viernes, 26 de diciembre de 2008

La misión ad gentes en el carisma de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús

SIGLAS

AG = Ad Gentes
DA = Documento de Aparecida
DC = Documentos Capitulares de MCCJ
DP = Documento de Puebla
CAM III = Congreso Americano Misionero
COMLA VIII = Congreso Misionero Latinoamericano
E = Escritos de san Daniel Comboni
EN = Evangelii Nuntiandi
LG = Lumen Gentium
MCCJ = Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús
RM = Redemptoris Missio
RV = Regla de Vida de MCCJ

INTRODUCCIÓN

En el presente trabajo no pretendemos otra cosa que exponer la misión ad gentes en el carisma de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús (MCCJ). No tenemos más motivo que el de revalorar la actividad misionera confiada por Cristo a la Iglesia, actividad que, por cierto, aún está lejos de cumplirse (RM 1), y el de presentar la misión original del Instituto Comboniano, que como carisma específico le fue heredado por su fundador san Daniel Comboni, para dejar en claro cómo la misión ad gentes es impostergable y nos mueve a ir más allá de nuestra fronteras: hacia los no cristianos.
Simultáneamente este trabajo busca ser una provocación para nuestras Iglesias, especialmente de América Latina, para que revitalicen la misión ad gentes ante un cierto encapsulamiento en el cual paulatinamente han ido cayendo dada la amplitud que ha adquirido el concepto misión, que ahora significa no necesariamente ir más allá de nuestras fronteras sino que puede también significar el compromiso en el propio ambiente. De esta misma idea es Benedicto XVI cuando dice que el campo de la misión se ha ampliado tanto que ya no puede considerarse solo desde lo geográfico y lo jurídico, también incluye lo sociocultural y los corazones de las personas. (Discurso a los miembros del consejo Superior de las Obras Misionales Pontificias, 5 de mayo de 2007). Sin embargo, motivadoras son las palabras de Aparecida cuando dice que, para no encerrarnos en nosotros mismos –riesgo que puede acontecer por haberse ampliado el concepto misión-, debemos estar dispuestos a formarnos como misioneros dispuestos a salir hacia aquellas realidades donde Cristo aún no es conocido y la Iglesia no está presente (Cf. DA 376).
Por su parte, los MCCJ son un instituto dedicado a la misión ad gentes, anuncian el evangelio y forman la Iglesia en aquellos pueblos aún no alcanzados por el cristianismo o en donde falta acompañamiento para el refuerzo de la fe cristiana. Para ellos, misión significa salir, ser enviados, iluminar aquellas realidades aun no tocadas por el evangelio, lo que modernamente se le denomina en el Instituto como Nigricia. Su labor no es tanto sostener estructuras pastorales cuanto crearlas y, llegado el momento de su madurez, confiarlas a otras fuerzas eclesiales, generalmente a la diócesis local o autóctona.
Aquellos pueblos a donde son enviados los MCCJ guardan la peculiaridad de ser pobres y abandonados, excluidos por un sistema imperante a nivel mundial que pone obstáculos a su desarrollo; pero, la pobreza de estos pueblos también es vista desde el punto de vista de la fe, como veía Comboni, porque aún no han conocido el mensaje del evangelio para iniciar su proceso de liberación, justicia y paz. Por lo tanto, son pueblos donde la Iglesia, signo del reino, está ausente o aún hace falta reforzarla hasta su autosuficiencia.
Esta obra consta de cuatro capítulos. El primero de ellos trata sobre la naturaleza misionera de la Iglesia. Daremos a conocer los fundamentos teológicos de la misión y en qué consiste el concepto de misión. Luego, hablaremos de la misión de la Iglesia universal en su connotación ad gentes.
El segundo capítulo versa sobre el surgimiento del carisma comboniano al servicio de la misión de la Iglesia. Conoceremos grosso modo la vocación de Comboni con quien nace un determinado carisma misionero. Su vida y su vocación nos internarán en el contexto que le tocó vivir en el s. XIX: el colonialismo de las potencias europeas y el auge misionero de la Iglesia.
El tercer capítulo presenta un Comboni misionero maduro que, después de sus primeras experiencias misioneras en África, intuye su Plan para la regeneración de África: salvar África con África. Veremos cómo su Plan nace, según Comboni, por inspiración divina; también veremos los puntos sobresalientes de este Plan, y de qué manera dicho Plan llevó a nuestro santo misionero a emprender una cruzada de animación misionera por toda Europa con el fin de ganar adeptos y recursos para la causa africana.
El cuarto y último capítulo da a conocer la misión específica de los MCCJ bajo un tinte pastoral, porque focalizará el campo de acción pastoral en que el Instituto Comboniano lleva a cabo su misión. Conoceremos los destinatarios de la misión ad gentes comboniana: los más pobres, específicamente aquellos que aún desconocen el evangelio y la fe en Jesucristo, lo cual agrava todavía más su condición.
Se nos dará cuenta cómo el carácter de provisionalidad de la misión comboniana es un elemento intrínseco al carisma que abre al Instituto a ir hacia sitios o situaciones aún no alcanzados por el cristianismo y que urgen de la presencia comboniana. Finalmente, veremos de qué manera los MCCJ se mantienen fieles al carisma de Comboni estando detrás de la Nigricia, es decir, de los pueblos esparcidos por todo el mundo que comparten los mismos elementos de pobreza y abandono que Comboni en su tiempo vio y atendió en África.
No estaría de más recordar que todavía son tres cuartas partes de la población mundial que no conocen a Cristo. Razón suficiente para decir que, en cuanto a la misión ad gentes, después de 2000 años, aún hay mucho por hacer y que la mies es mucha y pocos son los operarios (Cfr. Lc 10,2). Es por ello que también nos vemos motivados a hacernos eco de aquellas palabras con las que Cristo envió a sus discípulos a anunciar el reino hasta los confines del mundo:
Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes (Mt 28,19-20).


CAPÍTULO I

LA NATURALEZA DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA

Por su misma naturaleza la Iglesia es misionera (AG 2), naturaleza que encuentra justificación en la Santísima Trinidad. En efecto, “la naturaleza misionera de la Iglesia no comienza, por decirlo así, con la existencia de la Iglesia misma, sino que hunde sus raíces, desde toda la eternidad, en el misterio de Dios uno y trino”[1]. Sin embargo, la misión, en cuanto su ejercicio, es tan antigua como la Iglesia misma[2]. Ambas entraron en la escena de la historia simultáneamente, pues es connatural a la Iglesia el ser misionera.

1. Fundamentos teológicos de la misión.

a) El Padre, origen de la misión.

La misión es proyecto del amor del Padre, quien para llevarla a cabo se vale de las siguientes mediaciones: del Hijo y del Espíritu Santo, en primer lugar, y de la Iglesia, en segundo lugar.[3] Por ello el Concilio Vaticano II se remontó hasta el Padre para justificar en su proyecto salvífico la misión de Cristo, del Espíritu y de la Iglesia (AG 2; LG 2,3).
La misión, como designio salvífico, nos dice el Concilio, no encuentra otra fuente que el amor fontal o caridad de Dios Padre, quien ha querido hacer partícipes a los hombres de su vida divina: “creándonos libremente por un acto de su excesiva y misericordiosa benignidad y llamándonos, además, a participar en Él en la vida y en la gloria” (AG 2). El Padre es, pues, principio y fin de la misión:
Todo comienza y acaba con el Padre. Todo continúa igualmente bajo la acción ininterrumpida del Padre. Dentro del misterio trinitario el Padre es el principio del cual todo procede y el término en el que deviene todo y se corona la unidad. En la revelación el primero que se ha manifestado es el Padre.[4]

b) Cristo, primer misionero.

El Hijo eterno es el mediador por antonomasia en la Trinidad toda vez que por Él se hace la primera comunicación de la vida del Padre en el ámbito trinitario, y por su encarnación, constituido cabeza de la humanidad, se comunica a los hombres.[5] El Concilio ha afirmado:
Cristo fue enviado al mundo como verdadero mediador entre Dios y los hombres. Por ser Dios, había en Él toda la plenitud de la divinidad (Col 2,9); según su naturaleza humana, nuevo Adán, es constituido cabeza de la humanidad regenerada, lleno de gracia y de verdad (Jn 1,14) (AG 3).
Su vida (Lc 24,19;Jn 5,36), su predicación (Mt 4,17) y su misterio pascual (Mt 16,21) son el marco espléndido que permite a Cristo llevar a cabo su misión. Pero, no fue sino mediante su muerte redentora cómo concretó el designio salvífico del Padre, destruyendo en su propia carne el pecado (Rom 8,3-4) y haciendo brotar en los hombres la nueva vida de hijos de Dios mediante la acción del Espíritu Santo[6] (Rom 8,14-17; Gál 4,4-6).
No está demás poner en claro que Jesús actuaba no por impulso propio en su actividad misionera, sino movido bajo la acción del Espíritu Santo. El Concilio ha reconocido que el Espíritu Santo constituyó a Cristo en el misionero por antonomasia y que fue siempre su constante motor y animador:
De sí mismo dijo Cristo, a quien el Padre santificó y envió al mundo (Jn 10,36): “El Espíritu del Señor está sobre mí, por ello me ungió y me envió a evangelizar a los pobres, a sanar a los contritos de corazón, a predicar a los cautivos la libertad y a los ciegos la recuperación de la vista” (Lc 4,18) (AG 3).

c) La misión del Espíritu Santo.

