RV 13).

Tal finalidad se ve lograda cuando la comunidad cristiana llega a la autosuficiencia con ministerios propios, cuando es capaz de dar satisfacción por sí misma a sus necesidades y cuando colabora a la difusión del evangelio (Cf. RV 70).
La opción por los pobres no significó para Comboni un mero slogan o una actitud temporal o superficial, sino una opción permanente. “Asumir la causa de los olvidados significa, según la óptica de Comboni, unirse a ellos nupcialmente, indisolublemente”[57]
Tengamos en cuenta que del tiempo de Comboni a la fecha muchas cosas han cambiado. Sin embargo, el Instituto de los MCCJ en su XVI Capítulo General del 2003, mantiene en pie de un modo actualizado el carisma específico de su fundador.
A continuación presentamos sintéticamente la labor pastoral específica que los MCCJ llevan a cabo actualmente atendiendo a tres puntos sustanciales del carisma: atención preferencial por los pobres, regeneración de África con África y el Plan de Comboni.

Atención preferencial por los pobres (DC ’03, 36-38).

Los MCCJ son enviados a los pueblos y grupos humanos más pobres y marginados, realidad de minorías no alcanzadas por la Iglesia o descuidadas por la sociedad; grupos todavía no –o no suficientemente- evangelizados, que viven en las fronteras de la pobreza por causas históricas y por los efectos negativos de la globalización y de la economía de mercado. Comboni había identificado estos pueblos con la Nigricia de su tiempo.
Actualmente, la conexión de la misión comboniana con África es carismática e histórica. El perpetuarse en África de situaciones de primera evangelización y de pobreza y abandono confirma a los MCCJ en su opción preferencial, aunque no exclusiva, por África. En su historia, el Instituto ha sido guiado por el Espíritu para descubrir situaciones de pobreza y abandono en otros continentes (Europa, América, Asia) a las cuales busca responder motivado por su carisma.
Otros areópagos se focalizan en la misión comboniana: el islam, el mundo de las comunicaciones, los jóvenes, los migrantes y las periferias pobres de las grandes metrópolis.

Regeneración de África con África (DC ’03, 39-40.2)

Las realidades humanas de pobreza y abandono, regeneradas por el encuentro con Cristo, se convierten a su vez en protagonistas de la regeneración de otras situaciones.
Con empeño prioritario por la primera evangelización, los MCCJ llevan la Palabra al corazón de la gente, de las sociedades, de las culturas y tradiciones religiosas, para que el encuentro vivo con Cristo les dé plenitud de vida y la posibilidad de incorporarse en el signo privilegiado del reino que es la Iglesia, no olvidando que evangelización también es promoción humana en la lucha por la dignidad de la persona para disfrutar de la fraternidad, de la justicia y de la paz.
A través de la animación misionera, los MCCJ ayudan a las iglesias a descubrir y a nutrir la conciencia de su naturaleza misionera y a abrirse a la misión universal en un recíproco intercambio de dones.

El Plan de Comboni (DC ’03, 42.1- 42.7)

Los MCCJ realizan un cuidadoso análisis de la realidad, valorizando la obra del Espíritu en toda cultura, poniendo el acento en el compromiso por inculturar el evangelio.
Construyen comunidades nuevas alrededor de la Palabra de Dios y de la celebración de los sacramentos. Además, trabajan en la Iglesia local colaborando con todas las fuerzas eclesiales.
Forman líderes en el campo eclesial y social y animan las pequeñas comunidades cristianas. Hacen a las personas protagonistas de su historia; caminan a su mismo paso y usan medios accesibles a ellos.
Con espíritu profético, denuncian las situaciones y las causas de las injusticias, promoviendo el compromiso por una cultura de justicia, paz e integridad de la creación como parte constitutiva de la acción misionera. Asimismo, trabajan en proyectos específicos por una promoción humana integral.

Habiendo dilucidado la específica labor pastoral comboniana, bien valdría la pena hacer hincapié en la promoción de la justicia y la paz toda vez que el Instituto está abocado al servicio de los más pobres y abandonados, quienes padecen toda clase de injusticias, las cuales generan inestabilidad social que hacen más difícil la obtención de la paz y el desarrollo de los pueblos y la defensa del derecho de cada hombre y mujer a una vida más digna.
El XV Capítulo General de 1997 ya hablaba de identificar y analizar las causas que están a la raíz del sistema de opresión estructural en los terrenos económico, político, social, cultural y religioso (DC ’97, 107). Este Capítulo destaca el compromiso por la justicia y la paz del Instituto Comboniano según la inspiración del fundador que en su tiempo denunciaba todo aquello que atentara la dignidad de la persona humana:
Comboni luchó contra la trata oriental de los esclavos con todos los medios a su disposición y siempre vio en esto más una cuestión de justicia que de caridad cristiana. Además, en el contexto de la lucha contra esa explotación de los seres humanos, Comboni condenaba abiertamente el comercio de armas (Cf. E 3349). El Plan de Comboni también sostenía el compromiso por el desarrollo humano integral (DC ’97, 108).

La Regla de Vida corrobora tal compromiso con una evangelización que busca liberar al hombre de injusticias y de estructuras opresivas liberándolo íntegramente (RV 61).

2. El carácter de provisionalidad de la misión comboniana.

La provisionalidad es un rasgo peculiar en el carisma comboniano. El Instituto es un peregrino, un itinerante que va esparciendo la semilla del reino entre los pueblos no cristianos. Por la naturaleza de su carisma, los MCCJ no pueden quedarse en un mismo sitio para siempre una vez lograda una comunidad eclesial autosuficiente, sino que tienen que estar en búsqueda de aquellos pueblos más necesitados donde aún no se ha proclamado la buena nueva del reino. Por lo tanto, no deben caer en la tentación de aferrarse a un lugar, a una gente, a comodidades pastorales y a estructuras ya levantadas, pues su misión original es ir donde el evangelio aún no es conocido, a ejemplo de Jesucristo que, al no dejarse retener por la gente que lo buscaba, dijo: “También tengo que anunciar la buena noticia del reino de Dios a los otros pueblos, porque para esto fui enviado” (Lc 4,43).
De lo anteriormente dicho, podemos inferir que los MCCJ están llamados a anunciar el evangelio y a fundar comunidades, no a sostenerlas perpetuamente, pues implicaría una determinada labor pastoral que chocaría con la provisionalidad del Instituto de dejar en un futuro la comunidad que ha fundado en manos de sus propios agentes pastorales para poder migrar hacia otras latitudes. El padre Pierli, en un lenguaje paulino dice:
Nosotros hemos sido elegidos para llevar el nombre del Señor ante los gentiles (Hch 9,15), para anunciarlo entre los gentiles (Gál 1,16), para fundar comunidades cristianas y no para mantenerlas, porque la actividad misionera entre los infieles difiere de la actividad pastoral que hay que realizar con los fieles (AG 6).[58]

Esta distinción pastoral de estar entre cristianos y entre no cristianos, san Pablo mismo la hace cuando escribe a los corintios presentándose como un padre, porque por el evangelio los engendró para Cristo; mientras que a Timoteo lo presenta como pastor, porque les recordará a la comunidad las enseñanzas de Pablo (Cfr, 1Co 4,15-17). Actualmente no es fácil hacer la distinción entre atención pastoral a los fieles, nueva evangelización y actividad misionera específica como bien hacía notar Juan Pablo II (Cfr. RM 34). Sin embargo, subrayaba que:
Es necesario mantener viva la solicitud por el anuncio y por la fundación de nueva iglesias en los pueblos y grupos humanos donde no existen, porque ésta es la tarea primordial de la Iglesia, que ha sido enviada a todos los pueblos, hasta los confines de la tierra. Sin la misión ad gentes, la misma dimensión misionera de la Iglesia estaría privada de su significado fundamental y de su actuación ejemplar (RM 34).

