viernes, 26 de diciembre de 2008

Santa María Madre de Dios bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe

INTRODUCCIÓN

Para entrar en un diálogo humano-divino Dios elige adoptar forma humana. De igual modo, María, la madre de nuestro Señor bajo la advocación de Guadalupe entra en el mundo náhuatl, el mundo mexicano, el mundo americano mexicano, en el mundo de aquellos que la invocan y creen y confían en ella. Viene de un modo que el pueblo está preparado para comprender, vestida con sus símbolos y encarnando su identidad. Ella entra y resucita una memoria expresada en las historias y las verdades de una cultura. Se encuentra con el pueblo allí donde el pueblo está y lo conduce a una sabiduría más profunda. Ella usa sus símbolos y los lleva más allá de sus propios límites.
Mediante cuatro apartados presentaremos de qué manera la advocación de Guadalupe nació, se desarrolló y se mantiene vigente en la Iglesia faltando poco más de dos decenios para la celebración del V centenario de su aparición al indio san Juan Diego.
En el primer apartado, a modo de fundamentación bíblica, presentaremos un paralelo entre el Nican Mopohua (texto que narra las apariciones de la Virgen de Guadalupe) y la anunciación del ángel Gabriel a María. La estructura de ambos textos presenta una similitud lo que nos da a entender que el texto guadalupano retoma una tradición bíblica de presentar cómo Dios se hace presente en medio de su pueblo.
Nos acercaremos a la historicidad de lo hechos en el segundo apartado. A grandes rasgos conoceremos el origen histórico del Nican Mopohua así como su contenido que nos narra las apariciones de la Virgen Morena al indio Juan Diego.
En el tercer apartado veremos cómo Guadalupe se aparece con símbolos de la cultura náhuatl. Su aparición es inculturada. Su persona misma no es extraña al vidente Juan Diego. Lenguaje, modos y gestos son usados por nuestra Señora para llegar al corazón de Juan Diego y confiarle una misión. Para los indígenas significó su dignificación, reconocer que Dios no los había abandonado ante el advenimiento de una nueva era.
Por último, en el cuarto apartado, conoceremos cómo nuestra Señora ha sido el punto de convergencia de pueblos diversos que a mente alguna le hubiera sido posible unir y cómo continúa reuniendo en torno así a sus hijos e hijas de la Iglesia. Trataremos la actualidad de su advocación, especialmente a partir de las peregrinaciones que, tanto diócesis como agrupaciones particulares, cada año realizan al santuario mariano más grande del mundo que se halla en Ciudad de México: la Villa de Guadalupe.


I. FUNDAMENTACIÓN BÍBLICA


Para presentar una fundamentación bíblica de Santa María Virgen bajo la advocación de Guadalupe, encontramos que no existe en las Sagradas Escrituras una referencia explícita donde se trate a María, la madre de nuestro Señor Jesucristo, como nuestra Señora Santa María de Guadalupe. Sin embargo, ya los indígenas mexicanos bautizados veneraban con el nombre de Virgen de Guadalupe la persona histórica de María de Nazaret.[1]
En la tradición guadalupana, a merced de las apariciones de Guadalupe y de fuentes documentales, no se tuvo duda de que la Virgen de Guadalupe no era otra sino la madre de Jesús, el Salvador del mundo. Juan Diego, el vidente de las apariciones, buscaba febrilmente darle a entender a Fray Juan de Zumárraga, primer obispo de México, que, quien se le había aparecido era la amabilísima y siempre Virgen María, la maravillosa madre de nuestro Redentor y Señor Jesucristo (Nican Mopohua 53).[2]
Por medio del paralelismo podemos hallar una cierta analogía entre el relato bíblico de la anunciación del ángel Gabriel a María -del evangelista Lucas- y el relato de las apariciones de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego que se recoge en el texto del Nican Mopohua.[3] Ambos relatos presentan una situación en que un ser celestial aparece y entra en diálogo con un ser terrenal a quien le encomienda una determinada misión salvífica. Pero el Nican Mopohua más que anunciación parece un llamamiento. Es Guadalupe quien se aparece y llama a Juan Diego, hombre sencillo de pueblo, y le encomienda una misión. Este llamamiento encuentra paralelos en personajes del Antiguo Testamento que fueron llamados por Dios como Moisés (Ex 3 ss); Isaías (Is 6;) y Jeremías (Jr 1,4 ss). Sin embargo, traeremos a colación su paralelo con la anunciación del ángel Gabriel a María por cuanto que este relato, además de ser una anunciación, comporta, para María, un llamamiento a la participación libre y voluntaria de ser la madre del Salvador.
En ambos relatos podemos encontrar una estructura literaria típica de las anunciaciones (aparición, turbación del interlocutor, mensaje, objeciones y signo) pero que también pudiera ser convertible para una estructura de llamamiento. No viene ahora a cuenta discutir esta situación. Mejor presentamos el paralelo de estos relatos para darnos una mayor idea de cómo el texto del Nican Mopohua hunde su género literario en las Sagradas Escrituras:

PARALELISMO: ANUNCIACIÓN DEL ÁNGEL GABRIEL A MARÍA (Lc) Y
NICAN MOPOHUA

Aparición:

A los seis meses, Dios mandó al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea llamado Nazaret, donde vivía una joven llamada María... El ángel entró en el lugar donde ella estaba, y le dijo: -¡Salve, llena de gracia! El señor está contigo (1, 26-28).
Juan Diego fue subiendo al cerro de donde escuchaba un bello canto y, al llegar a lo alto, vio allí a una distinguida señora que estaba en pie y le llamaba, invitándole a acercarse (v 15). Lo saludó con estas palabras: Escucha el más pequeño de mis hijos, respetable Juan: ¿a dónde te diriges? (v. 20).

