viernes, 26 de diciembre de 2008

Lenguaje y hermenéutica

El lenguaje de la fe y de la predicación: La iglesia naciente echó mano de una lengua secular, culturalmente determinada. Así dio respuesta a una doble necesidad: comunicar el evangelio y emplear un código accesible a los destinatarios del mensaje.
Si los términos usados por la iglesia naciente, p.e., logos (palabra), pneuma (espíritu), sarx (carne)..., no formaran parte de una lengua viva y de la conciencia cultural de un pueblo, no habrían pasado a formar parte del lenguaje de la fe y de la predicación.
Toda lengua está sujeta al cambio. De todos los elementos lingüísticos, el menos resistente al cambio es el significado de las palabras. El lenguaje no es la realidad, sino que está referido a ella; la revelación no es de palabras, sino de un acontecimiento por medio de palabras.
La Escritura es palabra de hombres y palabra de Dios; de hombres, porque es historia; de Dios, porque supera el tiempo y pide ser actualizada en la fe. Por lo tanto, un doble acto plantea la exégesis: sumisión a un dato objetivo y asimilación de la palabra en la fe de hoy.

La hermenéutica: interpretación y actualización: La hermenéutica no solo trata de interpretar el texto bíblico, sino de actualizar su mensaje para que siga significando hoy día.
Habrá que tomar el texto como acontecimiento: leer el texto en sí mismo, despojándolo de sus contingencias históricas que lo hicieron nacer y a los cuales se refieren.
No hay modo de poner fin a una proliferación de sentidos al momento de leer el texto, pues este orienta a cada lector hacia una dirección determinada.

Hermenéutica y teología de la esperanza: Si la Biblia narra la historia de las promesas de Dios, interpretarla como un mero repertorio de verdades eternas, o como un código de leyes para los justos, sería despojarla de su propia historia.
De ahí la importancia de la exégesis histórica, cuya misión establece el sentido de un texto original. Pero la exégesis histórica, en razón de sus presupuestos, enajena los textos de su contenido kerygmático, convirtiéndolos en simples relatos acerca de sucesos pasados.
Por eso, la exégesis histórica no basta. Historizar las Escrituras sería despojarla del futuro que anticipa y promete. Si los textos bíblicos narran el pasado con la intención de proclamar el futuro, habrá que preguntarse por lo abierto e inconcluso, y en consecuencia, por el futuro del acontecimiento relatado.

Una hermenéutica concreta: La hermenéutica concreta toma por punto de partida la verificación de un hecho.
Muchas de las formulaciones históricas de la fe cristiana no nos comunican lo mismo que comunicaban a sus primeros destinatarios. Ciertas fórmulas se han tornado vacías dados los cambios lingüísticos y culturales.
Lo que se trata no es de sustituir por palabras nuevas las fuera de uso. Lo que importa realmente es buscar y encontrar la posible correspondencia entre la experiencia actual y la formulada bíblicamente.

Valoración personal: El lenguaje presenta estos dos elementos: palabras y significados. Las primeras son como el envase de un contenido (mensaje) y los segundos son lo que une a un determinado grupo de personas dentro de un contexto que les da sentido. Palabras y significados buscan señalarnos un sentido: aquello que se quiere comunicar.
El lenguaje está anclado en un tiempo (historia) y en un espacio (cultura). Por eso, debemos tener cuidado en extraer su sentido sin dejarnos “contaminar” por las palabras que pudieron cambiar de significado y que hoy ya no nos dicen nada. Sin embargo, gracias a esas palabras es que podemos acceder al sentido. Sería como hacer un acto de destilación, exprimir las palabras para que nos suelten aquello que el autor quiso comunicar y que nos puede ser útil para hoy.

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