La doctrina de la resurrección de los muertos plantea la problemática de una estructura cósmica ajustada a la nueva corporeidad de los resucitados. El hombre, en efecto, no puede ser concebido fuera del marco mundano. Hombre y mundo están ligados en cualquier etapa de la existencia. La consumación del uno repercute en el otro. La tierra no es tan sólo el escenario mudo y quieto de la historia humana. Así como ha participado en la gestación, nacimiento y desarrollo del hombre, participará también en su consumación.
La nueva creación en la Escritura.
La solidaridad hombre-cosmos es una constante de la antropología bíblica. En Gn 3,17-18 el pecado del hombre contamina la tierra y por su causa la tierra es maldecida por Dios; de modo semejante, la alianza establecida entre Dios y el hombre después del diluvio abarca el universo material (Gn 8,21-22; 9,9-13). El anuncio profético de la nueva creación (Is 65,17-21; 66,22) da a entender que la consumación escatológica de la historia importa una dimensión cosmológica, plasmada en la promesa de cielo y tierra nuevos. Según Mt 19, 28 Jesús anuncia para el momento de la parusía una regeneración que presenta un sentido universal, más aún si lo comparamos con Hch 3,21 donde se habla de una restauración (apokatástasis) de todas las cosas.
El apóstol Pablo desarrolla toda una teología de la creación y redención en Cristo mediador de la creación (1Co 8,6; Col 1,16-17; Hb 1,2-3). Cosmología y antropología ven su síntesis en Rm 8,19-23, donde, según Lyonnet, se contienen tres afirmaciones:
a) La suerte del universo va ligada a la del hombre quien arrastró a aquel a la corrupción (vv. 20-21); por eso la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios (v. 19).
b) La redención del universo pende del rescate de nuestro cuerpo (v.23); el v. 18 habla de la transfiguración de nuestro cuerpo a imagen de Cristo resucitado, pues nuestros cuerpos reproducirán la gloria del Hijo (cfr. 2 Co 3,18).
c) La redención del universo no es simplemente la resurrección de los muertos, ella involucra el universo mismo que será liberado de cuanto hay en él de vanidad, esclavitud y corrupción (v.21). La transformación futura de la creación es acentuada por el Apóstol cuando dice que el universo gime en dolores de parto (v. 22); la nueva creación se está gestando ahora y será alumbrada por el mundo presente.
La enseñanza del Vaticano II.
LG habla de la restauración de todas las cosas y de la solidaridad hombre-cosmos. Anota la cita 2Co 5,9 “nos esforzamos por agradar al Señor en todo” para evitar la impresión de que la espera de la nueva creación deja indiferentes a los cristianos en la construcción del mundo. En el no. 34 (cfr. no. 43.57) dice que el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo, ni los lleva a despreocuparse del bien de la humanidad, sino que, al contrario, les impone como un deber el hacerlo.
Problemática teológica.
Una pregunta inquietó a los teólogos: el mundo de la nueva creación ¿será este mismo, transformado, o bien se tratará de otro mundo que reemplace a este? Hay quienes imaginan el fin del mundo como destrucción del mundo presente y creatio ex nihilo del mundo futuro. Este esquema “apocalíptico” no da lugar a la continuidad por lo que resulta inviable. Los supuestos antropológico y cristológico de la nueva creación postulan una identidad básica entre el cosmos actual y los cielos y tierra nuevos. En efecto, el hombre es solidario de este mundo, no de otro; Cristo es creador, salvador y cabeza de este mundo, no de otro.
Supuesta la continuidad entre este mundo y el del futuro, la cuestión a resolver es la del alcance escatológico de la actividad humana. El problema se circunscribe en la reprobación conciliar de dos posturas extremas: el escatologismo radical (fuga saeculi), que se niega a la participación de la construcción terrena a la cual invita el Concilio; y el encarnacionismo, que sostiene, contra el Concilio, una relación causa-efecto entre progreso temporal y crecimiento del Reino, oponiendo a la gratuidad divina el mérito del esfuerzo humano.
Pero en todo esto ¿qué valor tiene el trabajo humano actual para ese mundo futuro? Una de las preocupaciones más notorias de la GS es responder a la acusación de que el cristiano no valora suficientemente las tareas temporales. Si no se admite una incidencia efectiva de nuestro trabajo presente en el mundo futuro y si los resultados de ese trabajo no merecen, en sí mismos, ninguna consideración, difícilmente podrá alcanzar alguna credibilidad ante los no cristianos el compromiso de los creyentes para la construcción del mundo. No parece aventurado conjeturar que, si le faltase a la humanidad la conciencia colectiva de empeñarse en empresas valiosas y perdurables, se produciría automáticamente un colapso brutal: una huelga de brazos caídos. En efecto, si el trabajo no guarda una trascendencia toda actividad humana pierde sentido. Ejemplo de esto lo tenemos en el artista, que busca crear una obra de arte al margen de intereses personales, pero sí con el interés de que su obra perdure.
La GS sienta dos principios por los que se reconoce el valor de los frutos del trabajo humano. El primero es la “cooperación en la creación de Dios” (no. 34). El hombre con su actividad es co-creador de la tierra. La actividad human acaba y perfecciona la creación. ¿Cómo pensar entonces que tal actividad perfectiva sea desechada cuando Dios imparta a su creación el definitivo acabamiento? El segundo principio viene formulado en el no. 36 “sobre la justa autonomía de la realidad terrena”. La creación goza de un valor propio: las cosas están dotadas de una propia firmeza, bondad y verdad. ¿Por qué no podrían participar limpias de toda mancha en la nueva creación?
En resumen: la esperanza escatológica cristiana escoge un justo medio entre el espiritualismo dualista, que considera que el mundo por ser malo debe ser destruido; y el materialismo monista, que ve en el cosmos una fuente de progreso y en la humanidad una capacidad de llegar por sí misma a la consumación. El cristiano cree, frente a estas posturas, que el mundo no va a la destrucción sino a su única y definitiva promoción.
Ante la utopía del progreso indefinido, el cristiano afirma que la consumación va más allá de lo inmanente, es don de Dios. El creyente sabe que su inmenso esfuerzo por transformar el mundo no caerá al olvido, pues dispone los materiales con que Dios levantará la nueva creación.
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