Turbación del interlocutor:

María se sorprendió de estas palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo (1,29).
Juan Diego, al oír un canto como de aves, se preguntó: ¿Merezco yo algo así? ¿Estaré en el país de las flores? ¿Estaré en el cielo? (v.10-11).

Mensaje:

El ángel le dijo: -María, no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios... Tendrás un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios altísimo, y Dios el Señor lo hará rey como a su antepasado David, para que reine por siempre sobre el pueblo de Jacob. Su reinado no tendrá fin (1, 30-33).
La Virgen dice a Juan Diego: Deseo vivamente y me agradaría mucho que en este lugar [cerro del Tepeyac] se me erigiera una capilla. En ella mostraré y otorgaré a todos los hombres todo mi amor, mi misericordia, mi ayuda y mi protección (v. 23). Y para que se pueda realizar mi obra de misericordia, vete al palacio del obispo de México. Cuéntale que te he hecho mi mensajero y que te envío a él para que le digas lo mucho que deseo... que aquí, en estos campos, levante mi santuario (v. 26).

Objeciones:

María preguntó al ángel: -¿Cómo podrá suceder esto, si no vivo con ningún hombre? (1, 34).
Juan Diego da cuenta a María que, dada su pequeñez, su palabra no es de fiar delante del obispo: Me di cuenta, por el tono de sus palabras, que él piensa quizás que yo me he inventado todo eso de que tú quieres que se te edifique aquí un santuario; y cree tal vez que el encargo no ha salido de ti (v. 38). Luego entonces se disculpa: Perdóname de que, sin duda alguna contriste tu rostro y tu corazón y te desagrade y te cause aflicción, Señora y Reina mía (v. 41).

Signo:

El ángel le contestó: -El Espíritu Santo vendrá sobre ti... Por eso el niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios. También tu parienta Isabel va a tener un hijo, a pesar de que es anciana... está encinta desde hace seis meses (1,35-36).
Cuando Juan Diego lleva al obispo la señal que éste le había pedido como prueba de que era enviado por la Señora, extendió su capa blanca donde llevaba la señal, las flores que la Virgen misma le envío recoger: En ese mismo instante apareció pintada en la capa la excelsa imagen de la siempre Virgen María (v. 107).

Los dos relatos se ubican dentro del proceso de la historia de la salvación teniendo por telón de fondo la encarnación. La anunciación del relato de Lucas presenta un Dios que se hace carne, que asume la condición humana contando con la participación libre y voluntaria de María (Cf. Lc 1,38). Por su parte, el Nican Mopohua nos presenta a la madre de Dios asumiendo modos y signos convencionales de la cultura náhuatl. El padre Fidel González también es de la idea que las apariciones van en la línea de la encarnación:
El gozne de la fe cristiana es la encarnación de Jesucristo en la historia humana. “El Verbo de Dios se hizo carne y plantó su tienda en medio de nosotros”, como plásticamente escribe el evangelio de san Juan (1,14). El creador se hace criatura humana, con todas las consecuencias de esta naturaleza, claro está, menos en el pecado. Aquella presencia encarnada toca todo. Pues bien, esto es lo que predica el acontecimiento guadalupano y lo que forma el temperamento católico de México.[4]

En María de Guadalupe, la madre de nuestro Redentor busca proteger a sus hijos, ser refugio dentro de un contexto de miseria, fruto de la conquista española hacia los indios, donde tanto vencedores y vencidos requieren de una “luz” que les indique el nuevo rumbo a seguir, pues a los invasores les cegaba la ambición y a los invadidos la desesperanza.
No podía ser más oportuna la aparición de Guadalupe en los umbrales del nacimiento de una nueva nación. Ella será signo de comunión en el esfuerzo por dejar atrás todo resentimiento y deseo de venganza, es por ello que:
La Virgen no busca la redención de Cristo recordando la pasada derrota, suscitando violencia o predicando odio y discordia, sino que elimina todo lo que pudiera restregar las heridas, y proclama la buena nueva de la fe y del amor, del perdón y de la paz. Tan solo mediante este “evangelio”, que es vínculo de unidad y fraternidad, se superan las tensiones, se fomenta el acercamiento, nace un nuevo pueblo. Ella, Santa María de Guadalupe, que lleva en su seno –como un misterio- a Cristo, cuando va a visitar a Santa Isabel, es la respuesta de la historia de la salvación a las necesidades de personas que están destinadas a la salvación, y de una patria que se abre a las esperanzas de la Iglesia.[5]