Turri dice que la misión del Espíritu Santo consiste en actualizar en los hombres el misterio pascual de Cristo.[7] En efecto, él es otro paráclito que el Padre ha enviado tras la partida de Jesús y que ha puesto en marcha el nuevo pueblo con su dinamismo misionero porque es principio vivificador y animador de la Iglesia. Para San Pablo, el Espíritu Santo es la comunión del Padre y del Hijo, y del Padre y del Hijo con todos los hombres (2Cor 13,13). Por el Espíritu Santo, el amor del Padre inunda a todos los hombres (Rom 5,5) y los constituye en hijos suyos (Rom 8,14) y les otorga la redención y la santificación (1 Cor 6,1).
Aquí también cabría decir que entre la misión de Cristo y la del Espíritu Santo hay una relación muy estrecha de origen, contenido y finalidad, en cuanto que ambas tienen por fuente el amor fontalis de Dios Padre, y se realizan bajo un mismo plan compartiendo un mismo fin, que consiste en hacer a los hombres partícipes de la vida divina[8] (AG 2).

d) La misión de la Iglesia.

La misión de la Iglesia no puede ser otra cosa que la llevada a cabo por Cristo y el Espíritu Santo: la realización del designio salvífico del Padre llamando hacia sí a todos los hombres. El decreto Ad Gentes no cesa de recordar que, como Cristo fue enviado por el Padre, así Él también envía la Iglesia, a la que otorga su propio Espíritu de parte del Padre, en orden a llevar a cabo su misión.[9]
Al afirmar que la Iglesia es misionera por naturaleza, el Concilio no solo busca señalar que el fin de la evangelización es hacer partícipes a los hombres de la vida trinitaria, sino indicar los medios por los cuales obra la salvación: la predicación y los sacramentos.[10]

2. El concepto de misión.

Acerca del concepto misión, Turri nos quiere decir que es el acto por el cual la Iglesia está llamada a manifestar la vida de comunión existente entre las personas divinas de la Trinidad:
La misión es la irradiación y expansión entre los hombres de la misma vida de comunión que constituye el misterio original de la Santísima Trinidad. La Iglesia viene a ser una proyección hacia fuera en el tiempo y en espacio de las relaciones mediante las que constituye la comunidad divina de Dios uno y trino[11].

Müller, por su parte, nos ofrece dos definiciones clásicas de los teólogos Warneck y Schmidlin[12]. Para el primero, misión es toda actividad del mundo cristiano encaminada a plantar y organizar la Iglesia entre los no cristianos. Para el segundo, misión es la que se lleva a cabo entre los no cristianos, es decir, entre quienes viven excluidos de la fe y la religión cristiana. Estas ideas de algún modo influirán en el Vaticano II, que destacará en la obra misionera el anuncio del evangelio y, previa conversión de los oyentes, la constitución de la iglesia local autosuficiente.
El concepto de misión a lo largo de la historia de la Iglesia ha ido adquiriendo distintos matices que le dan, por una parte, variedad y riqueza, y por otra, sospecha y recelo por haber servido de pretexto a la colonización[13]. Es por ello que misión es un concepto rico, apasionado y conflictivo. Tan solo por ver otros matices veamos cómo Izco nos presenta una recopilación de definiciones actuales en un sentido amplio del concepto misión[14]. Nótese que destaca más la comunión y participación que la labor del anuncio e implantación de la Iglesia entre los no cristianos, labor que, por cierto, entre los MCCJ no va en contradicción con las definiciones que aquí presenta:
Misión es dar testimonio con obras y palabras, mediante la fuerza del Espíritu, del amor de Dios Padre y de la abundancia de la vida que nos ha regalado en su Hijo Jesús.
Misión es no precisamente tratar de expandir la Iglesia y crear un puesto para “nuestro” Cristo en todo el mundo, sino reconocer la presencia de Cristo entre los marginados y humillados de la tierra.
Misión es proclamar la Buena Noticia del reino de Dios, es decir, promover la justicia, la paz, el amor, la compasión, la igualdad y fraternidad en la realidad concreta de cada pueblo; es hacer realidad el reino; es hacerse compañero de viaje y proclamar a Cristo mediante el diálogo y los signos del reino; es cooperar con la acción de Dios al servicio de la justicia y de la paz.
Misión es el esfuerzo de la Iglesia por inculturar el evangelio en un contexto socio-cultural de modo que las gentes puedan crecer siguiendo todos los valores propios de ese entorno en la medida en que éstos son compatibles con el evangelio.
Decíamos que el concepto misión además de ser rico y apasionado, como acabamos de ver en las definiciones, es también conflictivo. En efecto, la historia es testigo de que el concepto se ha contaminado en empresas de conquistas, cruzadas, imperios y comercios que arrastran consigo traumas difíciles de borrar. Por eso, algunos o lo arrinconaron o le buscaron sustitutos. Pablo VI en Evangelii Nuntiandi prescinde casi totalmente del concepto misión por el de evangelización, pero quince años después Juan Pablo II rescata el concepto en Redemtoris Missio.[15] Izco nos da las razones de este retorno al concepto de misión:
Dos parecen ser las razones para no desterrar la palabra misión a pesar de sus taras congénitas. Una, lo arraigado de su uso. Y otra, la dificultad de encontrarle un sustituto adecuado... La palabra misión nos abre a horizontes que nos resultan iluminadores y que con la palabra evangelización apenas quedan evocados.[16]

3. La misión ad gentes.

El Concilio no ofrece definición más clara de misión ad gentes que la siguiente:
Las empresas concretas con las que los heraldos del evangelio enviados por la Iglesia cumplen, yendo por todo el mundo, el deber de predicar el evangelio e implantar la Iglesia entre los pueblos o grupos humanos que todavía no creen en Cristo, reciben comúnmente el nombre de misiones, las cuales se llevan a cabo por medio de la actividad misionera (AG 6).

Son dos los puntos característicos en la definición conciliar: la predicación del evangelio y la implantación de la Iglesia en aquellos grupos aún no alcanzados por el cristianismo. Estos y otros puntos a continuación trataremos en el análisis de la misión ad gentes atendiendo a su naturaleza, sus destinatarios, su finalidad y su metodología[17].
+ Naturaleza. En sentido específico, es la actividad misionera de la Iglesia (RM 2.34; AG 2). Es el primero y principal servicio que la Iglesia debe prestar a cada hombre y a la humanidad entera. Se trata de una actividad primaria de la Iglesia, esencial y nunca concluida (RM 31). Esta es la responsabilidad que Jesucristo ha confiado a su Iglesia y que a diario le confirma (AG 5; Mt 28,18-20). Es inherente a la Iglesia, cuya misión tiene origen en la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre (AG 2).
+ Destinatarios. Son aquellos pueblos y grupos humanos que aún no conocen a Cristo, entre los cuales la Iglesia no ha arraigado todavía (RM 34; AG 6.23.27) y cuya cultura no ha sido influenciada todavía por el evangelio (RM 34; EN 18-20).
+ Finalidad. Podríamos señalar tres elementos que sintetizan el fin de la misión ad gentes: evangelización (el anuncio del evangelio a los no cristianos), implantación de la Iglesia (erección de una iglesia local autosuficiente) e inculturación (la inserción del evangelio en la cultura receptora promoviendo los valores del reino).
+ Metodología. Son dos puntos que, como etapas a seguir, destacan como método de la misión ad gentes: predicación del evangelio e implantación de la Iglesia.
La predicación del evangelio no es sino el acto por el cual la Iglesia, movida por el Espíritu Santo, anuncia la salvación obrada en Jesucristo. Para Pablo VI, evangelizar es llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar y renovar desde dentro la misma humanidad (Cf. EN 18). El anuncio es y será siempre prioridad permanente (RM 44), no por nada dirá San Pablo “¡Ay de mí si no evangelizo!” (1 Co 9,16); además, la fe nace del anuncio y la escucha de la Palabra (Cf. Rm 10,17). Sin embargo, el anuncio sin el testimonio haría de la evangelización algo incompleto, por ello dirá Pablo VI: “ El testimonio de una vida auténticamente cristiana es el primer medio de evangelización. El hombre contemporáneo escucha con más agrado a los testigos que a los maestros” (EN 41; Cf. RM 42).
La implantación de la Iglesia, por su parte, se ve justificada en tanto que la Iglesia sabe que es sacramento universal de salvación (LG 48) y sabe que Cristo mismo la fundó como necesaria para incorporar a ella a todos los hombres y hacerlos partícipes de su obra redentora (AG 7). Por ello, la Iglesia tiene el imperioso deber de hacer presencia y arraigar en los ambientes donde aún no existe hasta lograr suficiente estabilidad y firmeza. El Decreto Ad Gentes dirá que:
La obra de plantación de la Iglesia en un determinado grupo humano consigue su objetivo cuando la congregación de los fieles, arraigada ya en la vida social y conformada de alguna manera a la cultura del ambiente, disfruta de cierta estabilidad y firmeza... y está provista de los ministerios e instituciones necesarias para vivir y dilatar la vida del pueblo de Dios bajo la guía del obispo propio (AG 19).

