viernes, 17 de octubre de 2008

El infierno en la Bíblia

I. El infierno en el AT.

La palabra infierno aparece hacia el final del AT. Siglos atrás, mientras el cielo era morada de Yahvé, el infierno -sitio inferior a la misma tierra- era llamado sheol en hebreo, y hades en griego. J. L. Segundo dice que el término hebreo de sheol designa la morada, indistinta, de todos los que han muerto, buenos y malos por igual. Y agrega que, cuando tres siglos antes de Cristo la Biblia es traducida al griego, para su uso por los judíos de la diáspora, el término hades fue elegido para traducirlo aunque variando un poco su significado.[1]

El libro de Job habla del sheol como un lugar de sombras del que nadie vuelve (Jb 10, 20-22). Es el destino humano universal después de la vida; el hombre bueno o malo queda después de la muerte fuera de la memoria de Yahvé y de la historia (Sal. 88,6.13.19)[2]. Esta idea persiste hasta tres siglos antes de Cristo, cuando culmina la parte de la Biblia escrita en hebreo. Pero, esta idea cambia por influjo de la cultura helénica y por las costumbres adquiridas por los judíos de la diáspora. Así, la literatura intertestamentaria, que pertenece al período de tránsito del AT al NT, señala influencias helenistas en la cultura hebrea. Uno de los puntos más claros de esta influencia es la aparición de la creencia en una vida ultraterrena y de la pregunta por el destino definitivo del hombre -o, por lo menos de su alma- en el más allá.[3] El hades griego, correspondiente, en principio, al sheol hebreo, permite al pensamiento bíblico resolver mediante la resurrección del hombre completo el problema de saber cuándo y cómo ejerce Dios la justicia sobre la actuación libre del hombre durante su vida en la tierra.

A esta época intertestamentaria pertenece el libro de la sabiduría en cuyos cinco primeros capítulos divíde a los hombre en dos categorías según la apuesta que hagan ante la muerte: los impíos que apuestan por la victoria de la muerte y tratan buscar toda clase de satisfacciones por cuelquier medio (Sb 2,11); y los justos, que sabiéndose a prueba en esta vida (Sb 3,15) y creyendo que la justicia debe tener recompensa (Sb 2,22) viven bajo una moral estricta, con una esperanza llena de inmortalidad (Sb 1,5).

Según J. L. Segundo, lo más significativo es que el Juez que no ha ejercido justicia durante la vida terrena de los hombres -justifica esta idea teológica con el caso de Job- usa la resurrección para poner la justicia en su verdadero sitial.[4] En efecto, deja que lo que la libertad del hombre ha elegido sea su premio o su castigo, es decir, sanciona lo que cada uno ha elegido para su existencia. Quienes han apostado por la justicia, esta les dará la vida eterna junto a Dios (Sb 5,15). Es digno de mención que quienes apostaron por la victoria de la muerte no tendrán castigo propiamente dicho, pero eso sí, resucitarán por un instante tan sólo para comprobar sus yerros y así volver a esa nada con la cual pactaron (Sb 1,16) que puede ser el mismo sheol.

II. El infierno en el NT.

Mientras el mundo helénico influía sobre el mundo hebreo pudiendo dar un giro al panorama de la vida después de la muerte, el NT nos muestra de manera mucho más fuerte y expresiva el resultado que tendría un juicio negativo y final de Dios sobre la existencia del hombre. L. Boff presenta seis imágenes del infierno tomadas del NT, las cuales reflexionaremos junto con él:[5]

El infierno como fuego inextinguible (Mc 9,43; Mt 18,8; 25,41; Lc 3,17; Hb 10,27). No expresa más que la desolación del hombre, su absoluta frustración por vivir alejado de Dios.
El infierno como llanto y crujir de dientes (Mt 8,12; 13,42.50; 22,13; 24,51; 15,30; Lc 13,28). Es una metáfora de la impotencia y del sin-sentido del hombre que no encuentra salida ni solución feliz y vive con dolor, angustia y miedo.[6]

El infierno como tinieblas exteriores (Mt 8,12; 22,13; 25,30). El infierno que el hombre ha elegido no satisface el anhelo más profundo de su corazón. Vive como exiliado, fuera de la casa paterna.[7]

El infierno como cárcel (1Pe 3,19). El hombre se ha hecho prisionero del mundo que se creó en el cual está solo. No puede moverse ni hacer nada significativo.

El infierno como gusano que no muere (Mc 9,48). Puede significar la situación del condenado como un cadáver devorado por un gusano insaciable o el gusano de la mala conciencia que lo corroe y no le permite paz interior.

El infierno como muerte, segunda muerte y condenación. El infierno es la muerte (Jn 8,51) o también la segunda muerte (Ap 2,11; 20,6). Si Dios es la vida, su ausencia es la muerte.