En nuestros pueblos, el evangelio ha sido anunciado presentando a la Virgen María como su realización más alta. Desde los orígenes –en su aparición y advocación de Guadalupe-, María constituyó el gran signo, de rostro maternal y misericordioso de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión. María fue también la voz que impulsó a la unión entre los hombres y los pueblos. Como el de Guadalupe, los otros santuarios marianos del continente son signos del encuentro de la fe de la Iglesia con la historia latinoamericana.[6]
El Magnificat (Lc 1,46-55) puede ser otro texto que, mediante un paralelo, nos ayude a entender el significado de la aparición de la Virgen de Guadalupe toda vez que en ambos textos se ensalza al pobre, se da a él prioridad. Lucas con un tono profético habla del derrumbe de los poderosos y orgullosos a quienes Dios despide vacíos, mientras que el Nican Mopohua presenta la elección de un hombre sencillo, un pobre cuya única riqueza es el Señor y que fue dócil y obediente a la madre del Señor. Su sencillez y humildad le valieron para ser el vidente bienaventurado y dignificado nada más ni nada menos que por el Señor por mediación de Guadalupe. El Documento de Puebla nos da alguna luz al respecto:
El Magnificat es espejo del alma de María. En ese poema logra su culminación la espiritualidad de los pobres de Yahvé y el profetismo de la antigua alianza. Es el cántico que anuncia el nuevo Evangelio de Cristo: es el preludio del Sermón de la Montaña. Allí María se nos manifiesta vacía de sí misma y poniendo toda su confianza en la misericordia del Padre. En el Magníficat se manifiesta como modelo para quienes no aceptan pasivamente las circunstancias adversas de la vida personal y social, ni son víctimas de la “alienación”, como hoy se dice, sino que, proclaman con ella que Dios “ensalza a los humildes” y, si es el caso, “derriba a los potentados de sus tronos (Puebla 297).

En qué grado de postración se hallaría Juan Diego que, al no hallar la acogida que esperaba ante el obispo en su primer encuentro con él, comentaría su tristeza a la Virgen de Guadalupe de este modo:
Yo soy un campesino de la región, un cordel, un peldaño, el desecho del pueblo, una hoja agitada por el viento (cortada del árbol de la vida). Soy un mandado. Soy una carga para todos. Y tú me envías a un lugar donde no tengo nada que buscar, porque yo no soy de la condición de ellos (Nican Mopohua v. 40).

María, al elegir a Juan Diego como su embajador ante el obispo Fray Juan de Zumárraga, está dignificando la persona humillada de nuestro vidente y con él a todos los desheredados. En un primer momento el obispo ciertamente no le tomará tan en serio como Juan Diego esperaba, esto lo desanima, lo hace sentir pobre e insignificante. Esto halla paralelo bíblico en Jeremías, quien se ve así mismo como un muchacho que no sabe hablar (Jr 1,4-10). Pero María lo confirma en su elección de que sea precisamente él y no otro, por muy importante o principal que sea, quien lleve a efecto su misión (Cf. Nican Mopohua 42). Y la cumple.


II. APROXIMACIÓN HISTÓRICA


Para acercarnos al acontecimiento histórico de las apariciones de nuestra Señora bajo la advocación de Guadalupe, haremos referencia al texto fundamental que narra las apariciones y el diálogo entre la Virgen de Guadalupe y Juan Diego: El Nican Mopohua.

El Nican Mopohua:

Las apariciones de la Virgen de Guadalupe nos son narradas en un documento de origen indígena cuyo título es Nican Mopohua o “Aquí se narra”. Es el documento más importante y sin duda el más antiguo sobre el acontecimiento guadalupano.
Su autor fue Antonio Valeriano, indio sabio y erudito del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco. Escribiría su obra a mediados del s. XVI recogiendo lo que debió escuchar por boca del mismo Juan Diego[7]. Dada la habilidad que los indios tenían para memorizar, es muy probable que nuestro vidente recordara punto por punto las palabras fundamentales de su diálogo que tuvo con Guadalupe, mismas que transmitió a cientos de oyentes, entre los que se encontraba Antonio Valeriano.[8]
Quizás nos asombre el hecho de que el Nican Mopohua no se puso por escrito sino hasta 1545, catorce años después del acontecimiento guadalupano. El lingüista mexicano Ángel María Garibay cree que el texto de las apariciones no se llegó a poner por escrito sino entre los años que van de 1560 a 1570. [9]
El Nican Mopohua es un texto de magistral literatura que recoge la simbología náhuatl y expresa la idea religiosa del mundo de los antiguos mexicanos. Es un texto inserto en la cultura indígena. No deja de ser un mensaje de esperanza para un pueblo postrado ante el invasor:
El Nican Mopohua se considera como obra maestra de la literatura náhuatl. Aparece en él todo el simbolismo de la concepción náhuatl del mundo y se expresa la idea de lo religioso que había en el panteón pagano de los aztecas. Al mismo tiempo, contiene el mensaje de una nueva y verdadera experiencia de Dios para un pueblo que, por la conquista de los españoles, había sufrido una profunda humillación en sus esperanzas religiosas de una nueva era.[10]

Lo que sucedió en los primeros días de diciembre de aquel año de 1531 en el cerro del Tepeyac, en el centro de México, cuando la imagen de la aparición quedó impresa milagrosamente en el ayate de Juan Diego ante los ojos atónitos del obispo Juan de Zumárraga, es algo que dejó profundas huellas en la historia de la fe del pueblo mexicano.

Sinopsis de las apariciones según el Nican Mopohua
Las Apariciones de Nuestra Señora la Virgen de Guadalupe a Juan Diego tienen como fin principal anunciar el hecho de la presencia de su Hijo Encarnado, Nuestro Señor Jesucristo, a los pueblos que habitaban el nuevo mundo y, también, a todos los pueblos del orbe. A continuación presentamos la cronología de los hechos a modo de sinopsis tal como se narran en el Nican Mopohua, texto principal de las apariciones de Guadalupe.[11]

Primera Aparición: Sábado 9 de diciembre de 1531, en la madrugada.