CAPÍTULO II

UN CARISMA AL SERVICIO DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA

En la Iglesia, Dios ha hecho surgir determinados carismas (Cfr. 1Co 12,27-30) a través de personas específicas. Es el caso de San Daniel Comboni, fundador de dos institutos misioneros (uno masculino y otro femenino) durante la segunda mitad del s. XIX y que llegó a ser obispo de África Central.

1. La vocación de San Daniel Comboni.

El carisma de los MCCJ no tiene otra fuente viva y concreta sino la persona misma de Comboni.[18] Es por ello que, para entender el carisma comboniano, habrá que remitirse a la vocación de este santo misionero: Comboni[19], quien nació el 15 de marzo de 1831 en Limone Sul Garda (Brescia), provincia que pertenecía al imperio austríaco. Su vocación misionera presenta cuatro momentos[20]. Primero: la decisión definitiva que lo liga para siempre a las misiones de África (1857). Segundo: la elaboración del Plan misionero para la evangelización de África (1864). Tercero: la fundación de los institutos misioneros (1867). Cuarto: obispo del Vicariato del África Central (1872-1881).
Comboni tenía fundada su decisión para consagrarse a las misiones del África en el recogimiento de la oración y en el consejo de Dios y de los hombres. Su director espiritual le aseguraba que su vocación misionera para el África era de las más claras que jamás había visto.[21] Con el espíritu animoso estaba decidido partir hacia el África (Cf. Escritos de Comboni 13; 6886).[22]
La elaboración de su Plan misionero para la regeneración del África, luego de sus primeras experiencias misioneras, lo llevará a una especie de cruzada de animación misionera por toda Europa buscando atraer para la causa africana tanto a fuerzas eclesiales como a personalidades de la sociedad civil.[23]
Con la fundación de los institutos misioneros busca la evangelización mediante una sólida formación de sus miembros. Una de las reglas del Instituto de las Misiones para la Nigricia dice:
El objeto de este Instituto... es el cumplimiento del mandato dirigido por Cristo a sus discípulos de predicar el evangelio a todas las gentes... y tiene como finalidad específica la regeneración de los pueblos negros, que son los más necesitados y abandonados del universo (E 2647).

Los últimos nueve años de su vida los dedicará al África central ahora en calidad de obispo de la misión más extensa del mundo. Su entera disponibilidad por la causa africana destaca con claridad en su primer discurso pronunciado en Jartum, Sudán, con ocasión de su entrada como Provicario Apostólico del África Central[24]:
El primer amor de mi juventud fue para esta África... Regreso entre ustedes para no dejar nunca de ser de ustedes y para estar consagrado para siempre a su mayor bien... Su bien será el mío, sus penas también serán las mías. Yo acepto hacer causa común con cada uno de ustedes, y el más feliz de mis días será aquel en que pueda dar mi vida por ustedes (E 3156-3159).

2. El contexto colonialista del siglo XIX.

No podemos quedar ajenos al ambiente colonialista europeo en que vivió Comboni, del cual no buscó sacar provecho. Él mantuvo un carisma propio de entender la misión sin necesidad de ningún interés extraeclesial que no fuera la regeneración de África.
Sobresalen dos grandes factores que, en torno al África, muchas veces estuvieron muy ligados entre sí: el auge misionero, y el colonialismo europeo. Gilli anota cómo una de las causas del renacer misionero fueron las relaciones entre Europa y África. Es decir, la misión como efecto de las relaciones europeo-africanas:
Entre las causas que motivaron el resurgimiento misionero del s. XIX destacan particularmente las relaciones entre Europa y África establecidas por los exploradores, los comerciantes y los políticos, en este mismo orden de sucesión.[25]

Baur, en cambio, dirá que la empresa misionera existía desde antes del repunte de la actividad colonizadora, es decir, no ve relación causa-efecto, pero sí aclara –y quizás sea en lo que está de acuerdo con Gilli- que el colonialismo dará lugar a empresas misioneras, allanando el camino a los misioneros:
Del colonialismo podemos decir que fue un factor concomitante más que iniciador de la empresa misionera, puesto que la actividad misionera ya llevaba recorrido un buen camino cuando empezó la ocupación colonial de África. Sin embargo, generó también interés misionero, sobre todo en países que adquirieron sus primeras posesiones de ultramar por aquel tiempo, como Alemania y Bélgica. Los imperios coloniales prepararon el terreno en el que se establecieron la mayoría de las iglesias cristianas.[26]

Tres son las etapas que Gilli distingue en la síntesis de las relaciones europeo-africanas: exploración de los pueblos de África, obtención de sus productos y reparto colonial,[27] el cual fue sancionado en el Congreso de Berlín en 1885.[28] La parte activa y procolonialista la llevará acabo Europa de modo siempre unilateral.
En este encuentro de dos culturas, Europa se reafirmó en su superioridad en todos los campos, y el de la religión no quedará exento. Romanato nos da el testimonio de un misionero que, habiendo vuelto del África, dice que los africanos le parecen una turba de infelices que gimen bajo el tiránico yugo del demonio y solo esperan ansiosos ser llevados a nuestra santa religión.[29] En efecto, los africanos gemían, pero, sobre todo, por la esclavitud a la cual eran sometidos por europeos en complicidad con los árabes. Para Romanato “la presencia de la esclavitud fue el argumento más utilizado para justificar la necesidad de la intervención moralizadora y civilizadora de Europa”.[30]
Europa, hacia el s. XIX, consideraba haber alcanzado, como ningún otro pueblo, el culmen de la civilización. Se veía a sí misma como un pueblo privilegiado y culto, por lo que no veía en los demás pueblos nada que no fuera salvajismo y barbarie:[31]
Europa establece el único criterio de cultura y civilización válido: el suyo. Un pueblo será culto y civilizado en la medida en que asimile el patrón europeo de cultura y civilización.[32]

La colonización y la evangelización, ambas venidas de Europa, ¿cómo no pensar que pudieran entremezclarse y justificar una la presencia de la otra? De hecho, ocurrió, y los resultados son efecto de esta adulteración. Por eso, dice bien Gilli:
Cuando la mística de la conquista predomina sobre la acción misionera, las misiones fácilmente se convierten en fuente de poder, incluso político. Se confunde el reino de Dios con los reinos de esta tierra, la evangelización con la culturización y la colonización. Este sería el error cometido en aquellos lugares donde los condicionamientos metropolitanos, como el caso de Portugal, Bélgica, Francia e Inglaterra, se sintieron con mayor fuerza.[33]

Los misioneros procuran el progreso social y la promoción humana, pero su unión con los regímenes condicionaba su obra.[34] Comboni, por su parte, libremente luchó contra la concepción colonial de la misión[35] y señaló la esclavitud como vergüenza para la humanidad que hace oro de la sangre humana por el crudo interés (Cf. E 4559). Con ello, toma distancia de un modo paternalista y dominante de concebir la misión.