Todas esta imágenes son extraídas de experiencias humanas dolorosas y frustrantes. El infierno disminuye la cualidad del hombre, quien, llamado a la libertad, vive en una cárcel; llamado a la luz, vive en las tinieblas; llamado a vivir en la casa paterna, vive en las afueras; llamado a la plenitud, vive sin poder realizar jamás sus deseos.[8]

J.L Segundo presenta una imagen más: apartaos de mí (Mt 7,23; 25,41; Lc 13,27). Dice que esta imagen es quizás la más sobria y significativa sobre la suerte de los condenados a quienes el Juez dirá “apartaos de mí, malditos, al fuego eterno” (Mt 25,41). Esos malditos irán al castigo eterno (Mt 25,46). Este lenguaje duro, cabe decir, obedece al contexto cultural judío, no es que Jesús mismo lo utilizara necesariamente. J.L Segundo explica que el imaginario infernal, lo haya o no empleado el mismo Jesús, era algo corriente –y repetido- en el ambiente de los judíos de Palestina convertidos al cristianismo.[9]

Para terminar, muy importante señalar que, en el NT, jamás Jesús responde directamente qué es el infierno. Más bien cabría preguntar: ¿qué es lo que Dios ama y/o qué es lo que Dios odia en la conducta humana? Si se aludía directamente al infierno era para significar o enseñar otra cosa, por ejemplo, el juicio final de Mateo, que es una parábola con la que Jesús quiere significar el criterio que Dios-Juez tendrá para juzgar al fin del mundo a la humanidad: el amor concreto al hermano necesitado.[10]

En los sinópticos, sobretodo en Mateo, como hemos visto, las referencias al infierno son de un castigo riguroso, pudiera parecer que ante el juicio que lleva al infierno la misericordia de Dios y la salvación obrada en Jesucristo queda diluida. Sin embargo, aún antes que los sinópticos, san Pablo busca presentar el mensaje moral y escatológico de Jesús a un ambiente helénico que le ofrecía un lenguaje más universal y esperanzador.

En efecto, al respecto dice J. L. Segundo: de alguna manera san Pablo corrige la misma idea de infierno en cuanto este representaría para cada ser humano así juzgado, una victoria del pecado sobre la gracia salvadora de Dios. Y ello, según el Apóstol equivaldría a negar el significado de la victoria universal de la vida sobre la muerte y de la gracia sobre el pecado, a la que Pablo dedica un capítulo entero, preciso, directo y contundente en su carta a los Romanos en el capítulo quinto[11], donde podemos leer que: “Más la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. Con cuanta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera. Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! (Rm 5, 8-10)

BIBLIOGRAFÍA

· SEGUNDO Juan Luis. El infierno. Un diálogo con Karl Ranher. Lohle-Lumen (Buenos Aires, 1998) 186 p.
· BOFF Leonardo. Hablemos de la otra vida. Sal Térrae (Santander, 19792) 223 p.

EXCURSUS:

Boff niega categóricamente que Dios haya creado el infierno, el cual es para él, producto del actuar humano por su falta de amor. Según él, en el universo existe una cosa que no fue creada por Dios porque no la quiso y que a pesar de ello existe porque la creó el hombre cuando comenzó a odiar, cuando explotó a su hermano, cuando mató, cuando torció su rostro ante el pobre, el oprimido, el hambriento, cuando se amó a si-mismo más que a su prójimo, cuando se puso como centro de la vida, cundo comenzó a construir su ciudad y se olvidó de Dios, cuando dio un sí a esta vida y un no a una vida más rica, más fraterna y eterna. Cuando el hombre hizo todo eso, surgió lo que llamamos infierno. De esta manera concluye como los demás “ el infierno no es creación de Dios sino del hombre malo, egoísta y cerrado en si-mismo”.

Leonardo Boff, Hablemos de la otra vida, Editorial “Sal Terrae”, Guevara, 20-Santander, 1979, pp.95-96.

El infierno como rechazo definitivo de Dios:

Dios es Padre infinitamente bueno y misericordioso. Pero, por desgracia, el hombre, llamado a responderle en la libertad, puede elegir rechazar definitivamente su amor y su perdón, renunciando así para siempre a la comunión gozosa con él. Precisamente esta trágica situación es lo que señala la doctrina cristiana cuando habla de condenación o infierno. No se trata de un castigo de Dios infligido desde el exterior, sino del desarrollo de premisas ya puestas por el hombre en esta vida. La misma dimensión de infelicidad que conlleva esta oscura condición puede intuirse, en cierto modo, a la luz de algunas experiencias nuestras terribles, que convierten la vida, como se suele decir, en «un infierno».

Con todo, en sentido teológico, el infierno es algo muy diferente: es la última consecuencia del pecado mismo, que se vuelve contra quien lo ha cometido. Es la situación en que se sitúa definitivamente quien rechaza la misericordia del Padre incluso en el último instante de su vida.
Él siga afirmando que, el infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría. Así resume los datos de, la fe sobre este tema el Catecismo de la Iglesia católica: «Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno» (n. 1033).

[1] J.L. Segundo. El infierno. Lohlé-Lumen (Buenos Aires, 1998), p. 21.
[2] Ibid., p 21.
[3] Ibid., p. 23.
[4] Ibid.
[5] L. Boff. Hablemos de la otra vida. (Santander, 19792), p. 97-98.
[6] J.L. Segundo, o.c., p. 28.
[7] Ibid., p. 27.
[8] L. Boff, o.c., p. 99.
[9] J.L Segundo, o.c., p. 31.
[10] Ibid., p. 30.
[11] Ibib., p. 38.

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