Juan Diego oye cantos de pájaros. Le llaman por su nombre; sube a la cumbre del cerro del Tepeyac y ve a la Niña que le ordena ir ante el obispo para pedirle un templo en el llano: Hijito mío, el más amado: yo soy la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdaderísimo Dios ... , mucho quiero tengan la bondad de construirme mi templecito (...) Allí estaré siempre dispuesta a escuchar su llanto, su tristeza, para purificar, para curar todas sus diferentes miserias, sus penas, sus dolores (vv. 23-25).

Segunda Aparición: Sábado 9 de diciembre de 1531, aproximadamente a las 5 de la tarde.

Juan Diego vuelve a la cumbre y da cuenta de la incredulidad del obispo y pide que escoja otro mensajero. Pero la Virgen le confirma en su misión y le ordena insistir al día siguiente: Hijito mío, el más pequeño: es indispensable que sea totalmente por tu intervención que se lleve a cabo mi deseo. Muchísimo te ruego y con rigor te mando, que mañana vayas otra vez a ver al Obispo. Y hazle oír muy claro mi voluntad, para que haga mi templo que le pido (vv. 43-44).

Tercera Aparición: Domingo 10 de diciembre de 1531, como a las 3 de la tarde.

Nuevamente en la cumbre, Juan Diego refiere su segunda entrevista con el obispo. Aún no le cree y le ordena pedir a la Señora una señal. La Virgen ordena a Juan Diego que vuelva al cerro al día siguiente para recibir la señal que le dará: Así está bien, hijito mío, el más amado. Mañana de nuevo vendrás aquí para que lleves al Gran Sacerdote la prueba, la señal que te pide. Con eso enseguida te creerá, y ya para nada desconfiará de ti. Juan Diego no vuelve por la enfermedad de su tío Juan Bernardino (vv. 65-66)

Cuarta Aparición: Martes 12 de diciembre de 1531, muy de madrugada.

Ante la gravedad de su tío, Juan Diego sale a México para buscar un sacerdote. Rodeó el cerro para que la Virgen no lo encontrara. Pero ella sale a su encuentro; lo tranquiliza acerca de la enfermedad de su tío: Te doy la plena seguridad de que ya sanó. Lo envía a la cumbre por las rosas que serán la señal. A su regreso, la Virgen le dice: Hijito queridísimo: estas diferentes flores son la prueba, la señal que le llevarás al Obispo. De parte mía le dirás que por favor vea en ellas mi deseo, y lo ejecute (v. 86).

Quinta Aparición: Martes 12 de diciembre de 1531, muy de madrugada.

Al mismo tiempo que se aparece a Juan Diego, se aparece a Juan Bernardino, tío del vidente, en su casa; le cura de sus enfermedades y le manifiesta su nombre y pide que de ahora en adelante, a su preciosa imagen precisamente se le llame, se le conozca, como la Siempre Virgen Santa María de Guadalupe (vv. 113-119)

Sexta Aparición: La pintura en la tilma: Martes 12 de diciembre de 1531.

En la casa del obispo Fray Juan de Zumárraga, Juan Diego muestra las rosas que llevaba en su ayate, señal dada por la Virgen: Desplegó su tilma, donde llevaba las flores. Y así, al tiempo que se esparcieron las diferentes flores preciosas, en ese mismo instante apareció de improviso en el humilde ayate la venerada imagen de la siempre Virgen María, Madre de Dios, tal como ahora tenemos la dicha de venerarla en lo que es su hogar predilecto, su templo del Tepeyac (v. 107).
Aunque el obispo Zumárraga y su sucesor en la sede episcopal, Don Alonso de Montúfar, de la Orden de Predicadores, fomentaron el culto de la Virgen de Guadalupe, el hecho de las apariciones y la veneración de la imagen en el cerro donde había estado antaño el santuario pagano de la diosa Tonantzin no dejaron de suscitar la oposición de otros misioneros españoles. El notable historiador Fray Bernardino de Sahagún se quejaba de que, habiendo tanto templo dedicada a la madre de Dios, los indios siguen frecuentando la Tonantzin. Pero la fe en la Virgen fue arraigando en el pueblo en momentos difíciles como la peste de 1544, la inundación de 1629, el tifus de 1736 y la persecución cristiana de 1926 a 1929. La devoción en Guadalupe había llegado para quedarse.