3. El auge misionero de la Iglesia en el siglo XIX.

El s. XIX presenta una clara reacción al antiguo régimen. La Iglesia había dejado de ser lo que en otro tiempo fue: fuerza y guía de la civilización europea. Nuevas fuerzas van surgiendo al margen de la Iglesia, y, a veces, contra ella, y que, además, pretenden ser conductoras del nuevo orden moderno. No obstante, este siglo será muy rico en manifestaciones eclesiales, y el boom del movimiento misionero será un claro ejemplo de ello. África se alzará como el espacio por excelencia donde los misioneros harán uso de toda su creatividad en la tarea evangelizadora. Gilli, al respecto dice:
La actividad misionera de la Iglesia se dirige, sobre todo en este tiempo, hacia un nuevo campo de trabajo hasta ahora prácticamente abandonado: África. Este nuevo impulso misionero dentro de la Iglesia coincide con una nueva etapa de la actividad misionera en ella, y hará historia dentro de la misma cambiando métodos evangelizadores, estilos de presencia de los misioneros y dando lugar al nacimiento de nuevas formas de evangelizar.[36]

Entre las nuevas formas de evangelización destacan las siguientes: [37]
La edificación de iglesias, y no solo salvar almas. Se buscó la conversión de regiones enteras y se levantaron centros de evangelización que fueron encomendados a catequistas.
La conversión de África por los propios africanos. Tanto protestantes como católicos se preocuparon por la preparación de agentes de evangelización locales, para pasar luego a la ordenación de ministros y culminar con una Iglesia autosuficiente.
La valorización de la cultura africana. Muchos misioneros estaban ansiosos de aprender lenguas africanas y estudiar las costumbres tribales y la historia; sin embargo, con la irrupción del colonialismo, se suprimirán los valores culturales negro-africanos, que no serán rescatados sino hasta la recuperación de la independencia.
Ahora, sucintamente mencionamos las causas que hicieron surgir este apasionante auge misionero:
Gilli veía entre las causas las relaciones que entre Europa y África se venían gestando por exploradores, comerciantes y políticos. Para Baur, las causas desencadenantes se reducen a tres: movimiento antiesclavista, exploraciones y colonialismo.
La lucha contra el comercio árabe de esclavos -otra de las causas- que empezó Livingstone, y que en Europa la llevó acabo Lavigerie, buscó doble efecto: espolear el interés misionero de los cristianos en Europa y, menguada la esclavitud, realizar una fructuosa actividad misionera.
Las exploraciones geográficas del s. XIX, por su parte, abrieron nuevas rutas para los misioneros en un continente hasta hace poco desconocido. Por último, el colonialismo ofrecía toda una infraestructura de comunicaciones, sanidad, ley y orden que preparó el terreno sobre el cual se establecieron iglesias cristianas. [38]
Si bien es cierto que las misiones tuvieron influencia colonialista[39], no es menos cierto que no faltaron misioneros auténticos, cuya preocupación fundamental no será la función moral de la evangelización como aseguradora de estabilidad social, sino los esclavos negros en cuanto personas. Lema del Movimiento Misionero de 1840 fue: “La caridad de Cristo nos apremia y nos empuja hacia los más pobres y abandonados”.[40]
En el despertar misionero del s. XIX, en que metrópolis europeas tenían control sobre no pocos institutos misioneros, con lo cual de alguna manera justificaban su presencia colonizadora, Comboni no tenía más motivo que la promoción de la persona del africano como agente de su propio desarrollo y como apóstol de sus propios hermanos. Luego de sus primeras correrías por el continente concluye que la Iglesia en África ha de ser africana y misionera. Comparte también la idea de que África se salvará con África misma. [41]

CAPÍTULO III

EL PLAN PARA LA REGENERACIÓN DE ÁFRICA

Comboni no fue un misionero improvisado. Siendo el año de 1864, con buenos años de experiencia en sus espaldas, intuye un plan para la evangelización de África. De su Plan llama la atención su catolicidad, es decir, su universalidad. Busca que todo el mundo católico centre su atención para el bien de África. En palabras de Comboni:
La obra debe ser católica, no ya española, francesa, alemana o italiana. Todos los católicos deben ayudar a los pobres negros, porque una nación sola no puede socorrer a toda la estirpe negra (E 944).

1. Nacimiento del plan.

El carisma comboniano surge no a partir de teorías piadosas abstractas, sino en el arduo apostolado africano, donde su inspirador, Comboni, padeció en carne propia las dificultades inherentes a un ambiente poco favorable, mas no por ello se vio mitigado en él el deseo de ofrendar su vida en la evangelización de los africanos. Es por ello que, buscando hacer más fructífera su misión, crea un plan que le permitiera retomar con mayor brío la senda de las misiones, un Plan que buscara que los africanos mismos fueran los protagonistas de su propia regeneración.
No obstante, seguro estaba Comboni de que su Plan, antes que ser obra humana, era obra divina (Cf. E 926;1390;2475). Dios mismo le había inspirado los diferentes puntos del Plan para llevar a cabo la evangelización de África Central:
En el año 1864, el 18 de septiembre, cuando me encontraba en Roma y en la basílica de San Pedro asistía a la beatificación de Margarita Mª. Alacoque, como un relámpago me iluminó la idea de proponer para la cristianización de los pobres negros un nuevo Plan, cuyos diferentes puntos me vinieron de lo alto como una inspiración (E 4799).

Las diez ediciones que Comboni tuvo que hacer del Plan demuestran el gran interés que causó entre sus oyentes[42]. A continuación presentamos el esquema generalmente común a sus distintas ediciones:[43]
Consta de una introducción en la que se analizan las relaciones entre Europa y África, y la situación sociocultural de ésta. Presenta luego los criterios de lectura de tal situación a la luz de la fe cristiana.
Presenta un balance histórico de la misión africana y las causas de su fracaso. Concluye con la necesidad de un cambio radical en la metodología misionera respecto a África.
Propone entonces su Plan: establecer centros de misión y de formación a lo largo de las costas africanas donde europeos y africanos puedan convivir. Los primeros asistirían la formación de los segundos, con lo cual se estaría dando progresivamente la regeneración del África con África, pues estos africanos, ya formados por misioneros europeos, irían a fundar misiones hacia el interior. En tal labor propone reunir la mayor cantidad de fuerzas eclesiales de modo orgánico y unitario.
Da a conocer un plan ejecutivo de fundación de centros educativos, talleres, seminarios y universidades para la formación teológica y científica, social y civil de los africanos. En estos centros se formarían los futuros misioneros y profesionales locales que serían la base de la nueva sociedad africana.
Comboni concluye su Plan con una súplica al Papa y a Propaganda Fide para que lo acojan y lo apoyen ante los católicos de todo el mundo.
El Plan de Comboni presenta ciertos elementos que en su tiempo estaban en boga como el de salvar África con África, sin embargo, presenta ciertas originalidades que son fruto de experiencias propias y que les dará coherencia y armonía. A modo de síntesis presentamos lo que más destaca en su originalidad.[44]
El Plan quiere promover un auténtico diálogo entre la Europa cristiana y la nueva África. Tal diálogo se debía realizar con una metodología de comunión en centros educativos adecuados, principalmente en África, en el propio ambiente cultural del africano, sin desarraigarlo de su tierra.
El Plan tiene una visión global de todo el continente y no solo de una misión concreta. Es una llamada a la responsabilidad misionera de toda la Iglesia a favor de la raza negra, la más pobre y abandonada.
Busca profundizar el concepto de salvar África con África yendo más allá de la mera promoción del clero nativo. La originalidad de Comboni entra a tallar en la perspectiva de regenerar en Cristo todos los componentes del pueblo negro-africano que, en lenguaje comboniano, se halla en situación de Nigricia, es decir, en todo aspecto de degradación espiritual y material, de explotación y esclavitud. La fe cristiana debía generar transformaciones culturales y sociales profundas. Así, Comboni veía el nacimiento de una Iglesia con rostro africano.
El Plan otorga un papel fundamental a la mujer en la misión de África Central. En una región inhóspita como el centro de África, a donde ningún explorador llevó mujer alguna, resultaba temeraria la idea de la acción de la mujer en la misión africana. Comboni hace de lado cualquier prejuicio pues, desde el momento en que intuyó el Plan, entendió que la mujer estaba llamada a ejercer un papel fundamental e insustituible en la regeneración de África Central[45], y con no poco orgullo reconocerá su acierto: “Yo he sido el primero en hacer que colabore en el apostolado de África Central el ministerio de la mujer” (E 5284). Su fe en la mujer misionera lo llevará a fundar en 1872 el Instituto de las Pías Madres de la Nigricia, las actuales Misioneras Combonianas.
A partir del Plan, el carisma de Comboni va perfilándose: su denodada entrega hacia los pueblos más pobres y abandonados de la tierra que aún no conocen a Cristo.

2. Puntos sobresalientes del Plan.

A continuación presentamos tres puntos fundamentales que no podemos ignorar por cuanto condensan el pensar misionero de Comboni: el protagonismo africano, el desempeño formativo del europeo y la ubicación de centros formativos vitales donde ambos, africano y europeo, pudieran permanecer bajo condiciones tolerables.
a) Salvar África con África. Romanato, buscando interpretar el pensamiento de Comboni, dice que la cristianización del continente, así como su civilización, habrán de ser obra de los mismos africanos, hechos dueños de su propio destino, mediante una obra de civilización que respete su cultura, su ser, sus necesidades y su autonomía.[46] En palabras de Comboni, se insiste una vez más en la idea principal:
Para el éxito de esta sublime y útil empresa es necesario que tanto en Europa como en África se organicen todas aquellas obras que pueden introducir el apostolado católico en África central, mediante el sistema expuesto en el Plan para la regeneración de África, fundado en el principio de regenerar África por medio de África (E 2571; Cf. 1425; 2179; 2753).

