INTRODUCCIÓN
La presente monografía tiene por objetivo presentar un análisis de lo que dificulta la vivencia de la castidad en un mundo erotizado como el nuestro. Dificultad que se ve agravada toda vez que la expansión del erotismo cuenta a su favor con toda una propaganda mediática cuyos fines son lucrativos.
Primeramente haremos un análisis existencial de la sexualidad en vistas a recuperar su valor toda vez que la hemos visto reducida a lo meramente genital e instintivo. Con pena constatamos que la sexualidad, si bien está al servicio de la comunión por su naturaleza, se vive de modo dramático por el dominio que los seres humanos buscan ejercer sobre otros. Pasaremos luego a evidenciar cómo nuestro mundo moderno está imbuido de pies a cabeza por la ola de erotismo que en la persona humana no ve más que un objeto de placer pasando por encima de su dignidad. La sexualidad viene a ser manipulada como forma de dominio de las masas como el nuevo opio que hace fermentar una cultura de hedonismo.
También haremos ver que, el mercado, en complicidad con los medios de comunicación, tiene mucho de responsabilidad en denigrar la sexualidad al explotarlo como una estrategia para generar más ventas. Crea una cultura de lo desechable que se ha trasladado a las relaciones humanas cuya valoración se califica desde el placer egoísta que reportan. Valoraremos finalmente la belleza de vivir la castidad no obstante sus desafíos, así como algunas recomendaciones prácticas para quienes se aventuran en la asunción de esta virtud heroica para nuestros días.
Antes de abordar el contenido de nuestra obra será bueno aclarar que, siendo la castidad una virtud heredada y cultivada por el cristianismo, especialmente por los consagrados que buscan seguir a Jesucristo de un modo más radical, no nos veremos exentos de echar mano de los consejos y prácticas de la tradición cristiana. No obstante, buscaremos en la medida de lo posible extender la posibilidad de la vivencia de la castidad a un mayor número de personas aún sin ser consagradas, pero que buscan de alguna manera extirpar de la sexualidad esa idea erotizada que hace del cuerpo un instrumento de placer.
I. UN ACERCAMIENTO A LA SEXUALIDAD HUMANA.
A) VIVENCIA DE LA SEXUALIDAD EN EL MUNDO DE HOY.
Todo estudio serio que pretenda ir al rescate de la castidad como una alternativa de vida para este nuestro mundo pansexualizado, ha de ofrecer una visión positiva sobre la sexualidad. Para nosotros los cristianos, la sexualidad ha de ser vista como cosa positiva por ser creación de Dios (Gn 1,27), no es ningún invento del hombre. La sexualidad atraviesa todo nuestro ser en sus estratos corpóreo, psíquico, social y hasta espiritual. De modo que bien podemos afirmar que el ser humano no tiene sexualidad, sino que él mismo es sexualidad[1].
Una visión positiva de la sexualidad nos hará vivir de cara hacia el encuentro con los demás dado su carácter de relacionalidad[2], lo cual implicará un cultivo de los afectos que nos puedan unir con otras personas como el respeto, la caridad, el amor, la amistad, la responsabilidad, la libertad, etc. Y es que la sexualidad no ha de vivirse sólo en un modo genital -modalidad que por cierto está muy extendida-, sino en todos sus estratos en vistas a superar los reduccionismos que generan insatisfacción y vacío[3]. Cuando la tomamos con respeto ella nos descubre siempre algo novedoso de algo inefable. En efecto, “la sexualidad es magia, poesía, canto, efusión, éxtasis. La sexualidad trasciende lo físico”[4] y nos trasciende al generar en la vida de los demás esperanza, alegría, amor y libertad.
Desafortunadamente se puede constatar que la vivencia de la sexualidad hoy por hoy se encuentra en trance al ver reducida toda su integridad a lo meramente erótico. Este trance se ve favorecido por una propaganda mercantilista mediática erótica y persistente que hace de alguna manera difícil, la vivencia de la castidad hoy día.
Este fenómeno erótico que se ha adueñado de la sexualidad se ha visto favorecido por la reacción a tabúes ancestrales opresores y al anonimato de la masificación urbana. En un contexto de ciudad moderna superpoblada y regida por el mercado, el fin comercial del erotismo es a todas luces conveniente.[5] Es decir, se presta por sí mismo. Y es que el sexo, que es lo instintivo y biológico de la sexualidad, ejerce una atracción tan poderosa proveniente de su propia naturaleza inscrita en la persona que logra influenciar fuertemente al mundo. En efecto, “el sexo atrae a todo el mundo, el sexo vende”.[6] No por nada es de extrañar que el marketing de las mejores firmas en el mercado venga envuelto atractivamente con una alta dosis de erotismo.
Pero ¿y hacia dónde nos lleva esta genitalización que atrofia la madurez sexual dejando las personas en un nivel de adolescentes?. Hemos venido a ser testigos de una adicción hacia la pornografía y otras adicciones sexuales que no funcionan sin estímulos eróticos, y que han vuelto la sexualidad en otra instancia de consumo.[7] Este consumo sexual despersonaliza las relaciones entre personas con dignidad humana las cuales se ven reducidas a encuentros momentáneos y encubridores de huecos afectivos. “La sexualidad es una especie de narcótico para la angustia del hombre contemporáneo, un calmante para la ansiedad.”[8] La sexualidad es buscada en tanto pueda ofrecer goces individualistas sin que se vea sometida a los convencionalismos de la sociedad.