III. EVANGELIZACIÓN A PARTIR DE LA ADVOCACIÓN


La evangelización, bajo la nueva advocación de Santa María de Guadalupe, es iniciada por ella misma. En efecto, es ella quien llama a Juan Diego, lo eleva desde la postración en que se encuentra y por cada aparición lo confirma con inmenso cariño en su misión sin hacer reparo alguno en las objeciones del vidente. El ambiente mismo en que se llevan a cabo las apariciones entre flores y cantos remiten a Juan Diego a la entraña misma de su cultura. Una nueva manifestación de la divinidad se hacía patente para abrir un nuevo camino por el cual llegar al encuentro con el Señor que da la vida. Sin duda que el obispo jugará un papel importante: el de dar a conocer de modo oficial las apariciones de la Señora y de ejecutar su deseo. Pero Juan Diego mantiene su rol principal de mensajero ante el advenimiento de una nueva doctrina:
Las flores y los cantos eran para los antiguos mexicanos los medios adecuados para formular y expresar la verdad que ellos habían alcanzado a conocer. De estos dos recursos se sirve la Madre de Dios. El canto de las aves hace vibrar a Juan Diego para el encargo y la misión que se le va a confiar. Escucha los trinos del quetzal y del colibrí, en cuyos nombres se ocultan los nombres de las divinidades aztecas Quetzalcoátl y Huizilopochtli. La Reina del cielo, para probar la autenticidad de las apariciones escoge flores. Hace que Juan Diego las encuentre y las recoja en medio del mayor rigor del invierno, y las va tomando de su mano y devolviéndoselas luego: él, pobre indio, será el que transmita el mensaje. Es instrumento, él y solo él, representante del pueblo mexicano sojuzgado. No es el obispo el encargado de oír las palabras de la Señora. El obispo es, como quien dice, órgano de ejecución, y el encargado de confirmar la veracidad de las apariciones. Pero el que recibe el mensaje es Juan Diego. Para él y para su pueblo es la nueva doctrina.[12]

Guadalupe será en sí misma ícono de inculturación en la nueva evangelización, de modo que su presencia le resulta familiar a Juan Diego. Su fisonomía misma de rasgos mexicanos, su vestimenta cargada de signos significativos para los antiguos mexicanos como el color de jade exclusivo de la realeza, y la luna en cuarto creciente que representa una deidad azteca sobre el cual la Señora está de pie, da entender que se anuncia una nueva era: la asunción de una nueva y única divinidad, mayor que todas las divinidades aztecas, incluyendo la del dios sol:
La fisonomía externa de esta mujer no es desconocida para Juan. El rostro tiene el mismo color cobrizo que él. Su capa de color de jade –color reservado para los príncipes y señores- está cubierta de estrellas... María está de pie sobre la luna en cuarto creciente. La mujer revestida del sol, y con la luna a sus pies, es tipo de la Iglesia, que no será vencida jamás por los poderes del maligno. Y esto significa para los indios, en su lenguaje, que ha pasado definitivamente la era de Quetzalcoátl, cuyo símbolo era la luna en cuarto creciente, y que ese dios ha quedado sustituido por una nueva divinidad. Esa divinidad es mayor que el mundo de los dioses de los aztecas. Pues la mensajera de esa divinidad, Santa María Virgen, se halla por encima del sol, del dios sol, y los rayos del sol la circundan y adornan, realzando así su elevada misión.[13]

El Nican Mopohua narra el protagonismo de Juan Diego en las apariciones de la Virgen. Con ello, la Señora busca dejar bien en claro a los indios que ella no es madre de un dios, sino madre del único Dios por el que se vive, al que tanto habían esperado y buscado. Lejos de exigirle el olvido de su antiguo mundo religioso, lo asume y lo aprovecha para anunciarles el nuevo.[14]
Dios no podía menos que elegir a una mujer como el medio por el cual pudiera llegar al corazón de los indios, toda vez que en su cultura la figura materna es la que se ve más relacionada con la autoridad y el gobierno ante la ausencia de la figura del padre que por razones diversas se veía ausente del hogar:
El amor de Dios se presenta a los indios en sus mismas categorías culturales. La elección de una mujer, de una madre, obedecía a un hecho aún perceptible dentro de la familia mexicana: la figura paterna era muy venerada, pero necesariamente lejana y ausente por la poligamia y la guerra, de modo que la imagen más integrada como arquetipo de ternura y protección, y, por lo tanto, de autoridad y gobierno, era la materna. Un verdadero soberano debía ser, en cierto sentido, padre y madre de sus súbditos.[15]


El nombre de Guadalupe, signo del mestizaje.

La Virgen pidió a Juan Diego que habría de nombrarse a su bendita imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe (v. 119). Esto tenía un doble sentido que favoreció a la evangelización y a la unificación de ambos pueblos (español e indio): evitar la confusión con nombres de antiguas deidades aztecas y enviar una señal clara al obispo de que se trataba de la Santísima Virgen cuya advocación era similar a la de la Virgen venerada en España. No solo el rostro de la Señora dejado en la tilma del indio, sino su mismo nombre llevaba consigo el marco del mestizaje:
Guadalupe es la advocación de la Virgen María en su antiguo y venerado santuario de Extremadura, España, patria de muchos conquistadores empezando por Hernán Cortés. De Extremadura habían salido también los “Doce apóstoles franciscanos de México”. La palabra castellano-árabe Guadalupe significa etimológicamente río de luz o río de amor.[16]

Es muy significativo y providencial, que Dios haya querido que el mismo título, Guadalupe, de su Madre, Reina de España, viniese a convertirse en el corazón y en el alma de América Latina. Nada más apropiado para quien declaró al vidente Juan Diego ser la madre de aquel por quien vivimos, del creador de los hombres, del soberano de todo lo que está cerca y está junto, del señor de cielos y tierra (v. 22).

Documento de Puebla: evangelización y religiosidad popular.