Según Romanato, F. Libermann (1802-1852), judío francés convertido al catolicismo, se expresaba en términos de Comboni cuando pedía a los misioneros que se despojaran de Europa y se hicieran negros con los negros para entonces juzgar al África como se debe. Pedía una formación conveniente a la índole del africano, no a la europea, sino a lo que les es connatural.[47]
b) El papel de los misioneros europeos. Estos misioneros serán los encargados de llevar a cabo la nada fácil, pero loable misión, de formar a los futuros agentes locales, primicias de la regeneración del interior del continente.
Las fundaciones de misiones y de cristiandades que, andando el tiempo tengan lugar en los países de África interior... serán iniciadas y puestas en marcha personalmente por misioneros europeos. Estos, anualmente, o como mucho dentro del plazo de dos años, deberán ir turnándose en el gobierno inmediato de las distintas misiones del centro de África, hasta que la experiencia haya demostrado que se puede confiar con seguridad a sacerdotes o catequistas indígenas de probada idoneidad la dirección permanente de las estaciones y cristiandades ya iniciadas y puestas en marcha por los misioneros europeos (E 2779).[48]

c) Centros vitales de formación. Comboni, hombre observante de la realidad y atento a aprender de las experiencias tanto propias como de otros, juzga necesario ubicar centros de formación donde europeos y africanos puedan aclimatarse y prepararse para la misión según el Plan.
La experiencia claramente ha demostrado que el misionero europeo no puede desarrollar su labor de redención en aquellas abrasadas regiones del África interior, funestas para su vida; que no puede soportar la dureza de las fatigas, la multiplicidad de las incomodidades y la inclemencia del clima. E igualmente la experiencia ha demostrado que el negro no puede recibir en Europa una completa enseñanza católica, de manera que luego sea capaz, por una buena disposición física y anímica continua, de promover en su tierra natal la propagación de la fe; porque, o no puede vivir en Europa, o a su regreso a África se revela inepto para el apostolado, por las casi connaturales costumbres europeas adquiridas en el centro de la civilización, que se vuelven extrañas y nocivas en las condiciones de la vida africana (E 2748).

Ante tal dificultad de encontrar centros neutrales de aclimatación, Comboni propone las áreas costeras de África, juiciosamente situadas a la menor distancia posible del interior del continente, dentro de zonas seguras y algo civilizadas, en las que tanto el europeo como el africano pudiesen trabajar. [49]
Comboni ha observado la resistencia del continente negro a sus exploraciones. Por ello adopta una estrategia con método misionero propio. La experiencia le ha hecho evidente que ni el europeo resiste el clima africano ni el africano el clima europeo. El encuentro de ambos debe realizarse ahí donde el africano vive y no cambia, y el europeo trabaja y no sucumbe. Ese terreno intermedio se encuentra en las zonas costeras del continente, donde clima y cultura son tolerables y no obligan a saltos traumáticos.[50]

3. Animación misionera.

Inmediatamente después de la elaboración de su Plan (1864), Comboni emprende un largo viaje de animación misionera por Europa. En Turín publica la primera edición italiana del Plan misionero. En Francia da a conocer el Plan y se pone en contacto con personas a quienes también preocupaba la situación de África. Además, visita Prusia, Colonia, Bélgica e Inglaterra. El mundo católico elogia su Plan.[51] González dice:
Comboni es un viajero incansable para difundir las ideas misioneras expuestas en su plan a favor de África. Es este período uno de los más activos de su vida: visita varias capitales europeas para ponerse en contacto con organismos misioneros y con organizaciones pro África.[52]

Cuatro son los puntos que queremos destacar en la animación misionera de Comboni: la exposición de la causa africana ante la Iglesia, la promoción vocacional, la oración y la utilidad de la prensa.

1. Causa africana. Hemos anotado brevemente arriba de qué manera Comboni, debido a su Plan, viaja por toda Europa animando el mundo católico en favor de África, pero mención especial merece el llamado que el santo misionero hace a los obispos del Concilio Vaticano I para que anotaran en su agenda como punto importante la situación de África Central que estaba a la espera de su regeneración.
He aquí, por tanto, ante ustedes, Excelentísimos Padres, esta infeliz Nigricia que, inmersa en las tinieblas, cae extraviada por los precipicios, sin guía, sin luz, sin fe, sin Dios. Se trata de la salvación de toda África central, la cual comprende la décima parte de todo el género humano. Si ustedes no deciden con gran benevolencia poner algún remedio ¿cuántos siglos quizás habrán de pasar antes de que cese la desgracia de los africanos? (E 2304).

2. Promoción vocacional. El corazón de Comboni no hallaba calma al ver que, mientras África carecía de operarios para su mies en su postración material y espiritual, Europa gozaba de los privilegios de la civilización cuyos seminarios rebosaban de vocaciones. Y dado que la obra de regeneración de la Nigricia es tarea ardua y laboriosa, humildemente reconoce que él solo no podría sin la participación masiva de todos los católicos del mundo (Cf. E 2543). Y viendo los seminarios florecientes de las diócesis europeas no puede menos que implorar el reclutamiento de jóvenes valientes y generosos que dediquen su vida a la misión del continente negro:
Dejo luego que mi mirada se deslice sobre la parte selecta del rebaño de Jesucristo contemplando los más florecientes seminarios de las diócesis señeras del mundo católico, y en ellos querría escoger para mí los jóvenes más fuertes, la flor y esperanza del sacerdocio, para incitarlos a que vuelvan con gesto heroico la espalda al mundo, dejen su patria y corran en ayuda de aquellos infelices para romper las cadenas de su esclavitud y llevarles la buena noticia, la fe católica (E 2544).

3. La oración. Comboni, que nunca dejaba pasar tres horas sin rezar donde sea que se encontrara (Cf. E 4320) y cuya fuerza se cimentaba en la omnipotencia de la oración (Cf. E 1969), para tan magnánima obra que, además de requerir medios económicos, jamás se desatendió en pedir auxilios espirituales. Él oraba y hacía orar para que la regeneración de África fuese posible. En una de sus tantas cartas decía: “En Francia, Bélgica, Alemania e Italia tengo más de 200 casas religiosas que rezan a Dios para que yo consiga llevar la luz de la santa fe al interior de África” (E 1888). A una religiosa dice:
La obra de conversión de África se cuenta entre las más importantes de nuestro tiempo. Es muy difícil, pero Dios ayudará. Por favor, rece y haga rezar por ella, que el Señor se lo devolverá al ciento por uno (E 1890).

4. La utilidad de la prensa. Las diez ediciones que Comboni hizo de su Plan para la regeneración de África[53] para darlo a conocer al orbe católico de las distintas naciones europeas, amén de la multitud de cartas en las que no hablaba de otra cosa que no fuera África, muestra hasta qué magnitud era capaz nuestro santo misionero de aprovechar la prensa como medio de comunicación para divulgar sus ideas misioneras y, así, ganar adeptos para la misión africana. Además, la obra a la cual estaba abocado en cuerpo y alma, requería que por cualquier medio posible consiguiera dinero para sostener sus proyectos. El escribir para distintas publicaciones, a parte de conseguirle medios económicos, le permitían hacer animación misionera. Los Anales del Buen Pastor era una publicación suya con la cual buscaba crear conciencia misionera y sensibilizar la gente acerca de la situación de la Nigricia.
Tengo que ocuparme de recaudar más de quinientos francos al día para sostener mis establecimientos, lo cual me obliga a escribir siempre como corresponsal de otras quince publicaciones, alemanas, francesas, inglesas, americanas... Además estoy en contacto con casi todos los periódicos católicos de Italia, especialmente con L’Osservatore Romano, L’Unità Cattolica, L’Osservatore Cattolico, etc..., a parte de mis Anales del Buen Pastor, de Verona, de aparición trimestral (E 6724).

En esta misma línea trazada por Comboni, los MCCJ, dentro del marco de la animación misionera, además de suscitar interés por las misiones, buscan que el pueblo de Dios se comprometa de modo concreto por la causa misionera como compete a su naturaleza de cristianos:
Los Misioneros Combonianos, por vocación y a ejemplo del fundador, están llamados a la animación del pueblo de Dios, para que este reconozca sus responsabilidades misioneras y se comprometa en el anuncio del evangelio al mundo entero (RV 72).

CAPÍTULO IV

UNA MISIÓN ESPECÍFICA

En la Iglesia podemos ver que cada congregación religiosa tiene su misión propia de acuerdo a su carisma heredado por su fundador, pero ¿cuál es la misión específica de los MCCJ?

1. La misión ad gentes en el carisma comboniano.

Con Comboni, los MCCJ pueden responder a la pregunta por su misión específica de la siguiente manera: nuestra finalidad específica son los más pobres y abandonados del mundo (E 2647). Sin embargo, es la misma finalidad que persigue la Iglesia universal. Juan Pablo II dice: “La Iglesia en todo el mundo quiere ser la Iglesia de los pobres... Los pobres merecen una atención preferencial, cualquiera que sea la situación moral o personal en que se encuentren” (RM 60). Entonces, cabría hacer la pregunta ¿a qué se refiere Comboni cuando habla de los más pobres y abandonados del mundo? La interpretación oficial la encontramos en la Regla de Vida:
La llamada de Dios al servicio misionero se concretó para Comboni en la opción por los pueblos de África que, en aquel momento histórico, le parecían los más pobres y abandonados del universo, especialmente por lo que respecta a la fe (RV 5).