Cabría considerar además que, como la sexualidad viene inscrita en la naturaleza humana cuya constitución intrínseca de cuerpo y alma es inseparable, así, la persona que ha visto reducido su ejercicio sexual a lo genital seguramente más de una vez se ha visto insatisfecho por no abrirse a la vivencia de la afectividad[9], al encuentro de dos corazones, de dos vidas, de dos historias, que es lo que plenifica más, incluso sin necesitar obligatoriamente de lo genital para vivir la belleza de la sexualidad. El erotismo buscado en sí mismo sólo produce pérdida de sentido al no ofrecer más que placer instantáneo y efímero con su gama de artificios.[10]
B) SENTIDO DE LA SEXUALIDAD.
Ahora pasemos a cuestionarnos por el sentido que encierra la sexualidad ¿De qué nos sirve? ¿Será acaso posible vivir sin ella? ¿Se la puede vivir a nuestro antojo?. Estas y otras preguntas del mismo estilo pueden parecernos una necedad toda vez que venimos afirmando que la persona humana está configurada en sexualidad. Sin embargo, no estará de más analizar el sentido de la sexualidad con el fin de rescatarla de ese eroticismo al que poco a poco ha ido cediendo.
El Pontificio consejo para la Familia en sus orientaciones sexuales dice que: “la sexualidad es un elemento básico de la personalidad; un modo propio de ser, de sentir, expresar y vivir el amor humano”.[11] ¿Cómo podría una persona ir al encuentro de los demás habiendo inhibido de algún modo su sexualidad?. Por la sexualidad nos vemos como empujados a entrar en contacto con los demás, a vivir el encuentro de personas sea en la amistad, o en la intimidad en caso de las parejas, de los matrimonios.
Sin sexualidad vivida y asumida no habría ningún tipo de relación sana con los demás. En efecto, no es sino a través de ella que podemos darnos a conocer como varón o mujer. Por ella podemos vivir emociones que se recogen en la praxis del amor al generar vida ayudando a los demás. Incluso, a través de ella, podemos relacionarnos cara a cara con Dios.[12]
Hasta no hace mucho tiempo se tenía la idea de que la sexualidad sólo tenía un sentido procreativo, es decir, se le veía con una finalidad biológica. Ahora entendemos que, por ejemplo, entre los esposos, la relación sexual, lejos de buscar únicamente la procreación, ve con mayor prioridad el compartir afecto, ternura, placer, diálogo, etc.[13]
“De esta forma, en la especie humana la sexualidad puede cobrar un sentido totalmente diferente a la mera función biológica y convertirse en fuente de placer, bienestar psicofísico, comunicación, afecto, etc. Puede ayudarnos a encontrar momentos de placer y bienestar, nos impulsa a salir de la soledad y buscar, tocar, abrazar al otro. Nos permite llegar a formas de comunicación íntimas desde el punto de vista corporal y psíquico. Hace posible también que dos personas puedan planificar su relación estable, caracterizada por diferentes grados de pasión, intimidad y compromiso.[14]
Una sexualidad vivida con un sentido de relacionalidad en confianza y apertura facilita la comprensión de los otros sin rigidez ni moralismos. Una sexualidad que busca el encuentro de personas en un clima de respeto por la dignidad de cada persona sirve para el equilibrio y la armonía de las misma personas implicadas en la relación. Así pues, el sentido de la sexualidad no ha de ser otro sino aquello que erija la sexualidad como fuente de amor a la vida, que lleve a una actitud positiva ante sí mismo, ante los demás y hacia las cosas[15], liberando de las cosificaciones que indignan la persona.
De un modo sencillo podemos decir que, la sexualidad además de servirnos nos estimula a salir al encuentro de los demás, y a un encuentro profundo y fructífero que supera así todo atisbo de superficialidad. Tan nuestra es la sexualidad que de algún modo bien podríamos decir que somos ella misma, pues en cualquier gesto dejamos alguna huella de nuestro sexo. Quien quisiera manejar su sexualidad a su antojo pronto caería en las trampas de los reduccionismos como angelismos o rigorismos, o bien, en el hedonismo que lo llevarían a experimentar el vacío por haber sacrificado egoístamente su sentido relacional.
En la búsqueda de la castidad en un mundo erotizado como el nuestro, cuyas relaciones sexuales se han tornado egoístas, el rescate de la relación interpersonal en el respeto, el diálogo y la apertura serán clave para hallar el sentido auténticamente placentero a la sexualidad, pues como bien apunta Lisboa:
“La sexualidad es la inscripción en la propia carne y en todo el ser, del hecho de que la persona humana es impensable de manera aislada. Está esencialmente en relación con el otro. Está hecha para el otro y para otro diferente”.[16]
C) EL DRAMA HUMANO DE LA SEXUALIDAD.
Hasta ahora hemos venido ponderando la positividad de la sexualidad humana. La hemos querido presentar como un don valioso inscrito en nuestra naturaleza que nos facilita salir de nuestro individualismo para reconocernos a nosotros mismos y a los demás en la maravillosa experiencia que supone el encuentro con los demás en el respeto de la dignidad de cada quien. Por ello, de algún modo hemos querido alertar sobre ciertas actitudes y tendencias que manipulan la sexualidad en detrimento de la dignidad humana..
