Raymond Brown, todo un especialista en Juan, nos presenta el apasionante mundo de la comunidad juánica en cuatro fases cronológicas: 1) antes del evangelio, 2) cuando se escribió el evangelio, 3) cuando se escribieron las cartas y 4) después de las cartas. Mediante estas fases nuestro autor nos lleva de la mano por el peregrinar de dicha comunidad, desde sus orígenes, pasando por las relaciones con otros grupos y por sus luchas internas hasta llegar a su disolución.
Brown, al preparar en la introducción el contenido del libro, busca aclarar -como lo irá haciendo a lo largo del libro- que la comunidad juánica no debió ser una secta pese a que muchos, a partir del mismo evangelio, han sustentado lo contrario. El sectarismo de la comunidad, según el autor, se acrecentaría “si el cuarto evangelio fuera anti-sacramental... o anti-petrino... o anti-institucional... o si su cristología consistiera en un ingenuo docetismo” (pp. 15-16). Sin más preámbulo pasemos a ver cada una de las fases.
En la primera fase de la obra, Brown nos presenta un conflicto en los orígenes de la comunidad juánica, la cual en un principio era compuesta sólo de judíos que aceptaban una cristología relativamente baja, pero que, al abrir sus puertas a los samaritanos convertidos, se vio impulsada hacia una cristología más elevada, la de la pre-existencia (p. 45). Aquí se dio el conflicto con los demás judíos, quienes aparecen en el evangelio acusando a Jesús de deificación (5,16-18). Vale este reproche a los miembros de la comunidad juánica por proclamar en Jesús a un segundo Dios yendo contra el monoteísmo judío. Este abrirse de la comunidad juánica hacia el mundo gentil (caso de los samaritanos) suponía el conflicto con la sinagoga. Los cristianos apelaban que la entrada al reino ya no se debía por descendencia humana, pues en adelante son tenidos por hijos de Dios quienes aceptan a Jesús (1,12), los no nacidos de la carne, sino engendrados por Dios (3,3.5). Al proclamar un culto en Espíritu y en verdad (4,21-24) acrecentaban aún más la tensión. Antes de continuar cabe ver la observación sobre la falta de Brown al no poner en claro cómo es que los samaritanos tenían una concepción de la pre-existencia de Jesús toda vez que esperaban a un Mesías no al modo davídico, sino a modo de restaurador (p. 44-45).
En este origen primitivo cabe ver también cuál era la figura del discípulo amado. Brown dice que no es figura ficticia, pues, la comunidad era consciente de su enraizamiento en un testigo ocular, y esto se ve apoyado por la idea de que el discípulo amado era parte de los que seguían a Jesús (p. 33).
En la segunda fase, cuando se escribió el evangelio, encontramos una comunidad juánica hostil hacia otros grupos tanto de no creyentes como de creyentes. Dentro de los no creyentes nuestro autor ubica el mundo (los que rechazan la luz, pues quienes la aceptan son parte de la comunidad p. 62), los judíos (que no aceptan la divinidad de Jesús p. 66) y los seguidores de Juan el Bautista (3, 22-26 presenta la envidia de los discípulos del Bautista hacia Jesús y el celo con que defienden a su maestro, pero el autor juánico los trata de modo benévolo en atención a los primeros seguidores de Jesús que eran del Bautista, cfr 1,35-39). Dentro de los creyentes encontramos a los cripto-cristianos que aún formaban parte de la sinagoga. Juan los fustiga porque prefieren la alabanza de los hombres a la gloria de Dios (p.70). Otros son de Iglesias judeo-cristianas de fe inadecuada que no aceptan a Jesús como pan de vida (6,60-66) (p. 72). Los cristianos de Iglesias apostólicas son otro grupo que, si bien hacia ellos la comunidad se muestra benévola, todavía los considera algo inferiores en cuanto a su comprensión de Jesús. En efecto, la cristología de la comunidad juánica es más elevada (1,50; 14,9¸20,24-29) (p. 82-83). Esta apertura hacia los cristianos apostólicos es prueba de que los cristianos juánicos no era una secta exclusivista. Ella opta por la unidad (17, 20-21) (p. 87).
La tercera fase, cuando se escribieron las cartas juánicas, Brown hace ver las luchas internas de la comunidad. Se formaron dos bandos, el del autor de 1Jn y el de los secesionistas con ideas gnósticas que se habrían volcado hacia el docetismo, esto significa que llegaron a negar la humanidad de Jesús (p. 101). El problema consistía en la interpretación del cuarto evangelio (p. 102). Los puntos del conflicto que Brown señala son:
1. Cristología.- los secesionistas relativizaban la humanidad de Jesús, lo que lleva al autor de 1Jn a enfatizar la encarnación en 1,1 hallando paralelo con Jn 1,14.