Para Pierli, mccj, la especificación final “por lo que respecta a la fe” es muy importante, en tanto que define el ámbito de acción del Instituto Comboniano, limitándolo a una cierta categoría de personas.[54] Comprendamos que el mundo de los pobres es amplio y variado y no se puede prestar atención a todo. Es así como el Instituto contribuye a la misión de la Iglesia con un objetivo específico (Cf. E 2647). Y este objetivo es descrito por Comboni de la siguiente manera: la evangelización de “un pueblo sin pastor, sin apóstoles, sin Iglesia y sin fe” (E 2311), porque para nuestro santo misionero el mayor signo de pobreza y abandono es la ausencia de fe en Jesucristo.[55]
Los pueblos más pobres y abandonados que conoció Comboni se veían aquejados por muchos males como la miseria y la injusticia que hacían de las personas “cosas” o esclavos a quienes se les privaban de sus derechos fundamentales. Según Pierli, Comboni señalaba el desconocimiento de Jesucristo como nota característica de estos pueblos y causa primera de sus males[56]. No por nada dice la Regla de Vida:
El Instituto tiene como finalidad realizar la misión evangelizadora de la Iglesia entre aquellos pueblos o grupos humanos todavía no evangelizados, o que no lo están suficientemente (RV 13).

Tal finalidad se ve lograda cuando la comunidad cristiana llega a la autosuficiencia con ministerios propios, cuando es capaz de dar satisfacción por sí misma a sus necesidades y cuando colabora a la difusión del evangelio (Cf. RV 70).
La opción por los pobres no significó para Comboni un mero slogan o una actitud temporal o superficial, sino una opción permanente. “Asumir la causa de los olvidados significa, según la óptica de Comboni, unirse a ellos nupcialmente, indisolublemente”[57]
Tengamos en cuenta que del tiempo de Comboni a la fecha muchas cosas han cambiado. Sin embargo, el Instituto de los MCCJ en su XVI Capítulo General del 2003, mantiene en pie de un modo actualizado el carisma específico de su fundador.
A continuación presentamos sintéticamente la labor pastoral específica que los MCCJ llevan a cabo actualmente atendiendo a tres puntos sustanciales del carisma: atención preferencial por los pobres, regeneración de África con África y el Plan de Comboni.

Atención preferencial por los pobres (DC ’03, 36-38).

Los MCCJ son enviados a los pueblos y grupos humanos más pobres y marginados, realidad de minorías no alcanzadas por la Iglesia o descuidadas por la sociedad; grupos todavía no –o no suficientemente- evangelizados, que viven en las fronteras de la pobreza por causas históricas y por los efectos negativos de la globalización y de la economía de mercado. Comboni había identificado estos pueblos con la Nigricia de su tiempo.
Actualmente, la conexión de la misión comboniana con África es carismática e histórica. El perpetuarse en África de situaciones de primera evangelización y de pobreza y abandono confirma a los MCCJ en su opción preferencial, aunque no exclusiva, por África. En su historia, el Instituto ha sido guiado por el Espíritu para descubrir situaciones de pobreza y abandono en otros continentes (Europa, América, Asia) a las cuales busca responder motivado por su carisma.
Otros areópagos se focalizan en la misión comboniana: el islam, el mundo de las comunicaciones, los jóvenes, los migrantes y las periferias pobres de las grandes metrópolis.

Regeneración de África con África (DC ’03, 39-40.2)

Las realidades humanas de pobreza y abandono, regeneradas por el encuentro con Cristo, se convierten a su vez en protagonistas de la regeneración de otras situaciones.
Con empeño prioritario por la primera evangelización, los MCCJ llevan la Palabra al corazón de la gente, de las sociedades, de las culturas y tradiciones religiosas, para que el encuentro vivo con Cristo les dé plenitud de vida y la posibilidad de incorporarse en el signo privilegiado del reino que es la Iglesia, no olvidando que evangelización también es promoción humana en la lucha por la dignidad de la persona para disfrutar de la fraternidad, de la justicia y de la paz.
A través de la animación misionera, los MCCJ ayudan a las iglesias a descubrir y a nutrir la conciencia de su naturaleza misionera y a abrirse a la misión universal en un recíproco intercambio de dones.

El Plan de Comboni (DC ’03, 42.1- 42.7)

Los MCCJ realizan un cuidadoso análisis de la realidad, valorizando la obra del Espíritu en toda cultura, poniendo el acento en el compromiso por inculturar el evangelio.
Construyen comunidades nuevas alrededor de la Palabra de Dios y de la celebración de los sacramentos. Además, trabajan en la Iglesia local colaborando con todas las fuerzas eclesiales.
Forman líderes en el campo eclesial y social y animan las pequeñas comunidades cristianas. Hacen a las personas protagonistas de su historia; caminan a su mismo paso y usan medios accesibles a ellos.
Con espíritu profético, denuncian las situaciones y las causas de las injusticias, promoviendo el compromiso por una cultura de justicia, paz e integridad de la creación como parte constitutiva de la acción misionera. Asimismo, trabajan en proyectos específicos por una promoción humana integral.

Habiendo dilucidado la específica labor pastoral comboniana, bien valdría la pena hacer hincapié en la promoción de la justicia y la paz toda vez que el Instituto está abocado al servicio de los más pobres y abandonados, quienes padecen toda clase de injusticias, las cuales generan inestabilidad social que hacen más difícil la obtención de la paz y el desarrollo de los pueblos y la defensa del derecho de cada hombre y mujer a una vida más digna.
El XV Capítulo General de 1997 ya hablaba de identificar y analizar las causas que están a la raíz del sistema de opresión estructural en los terrenos económico, político, social, cultural y religioso (DC ’97, 107). Este Capítulo destaca el compromiso por la justicia y la paz del Instituto Comboniano según la inspiración del fundador que en su tiempo denunciaba todo aquello que atentara la dignidad de la persona humana:
Comboni luchó contra la trata oriental de los esclavos con todos los medios a su disposición y siempre vio en esto más una cuestión de justicia que de caridad cristiana. Además, en el contexto de la lucha contra esa explotación de los seres humanos, Comboni condenaba abiertamente el comercio de armas (Cf. E 3349). El Plan de Comboni también sostenía el compromiso por el desarrollo humano integral (DC ’97, 108).

La Regla de Vida corrobora tal compromiso con una evangelización que busca liberar al hombre de injusticias y de estructuras opresivas liberándolo íntegramente (RV 61).

2. El carácter de provisionalidad de la misión comboniana.

La provisionalidad es un rasgo peculiar en el carisma comboniano. El Instituto es un peregrino, un itinerante que va esparciendo la semilla del reino entre los pueblos no cristianos. Por la naturaleza de su carisma, los MCCJ no pueden quedarse en un mismo sitio para siempre una vez lograda una comunidad eclesial autosuficiente, sino que tienen que estar en búsqueda de aquellos pueblos más necesitados donde aún no se ha proclamado la buena nueva del reino. Por lo tanto, no deben caer en la tentación de aferrarse a un lugar, a una gente, a comodidades pastorales y a estructuras ya levantadas, pues su misión original es ir donde el evangelio aún no es conocido, a ejemplo de Jesucristo que, al no dejarse retener por la gente que lo buscaba, dijo: “También tengo que anunciar la buena noticia del reino de Dios a los otros pueblos, porque para esto fui enviado” (Lc 4,43).
De lo anteriormente dicho, podemos inferir que los MCCJ están llamados a anunciar el evangelio y a fundar comunidades, no a sostenerlas perpetuamente, pues implicaría una determinada labor pastoral que chocaría con la provisionalidad del Instituto de dejar en un futuro la comunidad que ha fundado en manos de sus propios agentes pastorales para poder migrar hacia otras latitudes. El padre Pierli, en un lenguaje paulino dice:
Nosotros hemos sido elegidos para llevar el nombre del Señor ante los gentiles (Hch 9,15), para anunciarlo entre los gentiles (Gál 1,16), para fundar comunidades cristianas y no para mantenerlas, porque la actividad misionera entre los infieles difiere de la actividad pastoral que hay que realizar con los fieles (AG 6).[58]

Esta distinción pastoral de estar entre cristianos y entre no cristianos, san Pablo mismo la hace cuando escribe a los corintios presentándose como un padre, porque por el evangelio los engendró para Cristo; mientras que a Timoteo lo presenta como pastor, porque les recordará a la comunidad las enseñanzas de Pablo (Cfr, 1Co 4,15-17). Actualmente no es fácil hacer la distinción entre atención pastoral a los fieles, nueva evangelización y actividad misionera específica como bien hacía notar Juan Pablo II (Cfr. RM 34). Sin embargo, subrayaba que:
Es necesario mantener viva la solicitud por el anuncio y por la fundación de nueva iglesias en los pueblos y grupos humanos donde no existen, porque ésta es la tarea primordial de la Iglesia, que ha sido enviada a todos los pueblos, hasta los confines de la tierra. Sin la misión ad gentes, la misma dimensión misionera de la Iglesia estaría privada de su significado fundamental y de su actuación ejemplar (RM 34).