Sin embargo, no vamos a olvidar, como cristianos que somos, que, habiendo sido buena la sexualidad como creación de Dios que es (Gn 1,27), también ella, como todo lo humano quedó afectada profundamente por el pecado. Lo que en un principio servía para crear comunión, ha venido a decaer en fuente de dominación, manipulación y alejamiento[17]. La sentencia de Dios no guarda cortapisas: “Multiplicaré los dolores de tu embarazo, darás a luz a tus hijos con dolor; desearás a tu marido y él te dominará” (Gn 3,16). Según Lisboa:
“A partir del pecado original las relaciones sexuales se convirtieron en un acto instintivo, erótico. Ya no son sólo expresión de amor. El sexo que estaba destinado al encuentro y a la comunión pasó a ser también el camino a través del cual entran la muerte, el egoísmo, la dominación, la despersonalización, la incomunicabilidad más trágica de que tiene noticia la historia”.[18]
El drama de la sexualidad tiene que ver con ese desgarro en que consistió el pecado que nos enemista con Dios y con el prójimo. En adelante, la sexualidad, en aras de una mayor libertad, decaerá en un simple comercio carnal, al sexo sin amor que es expresión del narcisismo por haber temor a la intimidad[19]. En efecto, la intimidad es la donación entre dos personas, no sólo de sus cuerpos, también de sus ilusiones, miedos y anhelos. Sin embargo ¿por qué nos cuesta tanto ser íntimos?. ¿No será que hemos perdido la confianza al no considerar a los demás dignos de nuestra confianza con quienes podamos compartir nuestra vida, nuestra amistad o nuestro amor?. Quizá por eso preferimos lo efímero a las relaciones duraderas, estables e igualitarias. Esto favorece una cultura del dominio.
Pero la manipulación y la dominación no logran otra cosa sino alejar más a las personas, no dando así lugar para el encuentro, lo cual hace sumir a la persona en una profunda soledad donde siente no importarle a nadie porque nadie importa para ella. Muchas veces olvidamos que la necesidad sexual más profunda del ser humano no es la genital-erótica, sino aquella por la cual uno viene a ser valorado y reconocido por los demás.[20]
Una de las notas que siempre ha caracterizado la sexualidad en todas sus manifestaciones positivas es la afectividad. Sin embargo, esta nota desaparece por completo cuando el ser humano sigue entendiendo su trato con los demás con una visión manipuladora, y a este propósito el sexo se presta mucho para seducir y engañar. La afectividad, nota característica de la sexualidad, como veníamos diciendo, es de suma importancia como es en el caso de las mujeres. Ellas “no encuentran sentido a la actividad sexual si ésta no está dentro de un determinado contexto afectivo y de comunicación”[21]. Al respecto los varones se muestran más genitales y manipuladores como signo de superioridad sin hacer previo intercambio de afecto traducido en ternura, palabras, caricias, etc.
Hacia una vivencia de la castidad hemos de liberar la sexualidad de la culpa que arrastra a merced del abuso de los hombres habiéndola tornado en drama cuando fue creada para fomentar la comunión. Como personas dignas no lograremos un sano equilibrio si no redimimos esa pulsión vital con la que nacemos, vivimos y hemos de morir: la sexualidad. En efecto, “la sexualidad es la fuente que engendra vida y dinamismo”.[22] Esta fue su función originaria, no para complicar la vida de los seres humanos.
II. UNA MODERNIDAD EROTIZADA.
A) EL RETO DE LA CASTIDAD.
Antes de entrar a ver la erotización de la modernidad, bien convendría hacer un alto precisamente aquí para ver el reto que implica la vivencia de la castidad hoy día. Primero vemos la etimología del concepto castidad. A primera vista su connotación es negativa. Proviene de la lengua latina castitate. En su raíz encontramos el adjetivo castus y el verbo agere, que literalmente significa contener la actividad sexual. Esta aclaración decepciona de inmediato. Su significado es bastante pobre, reduccionista y poco dice a hombres y mujeres de la posmodernidad[23].
Por lo anteriormente dicho urge una presentación positiva de la castidad para rescatar la sexualidad de su tendencia narcisista. Nos serviremos para este propósito de las ideas de Lisboa quien hace un minucioso e interesante análisis de la valoración de la castidad en la actualidad. Según este autor:
“La castidad es una orientación de nuestro mundo psicosomático, afectivo-sexual, que nos permite alcanzar la integración de nuestra vida como seres humanos y como miembros de una comunidad”.[24]
Aunque Lisboa escribe para consagrados con votos, sus aciertos tienen presupuestos antropológicos y psicológicos que abarcan incluso a los no consagrados. Él destaca que la castidad integra nuestra personalidad en todas sus manifestaciones y nos empuja a vivir y a sentir nuestra la comunidad que nos acoge, sea religiosa, familiar o social.
Pero esta castidad de nada serviría ensimismada si no apunta a un fin, a un llamado recibido. Es cuando descubrimos que la castidad trasciende la persona. Ésta se siente incapaz de vivirla si no la recibe como un don de Dios. Bien dice Lisboa que la castidad es la orientación de nuestra afectividad y sexualidad hacia la misión que nos ha sido confiada en virtud de una vocación recibida.[25] Vocación que en última instancia consiste en manifestar a hombres y mujeres de nuestro mundo el amor gratuito de Dios con nuestro servicio.
Ahora bien, habiendo aclarado el concepto de castidad y también el fin al cual debe apuntar en virtud de la vocación recibida, pasemos ahora a revalorar nuestra corporeidad, pues la castidad no puede vivirse al margen de nuestra condición corporal. Aquellos tiempos de rigorismos intransigentes que vapuleaban el cuerpo humano no funcionan en estos días. Sin embargo, una valoración del cuerpo tampoco puede caer en el extremo de tomarlo como un medio de placer para satisfacer egoísmos como reacción a aquellos tiempos de intolerancia bajo el pretexto de buscar ser moderno. Lisboa revalora el cuerpo de la persona cuando dice que:
“La corporeidad es la persona y la persona es corporeidad. Así pues, es preciso que la valoración del cuerpo, desde una perspectiva evangélica, cristiana, lleve a un crecimiento integral que desemboca en el respeto de la dignidad de la persona humana”.[26]
Tal pensamiento viene muy a modo toda vez que hoy día asistimos a la inmoral degradación de la dignidad humana cuando se manipula la persona, cuando se ve al servicio de la satisfacción de caprichos de quien detenta el dominio y el poder por ser incapaz de ver en cada cuerpo humano una persona. A esto, los castos están llamados a responder con el testimonio de las virtudes cristianas que los mismos consagrados buscan, como son: modestia, serenidad, templanza, sensibilidad, ternura, amabilidad, justicia, sencillez, sinceridad, honestidad, humildad, gratuidad, prudencia, fidelidad, esperanza y fe.[27]
Hoy se vive como una especie de reacción hacia una espiritualidad que veía en el cuerpo una fuente de pecado; reacción que no se ha visto impedida de caer en el extremo opuesto de la corpolatría. En efecto, Jamás el cuerpo había sido tan rentable que hoy pululan infinidad de productos y centros de belleza para embellecer el cuerpo. Se corre el riesgo de ver esta moda como un fin en sí y no en su sentido ético o estético.