El llamado a la misión ad gentes está puesto y es constante. Para los MCCJ vivir la misión entraña provisionalidad: anunciar, fundar y acompañar hasta la suficiente madurez de la comunidad local. Esta misión tiene que ser llevada a cabo en situaciones de Nigricia, es decir, donde la actividad misionera es más urgente, de lo contrario, como diría Pierli: “nos transformaremos automáticamente en ‘pastores’ y seremos infieles a nuestro carisma misionero”.[59]
En virtud de su opción fundamental de trabajar entre los más pobres que no conocen a Cristo, la vivencia de la provisionalidad es factor de suma importancia para el Instituto (RV 71) y, como el Apóstol de las gentes, no puede detenerse ni en Antioquia, ni en Corinto, sino debe fundar comunidades cristianas y seguir adelante.[60]
En su XVI Capítulo del 2003, los MCCJ establecen los criterios de provisionalidad. Nótese el acento que subyace: servicio pastoral, búsqueda de nuevas situaciones más necesitadas y el fijar como meta la autosuficiencia de la iglesia local. Tales criterios son expuestos de la siguiente manera:
+ Entendemos la provisionalidad, característica esencial del servicio misionero como fruto de una programación con objetivos concretos, tiempos y metas precisas, en sintonía con los programas de la iglesia local (DC ’03,117).
+ Esta provisionalidad exige una evaluación periódica y sistemática de nuestros compromisos y que tenga en cuenta la urgencia de servicio en otros campos más necesitados de nuestra presencia (DC ’03,118).
+ Favorecemos estrategias de rotación que promuevan nuestra presencia misionera como un servicio prolongado y una realidad amada y desposada (DC ’03,119).
+ Como criterio general, desarrollamos programas y estructuras de evangelización y promoción humana hasta que la iglesia local esté en grado de asumirla aunque sea de manera limitada (DC ’03,120).
El padre Pierli, en su calidad de superior general de los MCCJ, con ocasión de los 50 años de presencia comboniana en Perú, vuelve a destacar el factor de provisionalidad del carisma comboniano de un modo sintético:
Los Misioneros Combonianos fundan o llevan a las comunidades cristianas hasta un nivel de vitalidad y madurez. Una vez alcanzada una cierta autosuficiencia, las pasan a otras fuerzas apostólicas para luego lanzarse a nuevas situaciones misioneras. Se trata de una provisionalidad muy preciosa, que nos permite mirar constantemente más allá de las comunidades cristianas que ya han conseguido una buena vitalidad, con vistas a ir allí donde tales comunidades no existen o todavía están en los primeros pasos de su formación.[61]

La lógica de la provisionalidad mantiene al Instituto en tensión constante hacia nuevas situaciones de urgente evangelización librando a sus miembros de quedar absorbidos y estáticos ante los logros ya alcanzados.

3. Detrás de la Nigricia.

Nigricia, más que un concepto es una situación de fuerte contenido simbólico para los MCCJ. Hace referencia al África de Comboni, a aquella África que Comboni vio como la parte del mundo más abandonada, más necesitada, más digna de simpatía y de atención e importante para el apostolado (Cfr. E 1019;1215;1349). Para Comboni, África lo era todo, era su pasión (Cfr. E 1722) y no dudaba en morir con África en sus labios (Cfr. E 1441). La conversión de la Nigricia se convertirá para Comboni en una pasión que sellará con su misma muerte: “Solo me interesa lo que es la única verdadera pasión de mi vida entera y lo será hasta la muerte: que se convierta la Nigricia” (E 6987).
En Comboni, Nigricia era el África postrada que estaba en espera de la buena noticia del reino cuya tardanza prolongaba la agonía y la miseria en el desolado continente negro. Hoy día, para los MCCJ, Nigricia es toda situación que alberga de alguna manera las mismas realidades de pobreza y abandono que Comboni presenció en África pero que también son evidentes y sufridas en distintas partes del mundo, especialmente entre los pueblos más desfavorecidos hacia donde siguen siendo enviados los MCCJ (Cfr. DC’03,36).
El XV Capítulo de 1997 presentaba las situaciones de Nigricia a las cuales los MCCJ siguen haciendo frente. Después de indicar algunos signos positivos como señal del reino que se difunde y de la levadura del evangelio que fermenta, señala otros signos de muerte que, como cizaña, crece al lado del trigo, que no son otra cosa sino situaciones de Nigricia que el Capítulo exponía de la siguiente manera:
+ Nos preocupa cómo aumentan el odio, los conflictos étnicos y las venganzas; cómo se agrava la disgregación de los valores familiares y culturales; cómo crece la pobreza, principalmente en los países del hemisferio sur, y cómo se impone un sistema económico que va acompañado de la injusticia institucionalizada, de la corrupción y de la explotación sin límites (DC’97,5).
+ Como en tiempos de Comboni, África sigue siendo un continente marginado, al que solo se presta atención cuando lo que allí sucede afecta a los intereses de los poderosos (DC’97,6).
+ Renovamos nuestra entrega a África. Además, junto con el compromiso por los pueblos aún no evangelizados, reclaman nuestra atención otros areópagos privilegiados como el islam, las periferias de las grandes ciudades, los jóvenes, los refugiados, el mundo de la comunicación y la formación de líderes (DC’97,7).
+ En otros continentes también existen situaciones de Nigricia que nos interpelan: afroamericanos, grupos indígenas, los barrios más pobres de las grandes ciudades de América; los pueblos aún no evangelizados y el diálogo interreligioso en Asia; los inmigrantes en Europa y en Norteamérica (DC’97,8).
+ El África Central era visto por Comboni como el Vicariato Apostólico más vasto y laborioso del universo por el cual no dudaba dar la vida cien veces anunciando el reino y plantando la Iglesia, promoviendo agentes locales y haciendo frente a problemas como la pobreza, el abandono y la esclavitud, que de una u otra manera siguen perpetuándose no solo en África sino en los demás continentes.
Esta es la Nigricia de ahora que el Instituto Comboniano asume en su obra apostólica, cuyos misioneros hacen suyo el grito de guerra de Comboni: o Nigricia o muerte (E 3265).

CONCLUSIÓN

Creemos haber cumplido el cometido que nos fijamos en la introducción: exponer la misión ad gentes bajo el carisma de los MCCJ. Quizás nada nuevo se haya dicho; sin embargo, no por ello nuestra empresa ha resultado inútil, porque, al mostrar la misión ad gentes al estilo comboniano, de alguna manera hemos puesto el dedo en la llaga de la impostergable e ineludible actividad misionera de la Iglesia en su dimensión ad gentes, actividad esencial de la Iglesia que hoy sufre de una cierta tibieza.
En efecto, lo anteriormente dicho tiene su sustento en que últimamente el término “misión” dentro de la Iglesia se ha diluido, menguando así su radicalidad y arrojo que significaba abrirse a evangelizar los pueblos no cristianos, territorios de frontera, lugares de primera evangelización donde hay que empezar a construir desde abajo, o mínimo, reforzar aquellas realidades donde la Iglesia aún es incipiente.
Y es que el concepto de “misión” es polivalente, y ahora se ha ampliado de modo que cualquiera puede ser misionero así proclame el evangelio en el traspatio de la parroquia. Incluso, no llegan a faltar fuerzas eclesiales que, denominándose misioneras, viven insertadas con sus colegios o parroquias al estilo diocesano dentro de las ciudades donde la pastoral bien puede ser llevada a la perfección por las mismas diócesis u otras fuerzas eclesiales que no necesariamente son misioneras en sentido estricto.
Ciertamente, por el bautismo todos adquirimos el deber de anunciar el evangelio, lo cual nos convierte en misioneros aprovechando cada campo del vasto mundo para dar a conocer nuestra fe con palabras y obras, tan solo pensemos en los nuevos areópagos de los que nos habla Juan Pablo II en RM 37c: el mundo de las comunicaciones, el compromiso por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos, los derechos del hombre y de los pueblos, la promoción de la mujer y del niño, la salvaguardia de la creación. Y sin duda, dentro de una sociedad cristianizada siempre habrá mucho por hacer, y los obispos tendrán sus buenas razones por preocuparse de preparar agentes al interior de su iglesia para consolidarla todavía más; pero, acaso, ¿no será esta preocupación una limitación que, tanto a ellos como a los fieles, los están haciendo olvidar de la urgencia de ir a anunciar el evangelio y plantar la Iglesia entre los no cristianos con todo lo que ello hoy implica: inculturación; diálogo intercultural, ecuménico e interreligioso? Tan solo pensemos en el COMLA VIII-CAM III que postergó aquello para lo que fue creada: el fomento de la misión ad gentes, aún cuando Aparecida dedica un breve pero sustancioso apoyo a la misión ad gentes (Cf. DA 373-379).
Nuestra iglesias de Latinoamérica tienen mucho temor a abrirse y parece que en la práctica han olvidado aquella frase de Puebla y retomada por Aparecida: “dar desde nuestra pobreza” (DP 367). En efecto, Latinoamérica contiene la mayor población católica, pero no se deja sentir en un porcentaje significativo de operarios para la misión. Recordemos que sin la misión -ad gentes- la Iglesia estaría desobedeciendo el mandato de su Señor de ir a todas las naciones a anunciarlo (Cf. Mt 28,19).
No olvidemos que todavía son tres cuartas de la humanidad que aún no conocen el mensaje de Jesucristo. Los MCCJ con su misión ad gentes buscan, a ejemplo de su fundador, ser conciencia viva, comprometida y agradecida dentro de la Iglesia y del mundo por enfatizar la ineludible labor misionera donde hace más falta, es decir, entre los más pobres, aquellos que lo son no tanto por su carencia material, sino por desconocer el evangelio y a Jesús, Hijo de Dios, nuestro Redentor.
Los MCCJ viven la misión ad gentes con el carácter de provisionalidad que podemos sintetizar en tres momentos: llegar, fundar y marchar. Expliquemos en breve. Llegar, que sería la instalación de una comunidad comboniana en un pueblo concreto donde no existe iglesia alguna. Fundar, que sería la labor misionera del anuncio del evangelio y de la edificación de la iglesia local hasta su autosuficiencia. Y por último marchar, que sería el acto de ver la misión cumplida y de ponerse en camino hacia otros destinos donde se requiera hacer presencia evangelizadora.
Los MCCJ viven así su misión según el legado de Comboni: siempre en búsqueda de un nuevo territorio donde no se ha anunciado la buena nueva del reino. Su testimonio es de algún modo una provocación para todos los bautizados por interesarse en contribuir en la misión de la Iglesia, para que eleven su mirada más allá de sus fronteras eclesiales, geográficas y culturales, de modo que puedan llegar a sentirse verdaderamente hermanos y hermanas con todos los hombres y mujeres del mundo, especialmente de los más necesitados.
Finalizamos haciendo nuestro el anhelo de Aparecida de dar un decidido impulso a la misión ad gentes aún desde nuestra pobreza pero con la alegría de ser Iglesia enviada por su Señor a compartir con los otros la belleza de nuestra fe:
Nuestro anhelo es que esta V Conferencia sea un estímulo para que muchos discípulos de nuestras iglesias vayan y evangelicen en la “otra orilla”. La fe se fortifica dándola y es preciso que entremos en nuestro continente en una nueva primavera de la misión ad gentes. Somos iglesias pobres, pero “debemos dar desde nuestra pobreza y desde la alegría de nuestra fe” (DP 368) y esto sin descargar en unos pocos enviados el compromiso que es de toda la comunidad cristiana (DA 379).