El llamado a la misión ad gentes está puesto y es constante. Para los MCCJ vivir la misión entraña provisionalidad: anunciar, fundar y acompañar hasta la suficiente madurez de la comunidad local. Esta misión tiene que ser llevada a cabo en situaciones de Nigricia, es decir, donde la actividad misionera es más urgente, de lo contrario, como diría Pierli: “nos transformaremos automáticamente en ‘pastores’ y seremos infieles a nuestro carisma misionero”.[59]
En virtud de su opción fundamental de trabajar entre los más pobres que no conocen a Cristo, la vivencia de la provisionalidad es factor de suma importancia para el Instituto (RV 71) y, como el Apóstol de las gentes, no puede detenerse ni en Antioquia, ni en Corinto, sino debe fundar comunidades cristianas y seguir adelante.[60]
En su XVI Capítulo del 2003, los MCCJ establecen los criterios de provisionalidad. Nótese el acento que subyace: servicio pastoral, búsqueda de nuevas situaciones más necesitadas y el fijar como meta la autosuficiencia de la iglesia local. Tales criterios son expuestos de la siguiente manera:
+ Entendemos la provisionalidad, característica esencial del servicio misionero como fruto de una programación con objetivos concretos, tiempos y metas precisas, en sintonía con los programas de la iglesia local (DC ’03,117).
+ Esta provisionalidad exige una evaluación periódica y sistemática de nuestros compromisos y que tenga en cuenta la urgencia de servicio en otros campos más necesitados de nuestra presencia (DC ’03,118).
+ Favorecemos estrategias de rotación que promuevan nuestra presencia misionera como un servicio prolongado y una realidad amada y desposada (DC ’03,119).
+ Como criterio general, desarrollamos programas y estructuras de evangelización y promoción humana hasta que la iglesia local esté en grado de asumirla aunque sea de manera limitada (DC ’03,120).
El padre Pierli, en su calidad de superior general de los MCCJ, con ocasión de los 50 años de presencia comboniana en Perú, vuelve a destacar el factor de provisionalidad del carisma comboniano de un modo sintético:
Los Misioneros Combonianos fundan o llevan a las comunidades cristianas hasta un nivel de vitalidad y madurez. Una vez alcanzada una cierta autosuficiencia, las pasan a otras fuerzas apostólicas para luego lanzarse a nuevas situaciones misioneras. Se trata de una provisionalidad muy preciosa, que nos permite mirar constantemente más allá de las comunidades cristianas que ya han conseguido una buena vitalidad, con vistas a ir allí donde tales comunidades no existen o todavía están en los primeros pasos de su formación.[61]

La lógica de la provisionalidad mantiene al Instituto en tensión constante hacia nuevas situaciones de urgente evangelización librando a sus miembros de quedar absorbidos y estáticos ante los logros ya alcanzados.

3. Detrás de la Nigricia.

Nigricia, más que un concepto es una situación de fuerte contenido simbólico para los MCCJ. Hace referencia al África de Comboni, a aquella África que Comboni vio como la parte del mundo más abandonada, más necesitada, más digna de simpatía y de atención e importante para el apostolado (Cfr. E 1019;1215;1349). Para Comboni, África lo era todo, era su pasión (Cfr. E 1722) y no dudaba en morir con África en sus labios (Cfr. E 1441). La conversión de la Nigricia se convertirá para Comboni en una pasión que sellará con su misma muerte: “Solo me interesa lo que es la única verdadera pasión de mi vida entera y lo será hasta la muerte: que se convierta la Nigricia” (E 6987).
En Comboni, Nigricia era el África postrada que estaba en espera de la buena noticia del reino cuya tardanza prolongaba la agonía y la miseria en el desolado continente negro. Hoy día, para los MCCJ, Nigricia es toda situación que alberga de alguna manera las mismas realidades de pobreza y abandono que Comboni presenció en África pero que también son evidentes y sufridas en distintas partes del mundo, especialmente entre los pueblos más desfavorecidos hacia donde siguen siendo enviados los MCCJ (Cfr. DC’03,36).
El XV Capítulo de 1997 presentaba las situaciones de Nigricia a las cuales los MCCJ siguen haciendo frente. Después de indicar algunos signos positivos como señal del reino que se difunde y de la levadura del evangelio que fermenta, señala otros signos de muerte que, como cizaña, crece al lado del trigo, que no son otra cosa sino situaciones de Nigricia que el Capítulo exponía de la siguiente manera:
+ Nos preocupa cómo aumentan el odio, los conflictos étnicos y las venganzas; cómo se agrava la disgregación de los valores familiares y culturales; cómo crece la pobreza, principalmente en los países del hemisferio sur, y cómo se impone un sistema económico que va acompañado de la injusticia institucionalizada, de la corrupción y de la explotación sin límites (DC’97,5).
+ Como en tiempos de Comboni, África sigue siendo un continente marginado, al que solo se presta atención cuando lo que allí sucede afecta a los intereses de los poderosos (DC’97,6).
+ Renovamos nuestra entrega a África. Además, junto con el compromiso por los pueblos aún no evangelizados, reclaman nuestra atención otros areópagos privilegiados como el islam, las periferias de las grandes ciudades, los jóvenes, los refugiados, el mundo de la comunicación y la formación de líderes (DC’97,7).
+ En otros continentes también existen situaciones de Nigricia que nos interpelan: afroamericanos, grupos indígenas, los barrios más pobres de las grandes ciudades de América; los pueblos aún no evangelizados y el diálogo interreligioso en Asia; los inmigrantes en Europa y en Norteamérica (DC’97,8).
+ El África Central era visto por Comboni como el Vicariato Apostólico más vasto y laborioso del universo por el cual no dudaba dar la vida cien veces anunciando el reino y plantando la Iglesia, promoviendo agentes locales y haciendo frente a problemas como la pobreza, el abandono y la esclavitud, que de una u otra manera siguen perpetuándose no solo en África sino en los demás continentes.
Esta es la Nigricia de ahora que el Instituto Comboniano asume en su obra apostólica, cuyos misioneros hacen suyo el grito de guerra de Comboni: o Nigricia o muerte (E 3265).