No debemos olvidar que la castidad es una experiencia no externa, sino interna, viene de dentro, de la identidad profunda del ser humano.[28] Por tal motivo, los castos, para no ser arrollados por la onda erótica que abraza nuestros días, deberían ejercitarse, además de las virtudes ya mencionadas, en la siguientes prácticas: autodominio, en la guía de la razón y no sólo del instinto para ser dueño de las propias acciones y reacciones[29]; mortificación, que no haga del otro un objeto de placer egoísta, sino que pueda respetar su ser[30]; interioridad en pos de la armonía y del equilibrio interior.[31]
B) EL HEDONISMO: LA NUEVA CARA DE LA SEXUALIDAD.
El término hedonismo proviene del griego hedone (placer). El diccionario Larousse lo define como doctrina que considera el placer como el fin de la vida. Y aunque se habla de distintos tipos de hedonismos como el moderado o jerárquico que a veces niegan un placer por no atraer algún dolor o para conseguir alguno mayor, por ahora no viene al caso detenernos en distinciones, sino en analizar cómo es que la sexualidad se ha visto adueñada de un hedonismo radical que no ve mayor satisfacción en el sexo que un mero placer físico-egoísta.
En efecto, mediante el hedonismo se ha justificado la obtención de todo placer pasando incluso por encima de la dignidad de la persona, quien en tal situación viene a ser cosificada. No obstante, el placer es parte inherente a la naturaleza humana y se expresa en la alegría, la satisfacción, el contento, la risa, la felicidad, la fiesta, el entusiasmo, el éxtasis, etc.[32] El placer humano conoce una extensa variedad de manifestaciones tan bondadosas que sentimientos contrarios como la tristeza, el sufrimiento, la angustia no son capaces de suprimirla.[33]
Estamos viviendo una reacción a esa tendencia que en los primeros años del cristianismo se dio: el ascetismo estoico, que veía el placer con mucho recelo por considerarlo demasiado corporal y ayudaba a atar el alma que se quería librar de lo que se consideraba una concupiscencia de la carne al modo platónico. Se buscaba llevar al cristiano por un camino de autodominio perfecto, indiferente a las sensaciones de alegría y tristeza. “El placer iba ligado fácilmente al hedonismo y se veía rodeado de tabúes y de inhibiciones que intentaban reprimirlo”.[34]
Lo que pretendemos ahora es rescatar el auténtico placer, no excluirlo ni atematizarlo por pensar que sólo es hijo del hedonismo. Consideramos que el placer es inherente a la naturaleza del hombre. Buscamos superar esa concepción placentista que cosifica las personas. Es bueno que los castos tengan muy en cuenta esto, pues de muchas maneras se puede cosificar las personas violentamente aún guardando perfecta continencia, pero esto no es la castidad, su centro gravita en la disponibilidad de las propias energías y preocupaciones para vivir entregados a los demás.[35]
Las personas que viven su sexualidad por vía del hedonismo ya sea dominando o dejándose dominar por el puro vicio de experimentar placer no deja más que al descubierto sus debilidades afectivas, como dice Lisboa:
“Las personas débiles, con profundas carencias, que no han resuelto adecuadamente su sexualidad, que no han experimentado la belleza de amar y ser amadas, buscarán con relativa facilidad el placer por el placer”.[36]
Para integrar la persona por el camino de la castidad, echar mano de las ciencias como la psicología será imprescindible a fin de acompañar esas lagunas afectivas que se puedan padecer. En efecto, la sexualidad no es para oprimirla o mutilarla, sino que hemos de integrarla y vivirla con amor y espíritu de generosidad. Un modo de hacer frente al hedonismo es no dejándonos condicionar por la moda siendo consumidores de lujuria mediante pornografía y toda clase de actos que exacerban el erotismo.
La castidad vivida al servicio, con sacrificio de entrega nos incomoda en buena manera de nuestros privilegios que nos aburguesan, nos hace estar en movimiento y atentos por construir un mundo más justo en la vivencia de la solidaridad, de lo contrario “cuando vivimos rodeados de cosas y perdemos mucho tiempo con ellas, entonces dejamos de ser castos.”[37] La castidad nos hace descubrir la vanidad que encierran las cosas, su temporalidad que no llena el vacío del corazón, ese vacío que sólo puede cubrir un bien mayor trascendente. Para los consagrados este bien mayor es Dios. Para los demás cristianos y hombres de buena voluntad también puede ser el camino para la vivencia auténtica de su castidad.
C) EL EROS: OPIO DEL PUEBLO.
Podríamos designar el eros como el nuevo opio del pueblo, que no es sino una de tantas estrategias que los gobiernos sutilmente imponen a sus gobernados con el fin de volverlos pasivos y apáticos ante el justo reclamo de sus derechos con una militancia activa de ciudadanía. En la antigua Roma bajo el lema de pan y circo se manipulaba el pueblo quien, embrutecido, no veía las injusticias del Imperio, o bien, por conveniencia hacía caso omiso.