BIBLIOGRAFÍA

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RZEPKOWSKI, Horst, Diccionario de misionología, Navarra, Verbo divino, 1997.

TURRI, Vicente, Iglesia en misión. Manual de animación misionera, San José, Costa Rica, 1989.

VATICANO II, Documentos, Madrid, BAC, 1986.

[1] E. Nunnenmacher, “La naturaleza misionera de la Iglesia”, en Pontificia Unión Misional, p. 71.
[2] Cf. H. Rzepkowski, Diccionario de misionología, p. 357.
[3] V. Turri, Iglesia en misión, p. 12.
[4] Ibid., p. 13.
[5] Cf. Ibid.,
[6] Cf. Ibid., p. 14.
[7] Cf. Ibid., p.15.
[8] Cf. A. Wolanin, “La misión de Jesucristo”, en Pontificia Unión Misional, p. 61.
[9] Cf. V. Turri, o.c., p. 16.
[10] Cf. Ibid., p. 17.
[11] Ibid., p. 15.
[12] Cf. K. Müller. Teología de la misión, Navarra, Verbo Divino, 1988, pp. 39-41.
[13] Cf. H. Rzepkowski, o.c., p. 359.
[14] J.A. Izco. “La misión hoy. A vueltas con la misión cristiana: balance y perspectivas”, en Misiones extranjeras, no. 140 (1994), pp. 127-130.
[15] Cf. Ibid, p. 130.
[16] Ibid.
[17] Nos guiaremos por el esquema de P. Giglioni, “La actividad misionera de la Iglesia”, en Pontifica Unión Misional, pp. 112-119.
[18] Para ver el desarrollo del proceso vocacional de Comboni remitimos a: J.M. Lozano. Daniel Comboni, misionero y profeta, México, D.F., MCCJ, pp. 17-35; J.M. Lozano. Cristo también era negro, Madrid, Mundo Negro, 1988, pp 14-18; V. Moretto. Si tuviera mil vidas, Monterrey, México, 2006, pp. 29-94.
[19] Para una detallada biografía de Comboni remitimos a: P. Chiocchetta. Las obras de Dios son así, Madrid, Mundo Negro, 1993, pp. XI-XVI; F. González. Daniel Comboni, profeta y apóstol de África, pp. 144-156; F. González. Comboni en el corazón de la misión africana, pp. 117-138.
[20] Cf. A. Gilli, et al. El mensaje de Daniel Comboni, pp. 79-89.
[21] F. Pierli. Como herederos, p. 25.
[22] En adelante citaremos esta fuente con E seguida del número de referencia.
[23] F. González. Daniel Comboni, profeta y apóstol de África, pp. 147-149.
[24] A. Gilli, et al, o.c., p. 86.0.
[25] A. Gilli, et al., o.c., p. 14.
[26] J. Baur. 2000 años de cristianismo en África, p. 118.
[27] A. Gilli, et al, o.c., p. 14.
[28] Ibid; Cf. F. González. Comboni en el corazón de la misión africana, pp. 166-167.
[29] G. Romanato. El África negra entre el cristianismo y el Islam, p. 156.
[30] Ibid, p. 288. Para indagar un poco más sobre la trata de esclavos en el s. XIX: F. González. Comboni en..., pp. 159-164; F. González. Daniel Comboni..., pp. 329-331; G. Romanato. El África negra..., pp. 288-298.
[31] Cf. A. Gilli, et al, p. 15.
[32] Ibid.
[33] Ibid., p. 19.
[34] Cf. Obras Misionales Pontificias de España. La misionología hoy, Navarra, Verbo Divino, 1987, p. 163.
[35] F. González. Daniel Comboni..., p. 156.
[36] A. Gilli, et al., o.c., p. 14.
[37] J. Baur, o.c., pp. 116-117.
[38] J. Baur, o.c., pp. 117-118.
[39] Cf. Ibid, p. 291-294.
[40] F. González. Comboni en..., p. 169.
[41] Cf. A. Gilli, et al, o.c., pp. 25.167.
[42] Para ver las distintas ediciones del Plan consultar: F. González. Comboni en..., p. 294-307.
[43] Ibid., pp. 289-290.
[44] Cf. Ibid., p. 291.
[45] Cf. L. Gaiga. Fuertes y fieles, Bogotá, Sin Fronteras, p. 14.
[46] Cf. Romanato, o.c., p.206
[47] Cf. Ibid., p. 207.
[48] Cf. G. Romanato, o.c., p. 207.
[49] Como probables centros Comboni señalaba: Egipto, Túnez, Marruecos, Congo, Madagascar, Abisinia, Argel, entre otros (E 2757-2763).
[50] Cf. G. Romanato, o.c., p. 205.
[51] Cf. F. González. Daniel Comboni..., pp. 147-148.
[52] Ibid., p. 148.
[53] Cf. F. González. Comboni en..., pp. 294-306.
[54] F. Pierli, Como herederos, p. 185.
[55] Ibid.
[56] Ibid., p. 186.
[57] Carta de los tres Consejos Generales de los Institutos Combonianos con motivo de la canonización del Fundador Daniel Comboni, Daniel Comboni, testimonio de santidad y maestro de misión, p. 33.
[58] F. Pierli, o.c., p. 186.
[59] Ibid, p. 187.
[60] Cfr. Ibid.
[61] F. Pierli, prólogo a la obra de R. Ballan, Sembradores de esperanza. Misioneros Combonianos, 50 años
en el Perú, 1938-1988, Lima, Sin Fronteras, 1990, p. 8.