A continuación presentamos unos números tomados del Documento de Puebla donde se nos habla del papel evangelizador de la Iglesia bajo la advocación de Guadalupe y de qué modo nuestra Señora ha arraigado en las manifestaciones de fe del pueblo sencillo, lo cual no deja de ser una aliciente pero a la vez un desafío para nuestra Iglesia acerca de cómo hacer accesible al pueblo el mensaje del evangelio.
Los pueblos latinoamericanos se ven amalgamados por el anuncio del evangelio ya desde el inicio tomando un cariz particular que lo distingue del resto de las naciones, y que no halla signo de unidad más que en el rostro de Guadalupe:
El evangelio encarnado en nuestros pueblos los congrega en una originalidad histórica cultural que llamamos América Latina. Esa identidad se simboliza muy luminosamente en el rostro mestizo de maría de Guadalupe que se yergue al inicio de la evangelización (Puebla 446).

La devoción guadalupana, tan vivida principalmente por los pobres, sirve de puente entre nuestros pueblos latinoamericanos y entre distintos estratos sociales. Podrá haber divisiones de color, idioma, de culturas, etc., pero en la Morena del Tepeyac todos nos vemos como un solo pueblo. Ella nos congrega, nos guarda, nos educa y nos envía como envió a Juan Diego. En ella toda diversidad halla su punto de encuentro.
Esta religión del pueblo es vivida preferentemente por los pobres y sencillos, pero abarca todos los sectores sociales y es, a veces, uno de los pocos vínculos que reúne a los hombres en nuestras naciones políticamente tan divididas. Eso sí, debe sostenerse que esa unidad contiene diversidades múltiples según los grupos sociales, étnicos e incluso, generacionales (Puebla 447).

La imagen de Santa María de Guadalupe es toda una catequesis para el pueblo sencillo que es capaz de descubrir toda una sabiduría contenida en el ícono guadalupano expresada en las raíces de su existencia misma, su dignidad de hijos de Dios y el discernimiento acerca de la fidelidad al evangelio:
La religiosidad del pueblo, en su núcleo, es un acervo de valores que responde con sabiduría cristiana a los grandes interrogantes de la existencia. La sabiduría popular católica tiene una capacidad de síntesis vital; así conlleva creadoramente lo divino y lo humano: Cristo y María; espíritu y cuerpo; comunión e institución; persona y comunidad; fe y patria; inteligencia y afecto. Esa sabiduría es humanismo cristiano que afirma radicalmente la dignidad de toda persona como hijo de Dios, establece una fraternidad fundamental, enseña a encontrar la naturaleza y a comprender el trabajo y proporciona las razones para la alegría y el humor, aún en medio de una vida muy dura. Esa sabiduría es también para el pueblo un principio de discernimiento, un instinto evangélico por el que capta espontáneamente cuándo se sirve en la Iglesia al evangelio y cuándo se lo vacía y asfixia con otros intereses (Puebla 448).

Para concluir este apartado traeremos a colación cuatro perspectivas teológicas que nos presenta Virgilio Elizondo y que bien pudieron contribuir al rápido desarrollo de la difusión guadalupana -y con ello del evangelio- entre los pueblos del nuevo mundo: [17]
1. La guadalupana se identifica con el supremo poder creador, es decir, el poder de crear y la presencia creadora. Ella se presenta como “Madre del Dios verdadero mediante el que se vive” (v. 22).
2. La guadalupana es un símbolo de una nueva creación, de un pueblo. Solo mediante un acontecimiento venido del cielo, podía invertirse la conquista del pueblo mexicano y hacer que un pueblo estuviera verdaderamente orgulloso de su nueva existencia.
3. La guadalupana responde a los instintos más profundos de la psique mexicana, a la obsesión por la legitimidad, es decir, la ansiedad que produce ser un pueblo huérfano: se podría decir que el drama responde a una necesidad más profunda: la dignidad, el restablecimiento del yo, un yo hecho a imagen y semejanza del Creador. La guadalupana sugiere –quizás sea lo más significativo- que la necesidad más profunda es la de experimentar el rostro materno de Dios.
4. La guadalupana simboliza la inversión del poder, inversión que se hizo no mediante la fuerza militar, sino mediante la penetración de símbolos cuyo significado es mutuamente comprendido.
La nueva advocación agarró carne en suelo indio. La presencia de Guadalupe no fue una imposición, todo lo contrario, fue una asunción de los valores indígenas. En adelante todos los afligidos encontrarán en ella una madre que da consuelo y esperanza.


IV. ACTUALIDAD DE LA ADVOCACIÓN MARIANA


María dijo a Juan Diego y lo repite hoy día a cada cristiano: ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? (v. 76). De esta manera, la Virgen se presentaba como Madre de Jesús y Madre de los hombres.
La aparición de María en el cerro del Tepeyac señaló en todo el imperio azteca el comienzo de un extraordinario movimiento de conversión al evangelio con efectos en todo el nuevo continente, llegando incluso hasta las lejanas Islas Filipinas. Juan Pablo II, por eso, en su primer viaje a América Latina, llamó a nuestra Señora de Guadalupe “Estrella de la evangelización” y “Madre de la Iglesia en América Latina”.[18]
La Virgen Morena, según Juan Pablo II, hace cercano a Cristo y comunica a los hombres con Dios. No solo eso, también llama a sus hijos a la solidaridad y a la justicia, pues no es ajena a los derechos del hombre que pide sean respetados.
Nuestra Señora de Guadalupe sigue siendo hoy día el gran signo de la cercanía de Cristo, con quien ella invita a cada hombre a entrar en comunión, a fin de llegar al Padre. Al mismo tiempo, María es la voz que exhorta a los hombres a tener comunión unos con otros, respetándose mutuamente los derechos de todos y distribuyéndose justamente los bienes de la tierra.[19]