Los ingleses en el s. XIX para someter algunas provincias de China se valieron del opio para menguar el ánimo de los chinos. El Término opio también sirvió de estigma hacia la religión en la crítica de Carlos Marx al decir que la religión es el opio del pueblo, es decir, una alienación del hombre, quien, dada su miseria material y económica en que se encuentra, busca en el más allá el remedio a sus desdichas.
Las democracias de occidente, en aras de la libertad y de los derechos humanos impregnados de un fuerte individualismo utilitarista están explotando la parte erótica de la sexualidad por cualquier medio para contener los ánimos reivindicadores de la población, sobretodo joven. En efecto, el mercado motor del capitalismo consumista juega un papel importante:
“El erotismo está presente en la publicidad, en los medios de comunicación, en la música y en el bailar. Se consume sexo porque agrada, y se vende erotismo porque rinde mercantilmente”.[38]
Actualmente el erotismo lejos de ser una propuesta es una imposición. Se nos presenta sin permiso alguno en la publicidad sea de modo subliminal o directo, en películas, en la radio, en internet, y es fuertemente utilizado por quienes influyen en la juventud como cantantes y artistas. Todo ello es apadrinado por quienes desean mantener un sistema de explotación social inhibiendo por el eros la capacidad crítica de la gente, y es que:
“el inmediatismo del placer sexual, incluso ficticio, desvía la atención de los verdaderos problemas sociales y desvirtúa las energías agresivas de aquellos que se sienten tratados injustamente, marginados y oprimidos dentro del orden -mejor dicho, desorden- establecido y quieren un lugar válido bajo el sol. La antigua táctica romana de panem et circenses se ha complicado mucho en el mundo moderno, pero el mecanismo sigue siendo el mismo”.[39]
Sistemas de gobierno van y vienen. Todos prometen una vida feliz, aunque desafortunadamente no es feliz para todos. De algún modo esto nos hace recordar la teoría de la lucha de clases del marxismo, donde un grupo social busca prevalecer sobre los demás, quienes a su vez buscan liberarse del yugo que les ha sido impuesto.
El eros como opio ha menguado de algún modo las luchas de liberación o la atención efectiva sobre injusticias estructurales. Ni bien nos pasan por televisión una noticia de atentado terrorista donde indiscriminadamente muere gente inocente, al instante nos ofrecen la publicidad de algún producto envuelto de erotismo subliminal. Pasamos del drama a la diversión en un abrir y cerrar de ojos. Esta manipulación de la información mina nuestro sentido crítico por llevar acabo un serio discernimiento de la realidad.
Los jóvenes hoy día carecen de propuestas. Especialmente ellos se ven presos de esta vorágine erótica que irrumpe nuestro mundo. Este eros tan sólo hace que nos preocupemos de nuestras satisfacciones individualistas y narcisistas, nos aísla de los demás y nos vuelve indiferentes a la construcción de un mundo más justo y humano. Este es el drama del hombre posmoderno debilitado, frágil y desamparado que tan sólo tiende a lo útil. Se encuentra en penuria constante y es incapaz de hallarle el sentido a aquello que tiene que hacer.[40]
La sunción de la castidad libera de este opio erótico, pues implica un dominio de sí en pos de la libertad humana. No hay de otra, o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado, abúlico e inepto. Este dominio de sí evita ocasiones de provocación meramente erótico como un modo de controlar las impulsos instintivos de la naturaleza humana.[41]
III. EL EROTISMO: BANDERA DEL CONSUMISMO.
A) EL SEXO COMO VEHÍCULO DEL CONSUMO.
¿Quién dicta hoy día cuáles son las necesidades básicas de los hombres? ¿Valdrá todavía para hoy aquel dilema del tener más o ser más? Constantemente nos vemos abrumados por anuncios de productos que se nos ofrecen no como bienes básicos, sino como bienes refinados, para un determinado público, que buscan exaltar la personalidad del individuo. Así podríamos hablar de un culto a la personalidad cuyo mercado ha encontrado en la explotación del sexo su éxito de consumo.
“La industria liberal de bienes de consumo y de placer, presentados por una propaganda persuasiva y persistente, ha desarrollado y desfigurado las necesidades básicas del hombre hasta tal punto que muchos se pierden en el inmediatismo del consumo, más preocupados por tener más placer que por ser más hombres”.[42]
Estamos imbuidos en una cultura hedonista a la cual tendrán que hacer frente las personas que buscan vivir la castidad. La sexualidad hoy ha sido desligada de cualquier norma moral reduciéndola a objeto de consumo, y como tal, en complicidad con los medios de comunicación se erige como idolatría del instinto. Sus consecuencias son graves daños psíquicos y morales para los individuos y las familias.[43]
Es aquí donde el testimonio de la castidad -castidad como don de Dios que es la que venimos ofreciendo para amar con mayor plenitud sin apegos egoístas- sirve para manifestar que el amor de Dios puede obrar maravillas en las vicisitudes del amor humano que busca ansiosamente una mayor transparencia en las relaciones humanas. Muchas personas en sus relaciones interpersonales esto es lo que buscan: claridad, honestidad, verdad, sencillez y sobretodo un profundo respeto. Una visión sexista ofusca tales sentimientos nobles por no ir más allá de una simple atracción corpórea.