Santa María Madre de Dios bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe

INTRODUCCIÓN

Para entrar en un diálogo humano-divino Dios elige adoptar forma humana. De igual modo, María, la madre de nuestro Señor bajo la advocación de Guadalupe entra en el mundo náhuatl, el mundo mexicano, el mundo americano mexicano, en el mundo de aquellos que la invocan y creen y confían en ella. Viene de un modo que el pueblo está preparado para comprender, vestida con sus símbolos y encarnando su identidad. Ella entra y resucita una memoria expresada en las historias y las verdades de una cultura. Se encuentra con el pueblo allí donde el pueblo está y lo conduce a una sabiduría más profunda. Ella usa sus símbolos y los lleva más allá de sus propios límites.
Mediante cuatro apartados presentaremos de qué manera la advocación de Guadalupe nació, se desarrolló y se mantiene vigente en la Iglesia faltando poco más de dos decenios para la celebración del V centenario de su aparición al indio san Juan Diego.
En el primer apartado, a modo de fundamentación bíblica, presentaremos un paralelo entre el Nican Mopohua (texto que narra las apariciones de la Virgen de Guadalupe) y la anunciación del ángel Gabriel a María. La estructura de ambos textos presenta una similitud lo que nos da a entender que el texto guadalupano retoma una tradición bíblica de presentar cómo Dios se hace presente en medio de su pueblo.
Nos acercaremos a la historicidad de lo hechos en el segundo apartado. A grandes rasgos conoceremos el origen histórico del Nican Mopohua así como su contenido que nos narra las apariciones de la Virgen Morena al indio Juan Diego.
En el tercer apartado veremos cómo Guadalupe se aparece con símbolos de la cultura náhuatl. Su aparición es inculturada. Su persona misma no es extraña al vidente Juan Diego. Lenguaje, modos y gestos son usados por nuestra Señora para llegar al corazón de Juan Diego y confiarle una misión. Para los indígenas significó su dignificación, reconocer que Dios no los había abandonado ante el advenimiento de una nueva era.
Por último, en el cuarto apartado, conoceremos cómo nuestra Señora ha sido el punto de convergencia de pueblos diversos que a mente alguna le hubiera sido posible unir y cómo continúa reuniendo en torno así a sus hijos e hijas de la Iglesia. Trataremos la actualidad de su advocación, especialmente a partir de las peregrinaciones que, tanto diócesis como agrupaciones particulares, cada año realizan al santuario mariano más grande del mundo que se halla en Ciudad de México: la Villa de Guadalupe.


I. FUNDAMENTACIÓN BÍBLICA


Para presentar una fundamentación bíblica de Santa María Virgen bajo la advocación de Guadalupe, encontramos que no existe en las Sagradas Escrituras una referencia explícita donde se trate a María, la madre de nuestro Señor Jesucristo, como nuestra Señora Santa María de Guadalupe. Sin embargo, ya los indígenas mexicanos bautizados veneraban con el nombre de Virgen de Guadalupe la persona histórica de María de Nazaret.[1]
En la tradición guadalupana, a merced de las apariciones de Guadalupe y de fuentes documentales, no se tuvo duda de que la Virgen de Guadalupe no era otra sino la madre de Jesús, el Salvador del mundo. Juan Diego, el vidente de las apariciones, buscaba febrilmente darle a entender a Fray Juan de Zumárraga, primer obispo de México, que, quien se le había aparecido era la amabilísima y siempre Virgen María, la maravillosa madre de nuestro Redentor y Señor Jesucristo (Nican Mopohua 53).[2]
Por medio del paralelismo podemos hallar una cierta analogía entre el relato bíblico de la anunciación del ángel Gabriel a María -del evangelista Lucas- y el relato de las apariciones de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego que se recoge en el texto del Nican Mopohua.[3] Ambos relatos presentan una situación en que un ser celestial aparece y entra en diálogo con un ser terrenal a quien le encomienda una determinada misión salvífica. Pero el Nican Mopohua más que anunciación parece un llamamiento. Es Guadalupe quien se aparece y llama a Juan Diego, hombre sencillo de pueblo, y le encomienda una misión. Este llamamiento encuentra paralelos en personajes del Antiguo Testamento que fueron llamados por Dios como Moisés (Ex 3 ss); Isaías (Is 6;) y Jeremías (Jr 1,4 ss). Sin embargo, traeremos a colación su paralelo con la anunciación del ángel Gabriel a María por cuanto que este relato, además de ser una anunciación, comporta, para María, un llamamiento a la participación libre y voluntaria de ser la madre del Salvador.
En ambos relatos podemos encontrar una estructura literaria típica de las anunciaciones (aparición, turbación del interlocutor, mensaje, objeciones y signo) pero que también pudiera ser convertible para una estructura de llamamiento. No viene ahora a cuenta discutir esta situación. Mejor presentamos el paralelo de estos relatos para darnos una mayor idea de cómo el texto del Nican Mopohua hunde su género literario en las Sagradas Escrituras:

PARALELISMO: ANUNCIACIÓN DEL ÁNGEL GABRIEL A MARÍA (Lc) Y
NICAN MOPOHUA

Aparición:

A los seis meses, Dios mandó al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea llamado Nazaret, donde vivía una joven llamada María... El ángel entró en el lugar donde ella estaba, y le dijo: -¡Salve, llena de gracia! El señor está contigo (1, 26-28).
Juan Diego fue subiendo al cerro de donde escuchaba un bello canto y, al llegar a lo alto, vio allí a una distinguida señora que estaba en pie y le llamaba, invitándole a acercarse (v 15). Lo saludó con estas palabras: Escucha el más pequeño de mis hijos, respetable Juan: ¿a dónde te diriges? (v. 20).

Turbación del interlocutor:

María se sorprendió de estas palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo (1,29).
Juan Diego, al oír un canto como de aves, se preguntó: ¿Merezco yo algo así? ¿Estaré en el país de las flores? ¿Estaré en el cielo? (v.10-11).

Mensaje:

El ángel le dijo: -María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios... Tendrás un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios altísimo, y Dios el Señor lo hará rey como a su antepasado David, para que reine por siempre sobre el pueblo de Jacob. Su reinado no tendrá fin (1, 30-33).
La Virgen dice a Juan Diego: Deseo vivamente y me agradaría mucho que en este lugar [cerro del Tepeyac] se me erigiera una capilla. En ella mostraré y otorgaré a todos los hombres todo mi amor, mi misericordia, mi ayuda y mi protección (v. 23). Y para que se pueda realizar mi obra de misericordia, vete al palacio del obispo de México. Cuéntale que te he hecho mi mensajero y que te envío a él para que le digas lo mucho que deseo... que aquí, en estos campos, levante mi santuario (v. 26).

Objeciones:

María preguntó al ángel: -¿Cómo podrá suceder esto, si no vivo con ningún hombre? (1, 34).
Juan Diego da cuenta a María que, dada su pequeñez, su palabra no es de fiar delante del obispo: Me di cuenta, por el tono de sus palabras, que él piensa quizás que yo me he inventado todo eso de que tú quieres que se te edifique aquí un santuario; y cree tal vez que el encargo no ha salido de ti (v. 38). Luego entonces se disculpa: Perdóname de que, sin duda alguna contriste tu rostro y tu corazón y te desagrade y te cause aflicción, Señora y Reina mía (v. 41).

Signo:

El ángel le contestó: -El Espíritu Santo vendrá sobre ti... Por eso el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios. También tu parienta Isabel va a tener un hijo, a pesar de que es anciana... está encinta desde hace seis meses (1,35-36).
Cuando Juan Diego lleva al obispo la señal que éste le había pedido como prueba de que era enviado por la Señora, extendió su capa blanca donde llevaba la señal, las flores que la Virgen misma le envío recoger: En ese mismo instante apareció pintada en la capa la excelsa imagen de la siempre Virgen María (v. 107).