Bajo esta misma línea invocatoria, Juan Pablo II suplica a María en nombre de toda la Iglesia que muestre los caminos más apropiados para entregarse a una nueva evangelización. Como cabeza que era del pueblo de Dios que peregrina en esta parte del continente, imploraba a Guadalupe la gracia de servir a esta noble causa con nuevo celo misionero. [20]
Guadalupe hizo capaz lo que para los hombres era imposible, lograr la unión de dos pueblos, dos culturas. A 22 años de celebrarse el V centenario de las apariciones de nuestra Señora, ella sigue más viva que nunca no solo en el corazón de los mexicanos, sino en todo latinoamericano e incluso en todos aquellos que, sin importar raza o nacionalidad llegan a descubrir en la Morena del Tepeyac lo cercano que Dios puede ser al hombre que con humildad se abre al Señor.
El acontecimiento guadalupano, lejos de ser legendario, constituye un ejemplo cumplido de lo que hoy se ha dado en llamar “inculturación” del cristianismo en los pueblos mexicanos. Hace cinco siglos era impensable la posibilidad de la formación de un pueblo unido y mezclado, mestizo dicen muchos, por el antagonismo que existía entre los dos mundos: el ancestral existente en aquel antiguo mundo de las culturas mexicas y el nuevo apenas llegado de Europa. Dos mundos, dos visiones religiosas y culturales imposibles humanamente de reconciliar; pero además la violencia, también física, del contraste, hundía todo puente posible entre los dos mundos y echaba a perder toda imaginable conciliación. Y sin embargo se encontraron y se reconciliaron. El P. González dice que:[21]
La imagen impresa en la tilma del indio Juan Diego sigue en su lugar, en la Basílica de Guadalupe, en la Villa, en los millares de templos y capillas, en calles y plazas, negocios y fábricas y en los hogares particulares, pero sobre todo en el corazón de cada mexicano que se sienta tal.[22]

Las peregrinaciones:

Una de las manifestaciones más vivas de veneración a la Virgen de Guadalupe son las peregrinaciones que se llevan a cabo por parte de fieles venidos no solo desde el último rincón de México, sino del extranjero. Según las estadísticas, los días de fiesta de la Virgen que van desde el 9 al 12 de diciembre, el número de peregrinos oscila entre los 7 millones. Es impresionante cómo las diócesis se organizan cada año para postrarse ante los pies de la Morena del Tepeyac en quien encuentran esa paz que solo una madre puede dar. Esta tradición pasa de padres a hijos con lo que se ve mantenida, firme y siempre actual la devoción a María de Guadalupe. Transcribo a continuación el testimonio del P. González de una peregrinación de la diócesis de Querétaro en julio del 2002:
Desde hace ya muchos años, en la peregrinación a pie participan divididos por grupos, hombres y mujeres de todas las edades y condiciones. La peregrinación comienza unos 15 días antes de su llegada a Guadalupe. Muchos peregrinos emplean hasta una semana en bajar de los ranchos de la sierra o en cruzar los llanos de la meseta hasta Querétaro. Desde aquí, y en jornadas bien programadas, el río de peregrinos camina como un pueblo unido hacia la meta del Tepeyac, divididos en columnas y por comunidades de pueblos y parroquias, y animados por una multitud de sacerdotes y seglares voluntarios. Cada año, la peregrinación tiene un tema de catequesis de fondo, por lo que se ha convertido en una especie de larga misión popular o de ejercicios espirituales colectivos, de romería y de fiesta de la memoria católica personal y colectiva de todo un pueblo. De hecho, los romeros se confiesan en el camino, cantan y danzan en honor de Santa María de Guadalupe.
Los peregrinos de a pie empiezan a llegar a Guadalupe hacia las 6 de la mañana y continúan a lo largo de toda la mañana, hasta las 3 o 4 de la tarde; ya les esperan varios millares que los han precedido en camiones, autobuses y coches. Entran cantando y rezando el rosario en la basílica para pasar ante la Señora del Tepeyac; siguen hasta la gran explanada del Santuario, donde continúan las danzas religiosas, las representaciones y los rezos, dividios por parroquias, pueblos y comunidades. Hacia las 3 de la tarde se celebra la misa presidida por su obispo desde el balcón central de la basílica. Eran más de 50 000 los que habían hecho la peregrinación… Los peregrinos cuando pasan ante la Virgen enmudecen. Ya no se canta ni se susurra, se mira y se contempla, se reza con las expresiones y ciertamente en lo profundo del corazón. Aquellos gestos sin palabras y sin ruidos, no obstante el hecho de ser millares, me llenaron a mí también de silencio profundo y de adoración del misterio. Esto es Guadalupe. Y esto son las peregrinaciones diarias y normales o las extraordinarias, como ésta, que se ven cada fin de semana.[23]

A Diario, por turno, llegan al santuario de Guadalupe las peregrinaciones, unas organizadas por las diócesis de México, otras por numerosos grupos de personas o de gremios. A diario se ven parejas de novios, de recien casados, de familias enteras con sus niños, jóvenes y ancianos, que peregrinan juntos. Los grupos se organizan con sus estandartes y banderas de telas, ofrendas florales y plumajes multicolores; danzas ancestrales y música de todo tipo y sabor tradicional acompañan la marcha de los peregrinos. Es una manera claramente apasionada y sincera de profesar su fe, de rezar, de pedir favores y de agradecer a la Virgen el don de sus cuidados maternos.[24]


