El agnosticismo es una teoría cuyo conocimiento se funda únicamente en la ciencia experimental-positiva. Sus presupuestos se fundamentan en sucesos o fenómenos concretos, visibles y experimentables; por lo tanto, pretender saber aquello que rebasa los límites de la experiencia sensible y que no se ajusta al método empírico resulta ser mera vanalidad, conocimiento incierto, dogmatismo cerrado, por ejemplo las verdades que versan sobre la metafísica y la religión. Esta teoría ya se hallaba en ciernes en el escéptico Epícuro, quien aportó algunas ideas al empirismo radical de Hume, quien a su vez llevó a su más alta cuota el agnosticismo de la edad moderna.
Thomas Henry Huxley empleó por vez primera el término agnóstico (1869) para proponer su doctrina del agnosticismo en sus Collected Essays (tomo V, 1989). Literalmente agnóstico significa el que no sabe, y agnosticismo la posición de acuerdo con la cual no se sabe o no se pretende saber. Los agnósticos no pretenden ir más allá de los límites que impone el conocimiento científico en una fase determinada de la evolución de la ciencia[1].
Algunos ejemplos de filósofos modernos agnósticos los tenemos como: Darwin, quien se declaró agnóstico en una carta fechada en 1879, asumiendo una posición positivista que niega profesar públicamente cualquier opinión sobre lo absoluto, lo infinito y Dios y sus problemas correspondientes. Spencer en sus Primeros principios (1862) pretendió demostrar la inaccesibilidad de la realidad última. El fisiólogo alemán Du-Bois Raymond en un escrito de 1880 hablaba de siete enigmas del mundo acerca de los cuales estamos destinados a profesar ignorancia, pues, la ciencia nunca podría resolverlos: el origen de la materia y de la vida; el nacimiento de la vida; la ordenación finalista de la naturaleza; el surgimiento de la sensibilidad y de la conciencia; el pensamiento racional y el origen del lenguaje; y la libertad del querer. El mismo Kant sostiene que el noúmeno [sustancia aristotélica] o cosa en sí se encuentra fuera de los límites del conocimiento humano.[2]
Spencer, filósofo inglés (1820-1903), fundador de la filosofía evolucionista, por su parte, toma el conocimiento como algo ascendente que allana la oscuridad de lo que hasta entonces se desconocía; sin embargo, cierra toda posibilidad del acceso a lo Absoluto, de este modo, describe la ciencia como una esfera que crece gradualmente, de manera que cada añadidura a su superficie la pone en mayor contacto con la no-ciencia circundante. Pero lo Absoluto queda fuera del alcance del conocimiento científico, racional; resulta, pues, incognoscible. Y en este sentido se ha utilizado, a veces, el término agnosticismo para indicar la doctrina filosófica que Spencer ha desarrollado.[3]
No debemos olvidar a Kant en tan importante asunto, ya que fue uno de los pugnadores del agnosticismo. En efecto, su filosofía basada en categorías mentales de espacio y tiempo no posibilitaba el conocimiento de la existencia de Dios, ésta posibilidad la redujo tan sólo a un imperativo moral, como un ser necesario demandado por la razón práctica que regulara la conducta moral de los hombres: “Tenemos que admitir una causa moral del mundo (un creador del mundo) para proponernos un fin final conforme a la ley moral, tan necesario como es ese fin, así de necesario es admitir lo primero, a saber, que hay un Dios.”[4]
Ahora centrémonos en David Hume (1711-1776), el más radical de los empiristas quien llevara hasta sus últimas consecuencias el antagonismo entre conocimiento empírico y conocimiento metafísico. Para Hume, la ciencia del ser humano debe apoyarse en la experiencia y en la observación, no en especulaciones gratuitas y quiméricas. Así se destierra del terreno filosófico la metafísica falsa y adulterada[5]. Hume toma como punto de partida del conocimiento las percepciones que se dividen en impresiones e ideas. Las impresiones provienen directamente de la experiencia, y las ideas son copias de las impresiones. La abstracción aquí no tiene sitio. Hume es de capital importancia ya que, influyó de manera decisiva en los futuros filósofos modernos incluyendo a Kant en lo que concierne al agnosticismo.
Es importante tomar en cuenta que Hume no niega la existencia de Dios personal, pero sí niega que pueda demostrarse su existencia.[6] En adelante los presupuestos teológicos, sobretodo tomistas, y demás argumentos, sean a priori u ontológicos serán considerados insuficientes, incluso inválidos para demostrar la existencia de Dios. Se abren paso la ciencia positiva, la técnica y una moral de corte kantiano que buscarán ser los medios del conocimiento, del dominio de la naturaleza y de la conducta entre los hombres.
Terminemos con el lapidario testimonio de Hume: “Cuando examinamos una biblioteca, convencidos de este principio [que lo que no se ajusta al método empírico no es propiamente conocimiento y queda al margen de la ciencia: Dios, espíritu, alma, etc.], nos entregamos a una verdadera destrucción. Si tomamos en nuestras manos un libro cualquiera, de teología o metafísica escolástica, por ejemplo, preguntémonos: ¿contiene un razonamiento abstracto relativo a una cantidad o a un número? No. ¿Contiene un razonamiento fundado en la experiencia relativa a hechos prácticos o a la existencia? No. Echadle a las llamas, pues no puede encerrar más que sofismas e ilusiones”.[7]
Ante esta corriente agnóstica de la edad moderna que echaba por la borda todo conocimiento trascendente y atacaba de raíz los fundamentos teológicos y metafísicos dando pie a la profesión del ateísmo, o bien, del fideísmo, la Iglesia Católica respondió con el Concilio Vaticano I (1870) donde pone de relieve que es posible el conocimiento natural de la existencia de Dios y que la razón humana tiene la capacidad de tal conocimiento a partir de las criaturas que revelan de alguna manera las perfecciones de su Creador. Pero eso, sostiene que la gracia divina juega un papel primordial asistiendo al hombre en el conocimiento de Dios: “El Vaticano I no afirma que todo hombre conozca a Dios de hecho, pero sí que el conocimiento de Dios es en principio posible a todo hombre. Tampoco afirma que la existencia de Dios pueda ser demostrada empíricamente, pero sí que puede ser conocida a través de las cosas creadas. Tampoco afirma que se dé de hecho un conocimiento natural de Dios sin la gracia divina, pero sí que el conocimiento natural de Dios tiene lugar aún prescindiendo de la revelación divina.”[8]
BIBLIOGRAFÍA:
- FERRATER Mora. Diccionario de filosofía, tomo I. Ariel, Barcelona
- ABBAGNANO Nicola. Diccionario de filosofía. FCE. México
- VELARDE Julián. Agnosticismo. Trotta, Madrid 1996
- TAMAYO-ACOSTA Juan José. La crisis de Dios hoy. evd, Navarra 1988
- KÜNG Hans. ¿Existe Dios? Ediciones Cristiandad, Madrid 1979
[1] FERRATER Mora. Diccionario de filosofía, tomo I. Ariel, Barcelona, p. 73
[2] ABBAGNANO Nicola. Diccionario de filosofía. FCE. México, p. 28
[3] VELARDE Julián. Agnosticismo. Trotta, Madrid 1996, p.19
[4] TAMAYO-ACOSTA Juan José. La crisis de Dios hoy. evd, Navarra 1988, p. 64
[5] Ibid, p. 45
[6] Ibid, p. 46
[7] Ibid, p. 47
[8] KÜNG Hans. ¿Existe Dios? Ediciones Cristiandad, Madrid 1979. p 699-700.
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