Los dos relatos se ubican dentro del proceso de la historia de la salvación teniendo por telón de fondo la encarnación. La anunciación del relato de Lucas presenta un Dios que se hace carne, que asume la condición humana contando con la participación libre y voluntaria de María (Cf. Lc 1,38). Por su parte, el Nican Mopohua nos presenta a la madre de Dios asumiendo modos y signos convencionales de la cultura náhuatl. El padre Fidel González también es de la idea que las apariciones van en la línea de la encarnación:
El gozne de la fe cristiana es la encarnación de Jesucristo en la historia humana. “El Verbo de Dios se hizo carne y plantó su tienda en medio de nosotros”, como plásticamente escribe el evangelio de san Juan (1,14). El creador se hace criatura humana, con todas las consecuencias de esta naturaleza, claro está, menos en el pecado. Aquella presencia encarnada toca todo. Pues bien, esto es lo que predica el acontecimiento guadalupano y lo que forma el temperamento católico de México.[4]

En María de Guadalupe, la madre de nuestro Redentor busca proteger a sus hijos, ser refugio dentro de un contexto de miseria, fruto de la conquista española hacia los indios, donde tanto vencedores y vencidos requieren de una “luz” que les indique el nuevo rumbo a seguir, pues a los invasores les cegaba la ambición y a los invadidos la desesperanza.
No podía ser más oportuna la aparición de Guadalupe en los umbrales del nacimiento de una nueva nación. Ella será signo de comunión en el esfuerzo por dejar atrás todo resentimiento y deseo de venganza, es por ello que:
La Virgen no busca la redención de Cristo recordando la pasada derrota, suscitando violencia o predicando odio y discordia, sino que elimina todo lo que pudiera restregar las heridas, y proclama la buena nueva de la fe y del amor, del perdón y de la paz. Tan solo mediante este “evangelio”, que es vínculo de unidad y fraternidad, se superan las tensiones, se fomenta el acercamiento, nace un nuevo pueblo. Ella, Santa María de Guadalupe, que lleva en su seno –como un misterio- a Cristo, cuando va a visitar a Santa Isabel, es la respuesta de la historia de la salvación a las necesidades de personas que están destinadas a la salvación, y de una patria que se abre a las esperanzas de la Iglesia.[5]

En nuestros pueblos, el evangelio ha sido anunciado presentando a la Virgen María como su realización más alta. Desde los orígenes –en su aparición y advocación de Guadalupe-, María constituyó el gran signo, de rostro maternal y misericordioso de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión. María fue también la voz que impulsó a la unión entre los hombres y los pueblos. Como el de Guadalupe, los otros santuarios marianos del continente son signos del encuentro de la fe de la Iglesia con la historia latinoamericana.[6]
El Magnificat (Lc 1,46-55) puede ser otro texto que, mediante un paralelo, nos ayude a entender el significado de la aparición de la Virgen de Guadalupe toda vez que en ambos textos se ensalza al pobre, se da a él prioridad. Lucas con un tono profético habla del derrumbe de los poderosos y orgullosos a quienes Dios despide vacíos, mientras que el Nican Mopohua presenta la elección de un hombre sencillo, un pobre cuya única riqueza es el Señor y que fue dócil y obediente a la madre del Señor. Su sencillez y humildad le valieron para ser el vidente bienaventurado y dignificado nada más ni nada menos que por el Señor por mediación de Guadalupe. El Documento de Puebla nos da alguna luz al respecto:
El Magnificat es espejo del alma de María. En ese poema logra su culminación la espiritualidad de los pobres de Yahvé y el profetismo de la antigua alianza. Es el cántico que anuncia el nuevo Evangelio de Cristo: es el preludio del Sermón de la Montaña. Allí María se nos manifiesta vacía de sí misma y poniendo toda su confianza en la misericordia del Padre. En el Magníficat se manifiesta como modelo para quienes no aceptan pasivamente las circunstancias adversas de la vida personal y social, ni son víctimas de la “alienación”, como hoy se dice, sino que, proclaman con ella que Dios “ensalza a los humildes” y, si es el caso, “derriba a los potentados de sus tronos (Puebla 297).

En qué grado de postración se hallaría Juan Diego que, al no hallar la acogida que esperaba ante el obispo en su primer encuentro con él, comentaría su tristeza a la Virgen de Guadalupe de este modo:
Yo soy un campesino de la región, un cordel, un peldaño, el desecho del pueblo, una hoja agitada por el viento (cortada del árbol de la vida). Soy un mandado. Soy una carga para todos. Y tú me envías a un lugar donde no tengo nada que buscar, porque yo no soy de la condición de ellos (Nican Mopohua v. 40).

María, al elegir a Juan Diego como su embajador ante el obispo Fray Juan de Zumárraga, está dignificando la persona humillada de nuestro vidente y con él a todos los desheredados. En un primer momento el obispo ciertamente no le tomará tan en serio como Juan Diego esperaba, esto lo desanima, lo hace sentir pobre e insignificante. Esto halla paralelo bíblico en Jeremías, quien se ve así mismo como un muchacho que no sabe hablar (Jr 1,4-10). Pero María lo confirma en su elección de que sea precisamente él y no otro, por muy importante o principal que sea, quien lleve a efecto su misión (Cf. Nican Mopohua 42). Y la cumple.


II. APROXIMACIÓN HISTÓRICA


Para acercarnos al acontecimiento histórico de las apariciones de nuestra Señora bajo la advocación de Guadalupe, haremos referencia al texto fundamental que narra las apariciones y el diálogo entre la Virgen de Guadalupe y Juan Diego: El Nican Mopohua.

El Nican Mopohua:

Las apariciones de la Virgen de Guadalupe nos son narradas en un documento de origen indígena cuyo título es Nican Mopohua o “Aquí se narra”. Es el documento más importante y sin duda el más antiguo sobre el acontecimiento guadalupano.
Su autor fue Antonio Valeriano, indio sabio y erudito del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco. Escribiría su obra a mediados del s. XVI recogiendo lo que debió escuchar por boca del mismo Juan Diego[7]. Dada la habilidad que los indios tenían para memorizar, es muy probable que nuestro vidente recordara punto por punto las palabras fundamentales de su diálogo que tuvo con Guadalupe, mismas que transmitió a cientos de oyentes, entre los que se encontraba Antonio Valeriano.[8]
Quizás nos asombre el hecho de que el Nican Mopohua no se puso por escrito sino hasta 1545, catorce años después del acontecimiento guadalupano. El lingüista mexicano Ángel María Garibay cree que el texto de las apariciones no se llegó a poner por escrito sino entre los años que van de 1560 a 1570. [9]
El Nican Mopohua es un texto de magistral literatura que recoge la simbología náhuatl y expresa la idea religiosa del mundo de los antiguos mexicanos. Es un texto inserto en la cultura indígena. No deja de ser un mensaje de esperanza para un pueblo postrado ante el invasor:
El Nican Mopohua se considera como obra maestra de la literatura náhuatl. Aparece en él todo el simbolismo de la concepción náhuatl del mundo y se expresa la idea de lo religioso que había en el panteón pagano de los aztecas. Al mismo tiempo, contiene el mensaje de una nueva y verdadera experiencia de Dios para un pueblo que, por la conquista de los españoles, había sufrido una profunda humillación en sus esperanzas religiosas de una nueva era.[10]

Lo que sucedió en los primeros días de diciembre de aquel año de 1531 en el cerro del Tepeyac, en el centro de México, cuando la imagen de la aparición quedó impresa milagrosamente en el ayate de Juan Diego ante los ojos atónitos del obispo Juan de Zumárraga, es algo que dejó profundas huellas en la historia de la fe del pueblo mexicano.

Sinopsis de las apariciones según el Nican Mopohua
Las Apariciones de Nuestra Señora la Virgen de Guadalupe a Juan Diego tienen como fin principal anunciar el hecho de la presencia de su Hijo Encarnado, Nuestro Señor Jesucristo, a los pueblos que habitaban el nuevo mundo y, también, a todos los pueblos del orbe. A continuación presentamos la cronología de los hechos a modo de sinopsis tal como se narran en el Nican Mopohua, texto principal de las apariciones de Guadalupe.[11]

Primera Aparición: Sábado 9 de diciembre de 1531, en la madrugada.

Juan Diego oye cantos de pájaros. Le llaman por su nombre; sube a la cumbre del cerro del Tepeyac y ve a la Niña que le ordena ir ante el obispo para pedirle un templo en el llano: Hijito mío, el más amado: yo soy la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdaderísimo Dios ... , mucho quiero tengan la bondad de construirme mi templecito (...) Allí estaré siempre dispuesta a escuchar su llanto, su tristeza, para purificar, para curar todas sus diferentes miserias, sus penas, sus dolores (vv. 23-25).

Segunda Aparición: Sábado 9 de diciembre de 1531, aproximadamente a las 5 de la tarde.

Juan Diego vuelve a la cumbre y da cuenta de la incredulidad del obispo y pide que escoja otro mensajero. Pero la Virgen le confirma en su misión y le ordena insistir al día siguiente: Hijito mío, el más pequeño: es indispensable que sea totalmente por tu intervención que se lleve a cabo mi deseo. Muchísimo te ruego y con rigor te mando, que mañana vayas otra vez a ver al Obispo. Y hazle oír muy claro mi voluntad, para que haga mi templo que le pido (vv. 43-44).