CONCLUSIÓN

Ante la imagen de la guadalupana nos encontramos indudablemente frente un suceso trascendente: una manifestación divina venida de lo alto para indicar el camino de la reconciliación y de comunión a un pueblo que empezaba a nacer como fusión del español y el indígena: el pueblo mexicano, mestizo en su mayoría, que hunde sus raíces en las culturas que precisamente lo fusionaron.
A partir del acontecimiento guadalupano, los indígenas bautizados veneran bajo la advocación de Guadalupe la persona histórica de María de Nazaret, madre de Jesús, Verbo encarnado en su seno. No es simplemente la transposición de un símbolo. Guadalupe es un acontecimiento histórico. Tal historicidad llena de contenido un símbolo que hace razonable una práctica y una devoción mariana de la envergadura de Guadalupe. Las apariciones de Guadalupe afirman, sin duda, la catolicidad del anuncio cristiano y la capacidad inculturadora del mismo llevada a cabo por los misioneros.
La Virgen Morena es maestra de inculturación. Asume el lenguaje de los indios y sus símbolos para comunicarse de modo entendible, sin imposición alguna. Su figura y su trato amable es bastante familiar a Juan Diego. No anuncia –como buena madre- ni amenazas ni venganzas ni incita en modo alguno a la violencia contra el pueblo venido de Europa, sino todo lo contrario, su mensaje busca incitar la reconciliación y la solidaridad entre los pueblos.
Solo María de Nazaret –a través de su mensajero san Juan Diego- podía lograr una síntesis entrañable entre muchos mundos tan extraños y aparentemente tan opuestos. Su cara algo morena pero plena de ternura, su mirada de madre misericordiosa estaba –y está- diciendo que quería misericordia y no sacrificios; encuentro cordial, y no frontal o fatal desencuentro; reconciliación, y no odiosa humillación.
En resumen: la joven mujer vestida de sol que se apareció a Juan Diego en el Tepeyac estaba pidiendo comunión fraterna y cristiano mestizaje. Muchos indios entendieron el mensaje a la primera. A algunos españoles quizás les costó más trabajo. Pero a pesar de todos los pesares y de ciertas asperezas, el milagro de la evangelización, del encuentro y del mestizaje se produjo. Y ahí está bien vivo para quien lo quiera ver. ¡Gracias a ella!


[1] F. González Fernández, Guadalupe: pulso y corazón de un pueblo, p. 14.
[2] Traducción del texto Nican Mopohua, donde se narran las apariciones de la Virgen de Guadalupe a san Juan Diego, por Ángel María Garibay, en H. Multhaupt y E. Prégader, El mensaje de Guadalupe, p. 15. En adelante seguiremos la citación de esta traducción.
[3] Del náhuatl: “aquí se narra”, del erudito indio Antonio Valeriano, de mediados del s. XVI. Cf., F. González Fernández, Guadalupe: pulso y corazón..., p. 455.
[4]F. González Fernández, Sangre y corazón de un pueblo, pp. 284-285.
[5] Carta Pastoral de los obispos mexicanos (No. 50), del 15 de agosto de 1978, en H. Multhaupt y E. Prégader, El mensaje de Guadalupe,... p. 56.
[6] Cf. Ibid, p. 59.
[7] Juan Diego Cuauhtlatoatzin (Águila que habla), a sus 57 años protagoniza uno de los episodios más importantes de la historia de México y de América: Su encuentro con la Virgen de Guadalupe. Por cuestión de tiempo y espacio no nos extendemos en su biografía, para ello remitimos a : F. González Fernández, Guadalupe: pulso y corazón..., pp.205-224.
[8] Cf. F. González Fernández, Guadalupe: pulso y corazón..., pp. 91-92.
[9]Cf. H. Multhaupt y E. Prégader, El mensaje de Guadalupe, p. 9.
[10] Ibid, p. 10.
[11] Seguiremos el esquema planteado en F. González Fernández, Guadalupe: pulso y corazón..., pp. 452-454. Pero la citación la tomaremos del Dr. Garibay como hemos dicho anteriormente en la cita n. 2.
[12] H. Multhaupt, op cit., p. 49.
[13] Ibid, pp. 48-49.
[14] Cf. F. González Fernández, Guadalupe: pulso y corazón..., p. 418.
[15] Ibid.
[16] F. González Fernández, Sangre y corazón de un pueblo, pp. 280-281.
[17] V. Elizondo, La morenita, en J. Rodríguez, “Tonantzin Guadalupe: desde la pasión y la muerte a la resurrección”, en Concilium, n. 327 (2008), pp. 125-126.
[18] Cf. Alocución de SS. Juan Pablo II antes del rezo del Ángelus, 13 de diciembre de 1987, en H. Multhaupt, op cit., pp. 61-62.
[19] Ibid, p. 62.
[20] Ibid.
[21] Cf. F. González Fernández, Sangre y corazón…, p. 284.
[22] Ibid.
[23] F. González Fernández, Guadalupe: pulso y corazón..., pp. 449-450.
[24] Cf. Ibid, p. 445.

1 comentario:

Anónimo dijo...

gracias Fernando por este compartir con nosotros.
Christophe, mccj, teologado.