Que se nos perdone traer a Dios al tema, pero, para la vivencia de la castidad ¿de dónde se obtendrían las fuerzas y las motivaciones necesarias para vivirla? Una castidad como la que hoy se requiere debe contener un alto grado de espiritualidad, toda vez que en un ambiente superficial se dificulta tanto hacer experiencia de Dios. Incluso, la fe cristiana misma, que se supone ser el canal de encuentro entre los hombres y Dios, no está exenta en su dimensión humana de caer en una religiosidad superficial llegando a naufragar en cualquier momento. Por si esto fuera poco, permítasenos insistir una vez más a propósito de la costumbre del consumismo que alienta una cultura de la superficialidad:
“El mercado, apoyado en la producción de bienes de consumo, forja la cultura del usar y del tirar. De este modo, los jóvenes -y no sólo ellos- acaban por pensar que lo bueno dura poco, de manera que no sienten ningún deseo ni inclinación a abrazar valores que permanecen para siempre”.[44]
Habiendo perdido el ser humano el sentido trascendente de su vida gracias a un secularismo galopante, no se halla más que abocado a consumir aquello que le pueda redituar aquí y ahora un poco de satisfacción.
Las personas que buscan dar testimonio de la castidad como contestación a la falta de un compromiso serio y permanente en un contexto en que se ha perdido el sentido de la vida y la gente se encuentra confusa hallando en el consumir tan sólo una panacea a su situación, tendrán que ayudar a hombres y mujeres a ver de manera distinta, a no ver el sexo como consumo sino como parte integrante de la sexualidad humana y que requiere de una adecuada vivencia lejos de la promiscuidad con respeto pleno de la persona, que es la que ante todo pone en juego su dignidad.
La castidad viene a ubicar la persona en base a una clara opción hecha que dé sentido a su vida. Los castos no olvidarán que harán frente a una cultura de consumo que atraviesa hoy día el mundo, como bien apunta Lisboa:
“El consumismo ha de considerarse tanto eje del código cultural dominante, como de una condición social supuestamente nueva. Por tanto, en el ambiente del culto al consumismo, las personas han de ser honestas y buscar a diario lo que realmente está en conformidad con la opción hecha”.[45]
Cuando el sexo se reduce a consumo la persona vale en cuanto producto. La sexualidad se ve disminuida a lo genital sin ir a la contemplación de otras dimensiones de la persona. Urge superar esta cultura de consumo revalorando la persona en su totalidad.
B) LA INFLUENCIA DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN.
Llegó el momento de ver cómo los medios de comunicación son la catapulta por la cual el erotismo ha llegado a impregnar su moda en el mundo. Y es que, queramos o no aceptarlo, los medios hoy día modelan la conciencia de la gente. Son arma poderosa del capitalismo con lo que buscan ejercer influencia manipulando a su antojo la información y el mercado para crear consumo de bienes efímeros e innecesarios. En efecto, “los medios de comunicación ayudan a crear una cultura del consumismo”.[46] Y no sólo eso, refuerzan la sociedad de masa pasiva y receptora en beneficio de los que tienen en su control los medios de comunicación:
“Los medios de comunicación configuran y controlan el discurso público, lo que se puede decir o lo que importa a la sociedad. La masificación de la mediación humana termina por dominar a través de la audiencia masiva y amorfa, que es pasiva, a los medios de comunicación social”.[47]
En pocas palabras, quien tiene en sus manos los medios de comunicación hará valer su influencia sobre la mayor parte que esos medios comuniquen, y por supuesto, mientras mayor ganancia genere qué mejor, aún si el gancho de atracción es el sexo, es decir, la manipulación de la persona para colocar un producto en el mercado.
Los medios hoy día no escatiman esfuerzos por explotar la sexualidad humana, la cual, por ser tan plástica, puede ser manipulada con fines morbosos y lucrativos. Hoy no hay publicidad que no haga referencia al sexo en todas sus variantes. Y es que el sexo impacta por su carácter de instinto, atrae poderosamente. Los publicistas, con tal de generar la mayor venta de un producto, buscan hacer la relación instintiva entre sexo y producto. Se busca que el espectador quede convencido de que por el producto se consigue sexo automáticamente.
Por todas partes nos vemos asaltados por el mercado del sexo gracias a los medios. A veces resulta como imposible evitarlo. Llega muchas de las veces sin que se lo busque. Y hay que estar concientes que esta situación no sólo puede dificultar la vivencia de la castidad de consagrados y no consagrados, sino también la fidelidad de los cónyuges y la continencia de los novios. Hoy día el erotismo lo invade todo.
“Hoy en día, todo está dominado por la explotación del sexo. La publicidad, la prensa, el cine, la música se han visto invadidas por el erotismo, por la pornografía y por el llamado sexo libre”.[48]
En aras del mercado todo es justificable. Tal pareciera que la única modalidad que cuenta no es la que respeta la persona, sino la que produce éxito y ganancia inmediata. Por cuanto respecta a las personas consagradas, ellas tienen aquí una misión especial para quienes serán testimonio de castidad, el no permanecer indiferentes hacia aquellas personas que han sido enajenadas por los medios y que han visto menguada su capacidad de crítica ante tanta publicidad engañosa y abusiva. No por el temor de verse puestos a prueba pasarán de largo sin dar testimonio de la alianza liberadora entre Dios y el hombre[49].
Para aquellos que se encuentran en ambientes donde la castidad es objeto de burla y escarnio, el ser casto puede implicar una lucha exigente y hasta heroica.[50] En los medios tanto electrónicos como escritos vemos que el sexo libre es de lo más normal, se le presenta como un derecho de la persona a disfrutar de la vida. Y como tal idea a calado hondo en la conciencia de la gente es por ello que hoy por hoy la castidad se ve con indiferencia o repulsa. Esta repulsión se ha visto favorecida por el antitestimonio de muchos que han abrazado la castidad pero que han incurrido en una especie de doble vida, de pedofilia, de homosexualidad, etc. Es bueno recordar una vez más que:
“La castidad no es resultado sólo de las fuerzas humanas. Nace de un clima de sencillez y humildad, del propio convencimiento de que no podemos llegar a ser castos nosotros solos, sino que necesitamos del auxilio divino”.[51]
C) BANALIZACIÓN DE LA SEXUALIDAD.