Tercera Aparición: Domingo 10 de diciembre de 1531, como a las 3 de la tarde.

Nuevamente en la cumbre, Juan Diego refiere su segunda entrevista con el obispo. Aún no le cree y le ordena pedir a la Señora una señal. La Virgen ordena a Juan Diego que vuelva al cerro al día siguiente para recibir la señal que le dará: Así está bien, hijito mío, el más amado. Mañana de nuevo vendrás aquí para que lleves al Gran Sacerdote la prueba, la señal que te pide. Con eso enseguida te creerá, y ya para nada desconfiará de ti. Juan Diego no vuelve por la enfermedad de su tío Juan Bernardino (vv. 65-66)

Cuarta Aparición: Martes 12 de diciembre de 1531, muy de madrugada.

Ante la gravedad de su tío, Juan Diego sale a México para buscar un sacerdote. Rodeó el cerro para que la Virgen no lo encontrara. Pero ella sale a su encuentro; lo tranquiliza acerca de la enfermedad de su tío: Te doy la plena seguridad de que ya sanó. Lo envía a la cumbre por las rosas que serán la señal. A su regreso, la Virgen le dice: Hijito queridísimo: estas diferentes flores son la prueba, la señal que le llevarás al Obispo. De parte mía le dirás que por favor vea en ellas mi deseo, y lo ejecute (v. 86).

Quinta Aparición: Martes 12 de diciembre de 1531, muy de madrugada.

Al mismo tiempo que se aparece a Juan Diego, se aparece a Juan Bernardino, tío del vidente, en su casa; le cura de sus enfermedades y le manifiesta su nombre y pide que de ahora en adelante, a su preciosa imagen precisamente se le llame, se le conozca, como la Siempre Virgen Santa María de Guadalupe (vv. 113-119)

Sexta Aparición: La pintura en la tilma: Martes 12 de diciembre de 1531.

En la casa del obispo Fray Juan de Zumárraga, Juan Diego muestra las rosas que llevaba en su ayate, señal dada por la Virgen: Desplegó su tilma, donde llevaba las flores. Y así, al tiempo que se esparcieron las diferentes flores preciosas, en ese mismo instante apareció de improviso en el humilde ayate la venerada imagen de la siempre Virgen María, Madre de Dios, tal como ahora tenemos la dicha de venerarla en lo que es su hogar predilecto, su templo del Tepeyac (v. 107).
Aunque el obispo Zumárraga y su sucesor en la sede episcopal, Don Alonso de Montúfar, de la Orden de Predicadores, fomentaron el culto de la Virgen de Guadalupe, el hecho de las apariciones y la veneración de la imagen en el cerro donde había estado antaño el santuario pagano de la diosa Tonantzin no dejaron de suscitar la oposición de otros misioneros españoles. El notable historiador Fray Bernardino de Sahagún se quejaba de que, habiendo tanto templo dedicada a la madre de Dios, los indios siguen frecuentando la Tonantzin. Pero la fe en la Virgen fue arraigando en el pueblo en momentos difíciles como la peste de 1544, la inundación de 1629, el tifus de 1736 y la persecución cristiana de 1926 a 1929. La devoción en Guadalupe había llegado para quedarse.


III. EVANGELIZACIÓN A PARTIR DE LA ADVOCACIÓN


La evangelización, bajo la nueva advocación de Santa María de Guadalupe, es iniciada por ella misma. En efecto, es ella quien llama a Juan Diego, lo eleva desde la postración en que se encuentra y por cada aparición lo confirma con inmenso cariño en su misión sin hacer reparo alguno en las objeciones del vidente. El ambiente mismo en que se llevan a cabo las apariciones entre flores y cantos remiten a Juan Diego a la entraña misma de su cultura. Una nueva manifestación de la divinidad se hacía patente para abrir un nuevo camino por el cual llegar al encuentro con el Señor que da la vida. Sin duda que el obispo jugará un papel importante: el de dar a conocer de modo oficial las apariciones de la Señora y de ejecutar su deseo. Pero Juan Diego mantiene su rol principal de mensajero ante el advenimiento de una nueva doctrina:
Las flores y los cantos eran para los antiguos mexicanos los medios adecuados para formular y expresar la verdad que ellos habían alcanzado a conocer. De estos dos recursos se sirve la Madre de Dios. El canto de las aves hace vibrar a Juan Diego para el encargo y la misión que se le va a confiar. Escucha los trinos del quetzal y del colibrí, en cuyos nombres se ocultan los nombres de las divinidades aztecas Quetzalcoátl y Huizilopochtli. La Reina del cielo, para probar la autenticidad de las apariciones escoge flores. Hace que Juan Diego las encuentre y las recoja en medio del mayor rigor del invierno, y las va tomando de su mano y devolviéndoselas luego: él, pobre indio, será el que transmita el mensaje. Es instrumento, él y solo él, representante del pueblo mexicano sojuzgado. No es el obispo el encargado de oír las palabras de la Señora. El obispo es, como quien dice, órgano de ejecución, y el encargado de confirmar la veracidad de las apariciones. Pero el que recibe el mensaje es Juan Diego. Para él y para su pueblo es la nueva doctrina.[12]

Guadalupe será en sí misma ícono de inculturación en la nueva evangelización, de modo que su presencia le resulta familiar a Juan Diego. Su fisonomía misma de rasgos mexicanos, su vestimenta cargada de signos significativos para los antiguos mexicanos como el color de jade exclusivo de la realeza, y la luna en cuarto creciente que representa una deidad azteca sobre el cual la Señora está de pie, da entender que se anuncia una nueva era: la asunción de una nueva y única divinidad, mayor que todas las divinidades aztecas, incluyendo la del dios sol:
La fisonomía externa de esta mujer no es desconocida para Juan. El rostro tiene el mismo color cobrizo que él. Su capa de color de jade –color reservado para los príncipes y señores- está cubierta de estrellas... María está de pie sobre la luna en cuarto creciente. La mujer revestida del sol, y con la luna a sus pies, es tipo de la Iglesia, que no será vencida jamás por los poderes del maligno. Y esto significa para los indios, en su lenguaje, que ha pasado definitivamente la era de Quetzalcoátl, cuyo símbolo era la luna en cuarto creciente, y que ese dios ha quedado sustituido por una nueva divinidad. Esa divinidad es mayor que el mundo de los dioses de los aztecas. Pues la mensajera de esa divinidad, Santa María Virgen, se halla por encima del sol, del dios sol, y los rayos del sol la circundan y adornan, realzando así su elevada misión.[13]

El Nican Mopohua narra el protagonismo de Juan Diego en las apariciones de la Virgen. Con ello, la Señora busca dejar bien en claro a los indios que ella no es madre de un dios, sino madre del único Dios por el que se vive, al que tanto habían esperado y buscado. Lejos de exigirle el olvido de su antiguo mundo religioso, lo asume y lo aprovecha para anunciarles el nuevo.[14]
Dios no podía menos que elegir a una mujer como el medio por el cual pudiera llegar al corazón de los indios, toda vez que en su cultura la figura materna es la que se ve más relacionada con la autoridad y el gobierno ante la ausencia de la figura del padre que por razones diversas se veía ausente del hogar:
El amor de Dios se presenta a los indios en sus mismas categorías culturales. La elección de una mujer, de una madre, obedecía a un hecho aún perceptible dentro de la familia mexicana: la figura paterna era muy venerada, pero necesariamente lejana y ausente por la poligamia y la guerra, de modo que la imagen más integrada como arquetipo de ternura y protección, y, por lo tanto, de autoridad y gobierno, era la materna. Un verdadero soberano debía ser, en cierto sentido, padre y madre de sus súbditos.[15]


El nombre de Guadalupe, signo del mestizaje.