CONCLUSIÓN

Creemos haber cumplido el cometido que nos fijamos en la introducción: exponer la misión ad gentes bajo el carisma de los MCCJ. Quizás nada nuevo se haya dicho; sin embargo, no por ello nuestra empresa ha resultado inútil, porque, al mostrar la misión ad gentes al estilo comboniano, de alguna manera hemos puesto el dedo en la llaga de la impostergable e ineludible actividad misionera de la Iglesia en su dimensión ad gentes, actividad esencial de la Iglesia que hoy sufre de una cierta tibieza.
En efecto, lo anteriormente dicho tiene su sustento en que últimamente el término “misión” dentro de la Iglesia se ha diluido, menguando así su radicalidad y arrojo que significaba abrirse a evangelizar los pueblos no cristianos, territorios de frontera, lugares de primera evangelización donde hay que empezar a construir desde abajo, o mínimo, reforzar aquellas realidades donde la Iglesia aún es incipiente.
Y es que el concepto de “misión” es polivalente, y ahora se ha ampliado de modo que cualquiera puede ser misionero así proclame el evangelio en el traspatio de la parroquia. Incluso, no llegan a faltar fuerzas eclesiales que, denominándose misioneras, viven insertadas con sus colegios o parroquias al estilo diocesano dentro de las ciudades donde la pastoral bien puede ser llevada a la perfección por las mismas diócesis u otras fuerzas eclesiales que no necesariamente son misioneras en sentido estricto.
Ciertamente, por el bautismo todos adquirimos el deber de anunciar el evangelio, lo cual nos convierte en misioneros aprovechando cada campo del vasto mundo para dar a conocer nuestra fe con palabras y obras, tan solo pensemos en los nuevos areópagos de los que nos habla Juan Pablo II en RM 37c: el mundo de las comunicaciones, el compromiso por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos, los derechos del hombre y de los pueblos, la promoción de la mujer y del niño, la salvaguardia de la creación. Y sin duda, dentro de una sociedad cristianizada siempre habrá mucho por hacer, y los obispos tendrán sus buenas razones por preocuparse de preparar agentes al interior de su iglesia para consolidarla todavía más; pero, acaso, ¿no será esta preocupación una limitación que, tanto a ellos como a los fieles, los están haciendo olvidar de la urgencia de ir a anunciar el evangelio y plantar la Iglesia entre los no cristianos con todo lo que ello hoy implica: inculturación; diálogo intercultural, ecuménico e interreligioso? Tan solo pensemos en el COMLA VIII-CAM III que postergó aquello para lo que fue creada: el fomento de la misión ad gentes, aún cuando Aparecida dedica un breve pero sustancioso apoyo a la misión ad gentes (Cf. DA 373-379).
Nuestra iglesias de Latinoamérica tienen mucho temor a abrirse y parece que en la práctica han olvidado aquella frase de Puebla y retomada por Aparecida: “dar desde nuestra pobreza” (DP 367). En efecto, Latinoamérica contiene la mayor población católica, pero no se deja sentir en un porcentaje significativo de operarios para la misión. Recordemos que sin la misión -ad gentes- la Iglesia estaría desobedeciendo el mandato de su Señor de ir a todas las naciones a anunciarlo (Cf. Mt 28,19).
No olvidemos que todavía son tres cuartas de la humanidad que aún no conocen el mensaje de Jesucristo. Los MCCJ con su misión ad gentes buscan, a ejemplo de su fundador, ser conciencia viva, comprometida y agradecida dentro de la Iglesia y del mundo por enfatizar la ineludible labor misionera donde hace más falta, es decir, entre los más pobres, aquellos que lo son no tanto por su carencia material, sino por desconocer el evangelio y a Jesús, Hijo de Dios, nuestro Redentor.
Los MCCJ viven la misión ad gentes con el carácter de provisionalidad que podemos sintetizar en tres momentos: llegar, fundar y marchar. Expliquemos en breve. Llegar, que sería la instalación de una comunidad comboniana en un pueblo concreto donde no existe iglesia alguna. Fundar, que sería la labor misionera del anuncio del evangelio y de la edificación de la iglesia local hasta su autosuficiencia. Y por último marchar, que sería el acto de ver la misión cumplida y de ponerse en camino hacia otros destinos donde se requiera hacer presencia evangelizadora.
Los MCCJ viven así su misión según el legado de Comboni: siempre en búsqueda de un nuevo territorio donde no se ha anunciado la buena nueva del reino. Su testimonio es de algún modo una provocación para todos los bautizados por interesarse en contribuir en la misión de la Iglesia, para que eleven su mirada más allá de sus fronteras eclesiales, geográficas y culturales, de modo que puedan llegar a sentirse verdaderamente hermanos y hermanas con todos los hombres y mujeres del mundo, especialmente de los más necesitados.
Finalizamos haciendo nuestro el anhelo de Aparecida de dar un decidido impulso a la misión ad gentes aún desde nuestra pobreza pero con la alegría de ser Iglesia enviada por su Señor a compartir con los otros la belleza de nuestra fe:
Nuestro anhelo es que esta V Conferencia sea un estímulo para que muchos discípulos de nuestras iglesias vayan y evangelicen en la “otra orilla”. La fe se fortifica dándola y es preciso que entremos en nuestro continente en una nueva primavera de la misión ad gentes. Somos iglesias pobres, pero “debemos dar desde nuestra pobreza y desde la alegría de nuestra fe” (DP 368) y esto sin descargar en unos pocos enviados el compromiso que es de toda la comunidad cristiana (DA 379).

BIBLIOGRAFÍA

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RZEPKOWSKI, Horst, Diccionario de misionología, Navarra, Verbo divino, 1997.

TURRI, Vicente, Iglesia en misión. Manual de animación misionera, San José, Costa Rica, 1989.

VATICANO II, Documentos, Madrid, BAC, 1986.

[1] E. Nunnenmacher, “La naturaleza misionera de la Iglesia”, en Pontificia Unión Misional, p. 71.
[2] Cf. H. Rzepkowski, Diccionario de misionología, p. 357.
[3] V. Turri, Iglesia en misión, p. 12.
[4] Ibid., p. 13.
[5] Cf. Ibid.,
[6] Cf. Ibid., p. 14.
[7] Cf. Ibid., p.15.
[8] Cf. A. Wolanin, “La misión de Jesucristo”, en Pontificia Unión Misional, p. 61.
[9] Cf. V. Turri, o.c., p. 16.
[10] Cf. Ibid., p. 17.
[11] Ibid., p. 15.
[12] Cf. K. Müller. Teología de la misión, Navarra, Verbo Divino, 1988, pp. 39-41.
[13] Cf. H. Rzepkowski, o.c., p. 359.
[14] J.A. Izco. “La misión hoy. A vueltas con la misión cristiana: balance y perspectivas”, en Misiones extranjeras, no. 140 (1994), pp. 127-130.
[15] Cf. Ibid, p. 130.
[16] Ibid.
[17] Nos guiaremos por el esquema de P. Giglioni, “La actividad misionera de la Iglesia”, en Pontifica Unión Misional, pp. 112-119.
[18] Para ver el desarrollo del proceso vocacional de Comboni remitimos a: J.M. Lozano. Daniel Comboni, misionero y profeta, México, D.F., MCCJ, pp. 17-35; J.M. Lozano. Cristo también era negro, Madrid, Mundo Negro, 1988, pp 14-18; V. Moretto. Si tuviera mil vidas, Monterrey, México, 2006, pp. 29-94.
[19] Para una detallada biografía de Comboni remitimos a: P. Chiocchetta. Las obras de Dios son así, Madrid, Mundo Negro, 1993, pp. XI-XVI; F. González. Daniel Comboni, profeta y apóstol de África, pp. 144-156; F. González. Comboni en el corazón de la misión africana, pp. 117-138.
[20] Cf. A. Gilli, et al. El mensaje de Daniel Comboni, pp. 79-89.
[21] F. Pierli. Como herederos, p. 25.
[22] En adelante citaremos esta fuente con E seguida del número de referencia.
[23] F. González. Daniel Comboni, profeta y apóstol de África, pp. 147-149.
[24] A. Gilli, et al, o.c., p. 86.0.
[25] A. Gilli, et al., o.c., p. 14.
[26] J. Baur. 2000 años de cristianismo en África, p. 118.
[27] A. Gilli, et al, o.c., p. 14.
[28] Ibid; Cf. F. González. Comboni en el corazón de la misión africana, pp. 166-167.
[29] G. Romanato. El África negra entre el cristianismo y el Islam, p. 156.
[30] Ibid, p. 288. Para indagar un poco más sobre la trata de esclavos en el s. XIX: F. González. Comboni en..., pp. 159-164; F. González. Daniel Comboni..., pp. 329-331; G. Romanato. El África negra..., pp. 288-298.
[31] Cf. A. Gilli, et al, p. 15.
[32] Ibid.
[33] Ibid., p. 19.
[34] Cf. Obras Misionales Pontificias de España. La misionología hoy, Navarra, Verbo Divino, 1987, p. 163.
[35] F. González. Daniel Comboni..., p. 156.
[36] A. Gilli, et al., o.c., p. 14.
[37] J. Baur, o.c., pp. 116-117.
[38] J. Baur, o.c., pp. 117-118.
[39] Cf. Ibid, p. 291-294.
[40] F. González. Comboni en..., p. 169.
[41] Cf. A. Gilli, et al, o.c., pp. 25.167.
[42] Para ver las distintas ediciones del Plan consultar: F. González. Comboni en..., p. 294-307.
[43] Ibid., pp. 289-290.
[44] Cf. Ibid., p. 291.
[45] Cf. L. Gaiga. Fuertes y fieles, Bogotá, Sin Fronteras, p. 14.
[46] Cf. Romanato, o.c., p.206
[47] Cf. Ibid., p. 207.
[48] Cf. G. Romanato, o.c., p. 207.
[49] Como probables centros Comboni señalaba: Egipto, Túnez, Marruecos, Congo, Madagascar, Abisinia, Argel, entre otros (E 2757-2763).
[50] Cf. G. Romanato, o.c., p. 205.
[51] Cf. F. González. Daniel Comboni..., pp. 147-148.
[52] Ibid., p. 148.
[53] Cf. F. González. Comboni en..., pp. 294-306.
[54] F. Pierli, Como herederos, p. 185.
[55] Ibid.
[56] Ibid., p. 186.
[57] Carta de los tres Consejos Generales de los Institutos Combonianos con motivo de la canonización del Fundador Daniel Comboni, Daniel Comboni, testimonio de santidad y maestro de misión, p. 33.
[58] F. Pierli, o.c., p. 186.
[59] Ibid, p. 187.
[60] Cfr. Ibid.
[61] F. Pierli, prólogo a la obra de R. Ballan, Sembradores de esperanza. Misioneros Combonianos, 50 años
en el Perú, 1938-1988, Lima, Sin Fronteras, 1990, p. 8.

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