Estamos asistiendo con gran pena a la trivialización de lo que fue creado para generar comunión, procreación, encuentro, acercamiento: la sexualidad. Hasta ahora hemos venido explicando que por cualquier modo se busca hacer de ella un recurso rentable, un objeto de consumo que aliena la dignidad humana con lo que se cosifica las relaciones humanas decayendo al grado mercantil: cada quien vale tanto por la utilidad o satisfacción que reporta. Esto implica una grave pérdida de valores. El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice:
“La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar y de procrear y, de manera más genial, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con otro”[52].
La sexualidad, pues, permea todo el ser de la persona y lo dota de la facultad de ir al encuentro de otros en la vivencia del amor, máxima aspiración y plenitud del hombre. Pero cuando se ve reducida sólo a la carne, se pierde de vista la belleza de la persona en su totalidad.
Al parecer todavía no superamos esa forma velada de concebir la persona por secciones y valorarla desde cada una de ellas. En el caso de la banalización de la sexualidad se destaca más el cuerpo en detrimento de otras dimensiones. Es decir, aún falta por integrar en la persona la dignidad de todo su ser: cuerpo y alma, razón y pasión, mente y corazón, inteligencia y voluntad. A lo largo de la historia estos elementos se han presentado como antagónicos sin percatarnos que lo uno sin lo otro vale de poco. En esta cultura de la corpolatría bien cabría decir que, en un camino de integración para rescatar la persona de la trivialización sexual, el cuerpo no ha de ser reducido a un nivel anatómico y de puro deseo, como dice Lisboa:
“El cuerpo representa algo mucho más grande, saber: el ser humano en su totalidad. Se trata de considerar y de respetar al ser humano por entero y no sólo por partes o, peor aún, tan sólo en alguna de ellas.”[53]
Tal pensamiento viene muy a modo para redondear un poco lo que ya veníamos diciendo. Una sexualidad tomada a cabalidad brinda muchas y mejores satisfacciones que lo meramente físico. Dos personas que logran amarse o entenderse van descubriendo otros tantos valores que al compartirlos les producen gran alegría como la honradez, la fidelidad, la sinceridad, la valentía, la audacia, etc; pues no hay mayor felicidad que ver y hacer feliz a la otra persona.[54]
En una vivencia de la cosificación en la cual se banaliza la sexualidad, la misma familia puede correr el riesgo de su subsistencia. Ya no sería el hogar un espacio de encuentro en el amor y en la comunicación de valores, sino un espacio de dominio donde el más fuerte somete al débil y los hijos terminan por ser un estorbo:
“Cuando falta el sentido y el significado del don en la sexualidad, se introduce una civilización de las cosas y no de las personas; una civilización en la que las personas se usan como si fueran cosas. En el contexto de la civilización del placer, la mujer puede llegar a ser un objeto para el hombre, los hijos un obstáculo para los padres”.[55]
Para evitar tales desequilibrios en la familia y en la persona, afirmamos que la castidad es el gozo de quien vive el don de sí, libre de egoísmos sin necesidad de someter a nadie. La persona casta no se encierra en sí misma, pero tampoco se apega a otras personas tornándose dependiente, porque la castidad armoniza la persona, la hace madurar y la llena de paz interior.
En efecto, la pureza de mente y cuerpo ayuda a desarrollar el verdadero respeto de sí y al mismo tiempo capacita para respetar a los demás, y esto acontece porque la persona casta ha logrado ver en cada persona un ser que se ha de venerar en cuanto creada a imagen y semejanza de Dios.[56]
La vocación a la castidad tiene la misión profética de denunciar el utilitarismo como cultura que sólo busca producir y disfrutar, que hace uso de las personas como si fueran cosas. Al respecto el Catecismo es muy iluminador:
“La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello, en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual. La sexualidad en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo total. La virtud de la castidad entraña, la integridad de la persona”. [57]
La sexualidad no quedará redimensionada hasta que no reconozca un tú en su integridad.
Y no habrá integridad ahí donde no haya espacio para el encuentro con los demás. La banalización de la sexualidad en última instancia nos lleva al desprecio de la persona. Esto puede romper la paz y la armonía precipitándonos hacia la deshumanización.
IV. HACIA UNA VIVENCIA DE LA CASTIDAD.
A) EROS Y ÁGAPE.
La vivencia del erotismo no es una novedad. Noticia de su existencia yo la tenemos en la antigua Grecia para cuyos ciudadanos el eros era un arrebato, “locura divina” que prevalece sobre la razón del hombre que al arrancarlo de la limitación de su existencia, y en este quedar estremecido por una potencia divina, le hace experimentar la dicha más alta.[58] Sin embargo, esta divinización del eros se llevaba a cabo en un ambiente de deshumanización, pues las prostitutas encargadas de proporcionar el arrobamiento divino eran instrumentalizadas y no tratadas como seres humanos.[59] En modo alguno así el eros era elevación del hombre sino degradación. Y es que el eros necesita disciplina y purificación para dar al hombre no el placer de un instante, sino hacerle pregustar de algún modo aquella felicidad a la que tiende nuestro ser y que no se conforma con arrebatos momentáneos.