2. Ética.- como los secesionistas rechazaban la vida terrena de Jesús como prescindible en vistas a la salvación, no veían ellos necesaria la manera de vivir y morir como Jesús (p. 122). Por su parte, el autor de 1Jn hará hincapié en tomar la vida terrena de Jesús como modelo (2,6; 3,7).
3. Escatología.- los secesionistas se creían ya juzgados de modo favorable y no creían merecer un nuevo juicio, por lo tanto, no es de preocupar lo que hacen en el mundo (p. 128). El autor de 1Jn apela a la escatología (3,2) como un correctivo hacia los secesionistas. En efecto, como aún no se ha manifestado lo que seremos, destaca las bendiciones futuras contra las presentes que son contingentes (p. 130).
4. Pneumatología.- el autor de 1Jn dice que el Espíritu de Dios es conocido en quienes confiesen que Jesucristo ha venido en la carne; quienes no lo confiesen de este modo no son de Dios (4, 2-3). A los secesionistas los escucha el mundo porque son del mundo y el mundo los oye (4,5).
En la cuarta fase asistimos a la disolución juánica. Los adictos al autor de 1Jn se unieron a la gran Iglesia apostólica aportando su cristología de la pre-existencia, a cambio tuvieron que aceptar la estructura de autoridad de los presbíteros-obispos de la gran Iglesia que ya era dominante hacia el siglo II, en cierto detrimento hacia la autoridad del paráclito que no había ofrecido resistencia hacia los cismáticos. Por su parte, los secesionistas se vieron volcados hacia una cristología ultraalta, hacia el docetismo (p. 139-140). Como los sismáticos llevaron consigo el cuarto evangelio, pasó éste al patrimonio de la teología gnóstica y servía para poyar el error. Pudo ser esto lo que causaba animadversión a la gran Iglesia para citarlo en sus escritos. Y no fue sino hasta llegar a fines del siglo II con san Irineo quien, a la luz de las cartas juánicas, pudo interpretarlo correctamente a favor de la ortodoxia contra sus intérpretes gnósticos (p. 140).
Hacia el final de la obra el lector encuentra unos cuadros sintetizadores acerca de las cuatro fases con las ideas esenciales que dejan una mayor sensación de claridad sobre la historia y eclesiología juánica. Seguidamente se pueden encontrar dos apéndices finales. El primero acerca de las reconstrucciones recientes de la historia de la comunidad juánica donde Brown presenta los avances de autores como Louis Martín, Georg Richter, Cullman, Boismard y Langbrandtner que ahondan en el contexto de los siglos I y II sobre acontecimientos y corrientes de pensamiento que pudieron influir en la comunidad juánica (pp. 165-175). El segundo apéndice trata de la función de las mujeres en el cuarto evangelio. El autor se muestra muy a favor de la reivindicación femenina dentro de la Iglesia y al respecto toma por punto de apoyo el evangelio de Juan el cual ve con mucha simpatía toda vez que “el lugar prominente otorgado a las mujeres en el cuarto evangelio refleja la historia, la teología y los valores de la comunidad juánica (p. 179).
En lo personal considero la obra de Brown muy interesante por cuanto nos sitúa en el contexto de la comunidad juánica, en el sentido de que no fue ella una entidad sectaria sino que estaba al tanto de lo que ocurría en el mundo de entonces al enfrentarse con una serie pensamientos como el gnosticismo y su par el docetismo. Por lo tanto se requerirá por parte del lector tener un conocimiento previo de las corrientes de pensamiento del siglo II. Nuestro autor presenta esta comunidad con una vida apasionante de encuentros y desencuentros con otros grupos que de algún modo sirvió para perfilar todavía más su idea del Cristo divino cuyo aporte fue fundamental para la Iglesia apostólica del siglo II.
Esta obra será de gran ayuda para quienes quieran tener una mayor comprensión del cuarto evangelio para entenderlo no al modo gnóstico o sectario, sino para entenderlo abierto y en diálogo. Gracias a Brown, ahora podemos entender por qué el cuarto evangelio fustiga a veces con dureza a los que no son de la comunidad, si tenemos en cuenta que aquellos tiempos eran tiempos de decidirse si se era de “la luz o de las tinieblas”. No había punto medio. El autor amplía nuestro horizonte al exponer en momentos oportunos reflexiones para la vivencia de nuestro cristianismo y sobre cómo ser Iglesia hoy.
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