La Virgen pidió a Juan Diego que habría de nombrarse a su bendita imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe (v. 119). Esto tenía un doble sentido que favoreció a la evangelización y a la unificación de ambos pueblos (español e indio): evitar la confusión con nombres de antiguas deidades aztecas y enviar una señal clara al obispo de que se trataba de la Santísima Virgen cuya advocación era similar a la de la Virgen venerada en España. No solo el rostro de la Señora dejado en la tilma del indio, sino su mismo nombre llevaba consigo el marco del mestizaje:
Guadalupe es la advocación de la Virgen María en su antiguo y venerado santuario de Extremadura, España, patria de muchos conquistadores empezando por Hernán Cortés. De Extremadura habían salido también los “Doce apóstoles franciscanos de México”. La palabra castellano-árabe Guadalupe significa etimológicamente río de luz o río de amor.[16]

Es muy significativo y providencial, que Dios haya querido que el mismo título, Guadalupe, de su Madre, Reina de España, viniese a convertirse en el corazón y en el alma de América Latina. Nada más apropiado para quien declaró al vidente Juan Diego ser la madre de aquel por quien vivimos, del creador de los hombres, del soberano de todo lo que está cerca y está junto, del señor de cielos y tierra (v. 22).

Documento de Puebla: evangelización y religiosidad popular.

A continuación presentamos unos números tomados del Documento de Puebla donde se nos habla del papel evangelizador de la Iglesia bajo la advocación de Guadalupe y de qué modo nuestra Señora ha arraigado en las manifestaciones de fe del pueblo sencillo, lo cual no deja de ser una aliciente pero a la vez un desafío para nuestra Iglesia acerca de cómo hacer accesible al pueblo el mensaje del evangelio.
Los pueblos latinoamericanos se ven amalgamados por el anuncio del evangelio ya desde el inicio tomando un cariz particular que lo distingue del resto de las naciones, y que no halla signo de unidad más que en el rostro de Guadalupe:
El evangelio encarnado en nuestros pueblos los congrega en una originalidad histórica cultural que llamamos América Latina. Esa identidad se simboliza muy luminosamente en el rostro mestizo de maría de Guadalupe que se yergue al inicio de la evangelización (Puebla 446).

La devoción guadalupana, tan vivida principalmente por los pobres, sirve de puente entre nuestros pueblos latinoamericanos y entre distintos estratos sociales. Podrá haber divisiones de color, idioma, de culturas, etc., pero en la Morena del Tepeyac todos nos vemos como un solo pueblo. Ella nos congrega, nos guarda, nos educa y nos envía como envió a Juan Diego. En ella toda diversidad halla su punto de encuentro.
Esta religión del pueblo es vivida preferentemente por los pobres y sencillos, pero abarca todos los sectores sociales y es, a veces, uno de los pocos vínculos que reúne a los hombres en nuestras naciones políticamente tan divididas. Eso sí, debe sostenerse que esa unidad contiene diversidades múltiples según los grupos sociales, étnicos e incluso, generacionales (Puebla 447).

La imagen de Santa María de Guadalupe es toda una catequesis para el pueblo sencillo que es capaz de descubrir toda una sabiduría contenida en el ícono guadalupano expresada en las raíces de su existencia misma, su dignidad de hijos de Dios y el discernimiento acerca de la fidelidad al evangelio:
La religiosidad del pueblo, en su núcleo, es un acervo de valores que responde con sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la existencia. La sabiduría popular católica tiene una capacidad de síntesis vital; así conlleva creadoramente lo divino y lo humano: Cristo y María; espíritu y cuerpo; comunión e institución; persona y comunidad; fe y patria; inteligencia y afecto. Esa sabiduría es humanismo cristiano que afirma radicalmente la dignidad de toda persona como hijo de Dios, establece una fraternidad fundamental, enseña a encontrar la naturaleza y a comprender el trabajo y proporciona las razones para la alegría y el humor, aún en medio de una vida muy dura. Esa sabiduría es también para el pueblo un principio de discernimiento, un instinto evangélico por el que capta espontáneamente cuándo se sirve en la Iglesia al evangelio y cuándo se lo vacía y asfixia con otros intereses (Puebla 448).

Para concluir este apartado traeremos a colación cuatro perspectivas teológicas que nos presenta Virgilio Elizondo y que bien pudieron contribuir al rápido desarrollo de la difusión guadalupana -y con ello del evangelio- entre los pueblos del nuevo mundo: [17]
1. La guadalupana se identifica con el supremo poder creador, es decir, el poder de crear y la presencia creadora. Ella se presenta como “Madre del Dios verdadero mediante el que se vive” (v. 22).
2. La guadalupana es un símbolo de una nueva creación, de un pueblo. Solo mediante un acontecimiento venido del cielo, podía invertirse la conquista del pueblo mexicano y hacer que un pueblo estuviera verdaderamente orgulloso de su nueva existencia.
3. La guadalupana responde a los instintos más profundos de la psique mexicana, a la obsesión por la legitimidad, es decir, la ansiedad que produce ser un pueblo huérfano: se podría decir que el drama responde a una necesidad más profunda: la dignidad, el restablecimiento del yo, un yo hecho a imagen y semejanza del Creador. La guadalupana sugiere –quizás sea lo más significativo- que la necesidad más profunda es la de experimentar el rostro materno de Dios.
4. La guadalupana simboliza la inversión del poder, inversión que se hizo no mediante la fuerza militar, sino mediante la penetración de símbolos cuyo significado es mutuamente comprendido.
La nueva advocación agarró carne en suelo indio. La presencia de Guadalupe no fue una imposición, todo lo contrario, fue una asunción de los valores indígenas. En adelante todos los afligidos encontrarán en ella una madre que da consuelo y esperanza.


IV. ACTUALIDAD DE LA ADVOCACIÓN MARIANA


María dijo a Juan Diego y lo repite hoy día a cada cristiano: ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? (v. 76). De esta manera, la Virgen se presentaba como Madre de Jesús y Madre de los hombres.
La aparición de María en el cerro del Tepeyac señaló en todo el imperio azteca el comienzo de un extraordinario movimiento de conversión al evangelio con efectos en todo el nuevo continente, llegando incluso hasta las lejanas Islas Filipinas. Juan Pablo II, por eso, en su primer viaje a América Latina, llamó a nuestra Señora de Guadalupe “Estrella de la evangelización” y “Madre de la Iglesia en América Latina”.[18]
La Virgen Morena, según Juan Pablo II, hace cercano a Cristo y comunica a los hombres con Dios. No solo eso, también llama a sus hijos a la solidaridad y a la justicia, pues no es ajena a los derechos del hombre que pide sean respetados.
Nuestra Señora de Guadalupe sigue siendo hoy día el gran signo de la cercanía de Cristo, con quien ella invita a cada hombre a entrar en comunión, a fin de llegar al Padre. Al mismo tiempo, María es la voz que exhorta a los hombres a tener comunión unos con otros, respetándose mutuamente los derechos de todos y distribuyéndose justamente los bienes de la tierra.[19]

Bajo esta misma línea invocatoria, Juan Pablo II suplica a María en nombre de toda la Iglesia que muestre los caminos más apropiados para entregarse a una nueva evangelización. Como cabeza que era del pueblo de Dios que peregrina en esta parte del continente, imploraba a Guadalupe la gracia de servir a esta noble causa con nuevo celo misionero. [20]
Guadalupe hizo capaz lo que para los hombres era imposible, lograr la unión de dos pueblos, dos culturas. A 22 años de celebrarse el V centenario de las apariciones de nuestra Señora, ella sigue más viva que nunca no solo en el corazón de los mexicanos, sino en todo latinoamericano e incluso en todos aquellos que, sin importar raza o nacionalidad llegan a descubrir en la Morena del Tepeyac lo cercano que Dios puede ser al hombre que con humildad se abre al Señor.
El acontecimiento guadalupano, lejos de ser legendario, constituye un ejemplo cumplido de lo que hoy se ha dado en llamar “inculturación” del cristianismo en los pueblos mexicanos. Hace cinco siglos era impensable la posibilidad de la formación de un pueblo unido y mezclado, mestizo dicen muchos, por el antagonismo que existía entre los dos mundos: el ancestral existente en aquel antiguo mundo de las culturas mexicas y el nuevo apenas llegado de Europa. Dos mundos, dos visiones religiosas y culturales imposibles humanamente de reconciliar; pero además la violencia, también física, del contraste, hundía todo puente posible entre los dos mundos y echaba a perder toda imaginable conciliación. Y sin embargo se encontraron y se reconciliaron. El P. González dice que:[21]
La imagen impresa en la tilma del indio Juan Diego sigue en su lugar, en la Basílica de Guadalupe, en la Villa, en los millares de templos y capillas, en calles y plazas, negocios y fábricas y en los hogares particulares, pero sobre todo en el corazón de cada mexicano que se sienta tal.[22]

Las peregrinaciones:

Una de las manifestaciones más vivas de veneración a la Virgen de Guadalupe son las peregrinaciones que se llevan a cabo por parte de fieles venidos no solo desde el último rincón de México, sino del extranjero. Según las estadísticas, los días de fiesta de la Virgen que van desde el 9 al 12 de diciembre, el número de peregrinos oscila entre los 7 millones. Es impresionante cómo las diócesis se organizan cada año para postrarse ante los pies de la Morena del Tepeyac en quien encuentran esa paz que solo una madre puede dar. Esta tradición pasa de padres a hijos con lo que se ve mantenida, firme y siempre actual la devoción a María de Guadalupe. Transcribo a continuación el testimonio del P. González de una peregrinación de la diócesis de Querétaro en julio del 2002:
Desde hace ya muchos años, en la peregrinación a pie participan divididos por grupos, hombres y mujeres de todas las edades y condiciones. La peregrinación comienza unos 15 días antes de su llegada a Guadalupe. Muchos peregrinos emplean hasta una semana en bajar de los ranchos de la sierra o en cruzar los llanos de la meseta hasta Querétaro. Desde aquí, y en jornadas bien programadas, el río de peregrinos camina como un pueblo unido hacia la meta del Tepeyac, divididos en columnas y por comunidades de pueblos y parroquias, y animados por una multitud de sacerdotes y seglares voluntarios. Cada año, la peregrinación tiene un tema de catequesis de fondo, por lo que se ha convertido en una especie de larga misión popular o de ejercicios espirituales colectivos, de romería y de fiesta de la memoria católica personal y colectiva de todo un pueblo. De hecho, los romeros se confiesan en el camino, cantan y danzan en honor de Santa María de Guadalupe.
Los peregrinos de a pie empiezan a llegar a Guadalupe hacia las 6 de la mañana y continúan a lo largo de toda la mañana, hasta las 3 o 4 de la tarde; ya les esperan varios millares que los han precedido en camiones, autobuses y coches. Entran cantando y rezando el rosario en la basílica para pasar ante la Señora del Tepeyac; siguen hasta la gran explanada del Santuario, donde continúan las danzas religiosas, las representaciones y los rezos, dividios por parroquias, pueblos y comunidades. Hacia las 3 de la tarde se celebra la misa presidida por su obispo desde el balcón central de la basílica. Eran más de 50 000 los que habían hecho la peregrinación… Los peregrinos cuando pasan ante la Virgen enmudecen. Ya no se canta ni se susurra, se mira y se contempla, se reza con las expresiones y ciertamente en lo profundo del corazón. Aquellos gestos sin palabras y sin ruidos, no obstante el hecho de ser millares, me llenaron a mí también de silencio profundo y de adoración del misterio. Esto es Guadalupe. Y esto son las peregrinaciones diarias y normales o las extraordinarias, como ésta, que se ven cada fin de semana.[23]

A Diario, por turno, llegan al santuario de Guadalupe las peregrinaciones, unas organizadas por las diócesis de México, otras por numerosos grupos de personas o de gremios. A diario se ven parejas de novios, de recien casados, de familias enteras con sus niños, jóvenes y ancianos, que peregrinan juntos. Los grupos se organizan con sus estandartes y banderas de telas, ofrendas florales y plumajes multicolores; danzas ancestrales y música de todo tipo y sabor tradicional acompañan la marcha de los peregrinos. Es una manera claramente apasionada y sincera de profesar su fe, de rezar, de pedir favores y de agradecer a la Virgen el don de sus cuidados maternos.[24]


CONCLUSIÓN

Ante la imagen de la guadalupana nos encontramos indudablemente frente un suceso trascendente: una manifestación divina venida de lo alto para indicar el camino de la reconciliación y de comunión a un pueblo que empezaba a nacer como fusión del español y el indígena: el pueblo mexicano, mestizo en su mayoría, que hunde sus raíces en las culturas que precisamente lo fusionaron.
A partir del acontecimiento guadalupano, los indígenas bautizados veneran bajo la advocación de Guadalupe la persona histórica de María de Nazaret, madre de Jesús, Verbo encarnado en su seno. No es simplemente la transposición de un símbolo. Guadalupe es un acontecimiento histórico. Tal historicidad llena de contenido un símbolo que hace razonable una práctica y una devoción mariana de la envergadura de Guadalupe. Las apariciones de Guadalupe afirman, sin duda, la catolicidad del anuncio cristiano y la capacidad inculturadora del mismo llevada a cabo por los misioneros.
La Virgen Morena es maestra de inculturación. Asume el lenguaje de los indios y sus símbolos para comunicarse de modo entendible, sin imposición alguna. Su figura y su trato amable es bastante familiar a Juan Diego. No anuncia –como buena madre- ni amenazas ni venganzas ni incita en modo alguno a la violencia contra el pueblo venido de Europa, sino todo lo contrario, su mensaje busca incitar la reconciliación y la solidaridad entre los pueblos.
Solo María de Nazaret –a través de su mensajero san Juan Diego- podía lograr una síntesis entrañable entre muchos mundos tan extraños y aparentemente tan opuestos. Su cara algo morena pero plena de ternura, su mirada de madre misericordiosa estaba –y está- diciendo que quería misericordia y no sacrificios; encuentro cordial, y no frontal o fatal desencuentro; reconciliación, y no odiosa humillación.
En resumen: la joven mujer vestida de sol que se apareció a Juan Diego en el Tepeyac estaba pidiendo comunión fraterna y cristiano mestizaje. Muchos indios entendieron el mensaje a la primera. A algunos españoles quizás les costó más trabajo. Pero a pesar de todos los pesares y de ciertas asperezas, el milagro de la evangelización, del encuentro y del mestizaje se produjo. Y ahí está bien vivo para quien lo quiera ver. ¡Gracias a ella!


[1] F. González Fernández, Guadalupe: pulso y corazón de un pueblo, p. 14.
[2] Traducción del texto Nican Mopohua, donde se narran las apariciones de la Virgen de Guadalupe a san Juan Diego, por Ángel María Garibay, en H. Multhaupt y E. Prégader, El mensaje de Guadalupe, p. 15. En adelante seguiremos la citación de esta traducción.
[3] Del náhuatl: “aquí se narra”, del erudito indio Antonio Valeriano, de mediados del s. XVI. Cf., F. González Fernández, Guadalupe: pulso y corazón..., p. 455.
[4]F. González Fernández, Sangre y corazón de un pueblo, pp. 284-285.
[5] Carta Pastoral de los obispos mexicanos (No. 50), del 15 de agosto de 1978, en H. Multhaupt y E. Prégader, El mensaje de Guadalupe,... p. 56.
[6] Cf. Ibid, p. 59.
[7] Juan Diego Cuauhtlatoatzin (Águila que habla), a sus 57 años protagoniza uno de los episodios más importantes de la historia de México y de América: Su encuentro con la Virgen de Guadalupe. Por cuestión de tiempo y espacio no nos extendemos en su biografía, para ello remitimos a : F. González Fernández, Guadalupe: pulso y corazón..., pp.205-224.
[8] Cf. F. González Fernández, Guadalupe: pulso y corazón..., pp. 91-92.
[9]Cf. H. Multhaupt y E. Prégader, El mensaje de Guadalupe, p. 9.
[10] Ibid, p. 10.
[11] Seguiremos el esquema planteado en F. González Fernández, Guadalupe: pulso y corazón..., pp. 452-454. Pero la citación la tomaremos del Dr. Garibay como hemos dicho anteriormente en la cita n. 2.
[12] H. Multhaupt, op cit., p. 49.
[13] Ibid, pp. 48-49.
[14] Cf. F. González Fernández, Guadalupe: pulso y corazón..., p. 418.
[15] Ibid.
[16] F. González Fernández, Sangre y corazón de un pueblo, pp. 280-281.
[17] V. Elizondo, La morenita, en J. Rodríguez, “Tonantzin Guadalupe: desde la pasión y la muerte a la resurrección”, en Concilium, n. 327 (2008), pp. 125-126.
[18] Cf. Alocución de SS. Juan Pablo II antes del rezo del Ángelus, 13 de diciembre de 1987, en H. Multhaupt, op cit., pp. 61-62.
[19] Ibid, p. 62.
[20] Ibid.
[21] Cf. F. González Fernández, Sangre y corazón…, p. 284.
[22] Ibid.
[23] F. González Fernández, Guadalupe: pulso y corazón..., pp. 449-450.
[24] Cf. Ibid, p. 445.