Los tres términos griegos para designar el amor eran eros, philia (amor de amistad) y ágape (término que en el cristianismo aportó un nuevo modo de entender el amor). La clave de la superación de la fase erótica está en llegar a lograr la unificación del hombre para componer así todas sus dimensiones y no sacrificar unas en bien de otras. Nos dice SS. Benedicto XVI:
“El hombre es realmente él mismo cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima; el desafío del eros puede considerarse superado cuando se logra esta unificación”.[60]
Lo que bien haría a nuestro mundo es la vivencia del ágape que lleva al descubrimiento del otro superando todo egoísmo. Con el ágape el amor tiende a ocuparse del otro y preocuparse por el otro. Ya no hay búsqueda de sí en pos de un delirio de felicidad momentánea, sino se pretende el bien de la persona amada. Quien tiene amor de ágape se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca.[61] Pues no hay mayor éxtasis que experimentar salir de sí yendo al encuentro de los otros en una liberación de sí incluso hasta llegar al encuentro con Dios.
B) CONSEJOS PRÁCTICOS PARA LA VIVENCIA DE LA CASTIDAD.
Siendo la castidad una virtud asumida y vivida por la tradición cristiana que ha llevado a tantos hombres y mujeres a la santidad a ejemplo de Cristo casto por el Reino, por una opción bien definida que lo llevó a renunciar a todo para que, de algún modo, nos ganara a todos, vamos a ofrecer algunos consejos para la asunción de la castidad en un ambiente que nos es adverso: el erotismo.
La persona pierde su primera batalla en la búsqueda de la castidad cuando sigue siendo egoísta, cuando tan sólo se ocupa de sí. Pero se erige triunfante cuando sale de sí para dedicarse al servicio de Dios y de los demás. La generosa entrega libre le hará ver la belleza de la opción que la tomado. En efecto, la castidad por ser oblativa “necesita de personas libres, resueltas, adultas, maduras, sensibles, responsables, transparentes y profundamente humanas”.[62]
Un consejo muy recomendado es la austeridad como el desprendimiento de lo que no es necesario para vivir la castidad hoy día. Sin tantas cosas nos volvemos más libres, pues las pertenencias atan las personas. “Y mientras más libres seamos, más podremos vivir para Dios y para los demás”.[63]
El magisterio de la Iglesia nos enseña que el dominio de sí es factor clave en la castidad. Es decir, o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado[64]. Liberado de la cautividad de las pasiones, tiende a su fin con la libre elección del bien y se procura para ello medios adecuados con eficacia y esfuerzos.[65]
Para resistir las múltiples tentaciones provenientes de un mundo hedonista se aconsejan los siguientes medios: conocimiento de sí, la práctica de una ascesis adaptada a las situaciones encontradas, la obediencia a los mandamientos divinos, práctica de las virtudes morales y la fidelidad a la oración[66]. De algún modo, parafraseando a san Agustín, la castidad nos recompone, nos retorna aquellas unidad que habíamos perdido habiéndonos dispersado en el arrebato de las pasiones.
El ejercicio de la templanza como virtud cardinal pone freno a las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana.[67] Es recomendable usar con discreción los medios de comunicación y evitar todo aquello que ponga en peligro la castidad.[68] No olvidemos que la castidad además de virtud moral es un don de Dios que purifica en Cristo (cfr 1 Jn 3,3).
C) CASTIDAD Y CARIDAD.
Antes de culminar nuestro estudio ha de quedarnos claro que la vivencia de la castidad implica una liberación en el amor, un desprendimiento de sí por su índole intrínseca de apertura en el encuentro con los demás. En efecto:
“En cuanto modalidad de relacionarse y abrirse a los otros, la sexualidad tiene como fin intrínseco el amor, más precisamente el amor como donación y acogida, como dar y recibir”.[69]
Hablemos ahora del amor como caridad, como esa virtud que ve en las personas seres dignos de respeto y admiración a quienes bien puede ir volcada toda una afectividad brindada en el servicio y el diálogo. En esta vivencia de la caridad bien podemos decir con SS. Benedicto XVI que, “al aproximarse la persona al otro se planteará cada vez menos cuestiones sobre sí misma, para buscar cada vez más la felicidad del otro, se preocupará de él, se entregará y deseará ser para el otro.”[70]
Pero ¿acaso tan sólo la castidad es estar volcado hacia el otro sin que le permita al casto recibir un poco de amor? Es decir, ¿no es lícito esperar nada a cambio? Benedicto XVI dice que el hombre no vive sólo de amor oblativo como si fuese una fuente de puro don, sino que también le es lícito recibir.[71] Estaremos de acuerdo, pues a veces el no querer recibir afecto es una forma de egoísmo y autosuficiencia por no reconocernos indigentes. Esta indigencia nos hace descubrir en los demás nuestro complemento. Todos precisamos del amor de los demás. En efecto, la castidad está en función del amor y sólo desde él cobra sentido.
Para nosotros los cristianos Dios es amor (1Jn 4,16), y dado que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,27), en virtud de la castidad no queda sino repotenciar mediante nuestra donación y dominio de sí el testimonio de la presencia de Dios fiel y lleno de ternura. El catecismo nos dice:
“La caridad es la forma de todas las virtudes. Bajo su influencia, la castidad aparece como una escuela de donación de la persona. El dominio de sí está ordenado al don de sí mismo. La castidad conduce al que la practica a ser ante el prójimo un testigo de la fidelidad y de la ternura de Dios”. [72]
La vivencia de la caridad como virtud que emancipa la castidad es de suma recomendación también para los consagrados, quienes han de ver en la castidad no un fruto del esfuerzo personal, sino un don de Dios. La caridad estrecha los lazos de unión entre los hermanos en la transparencia y apertura de modo que nadie pueda sentirse ajeno a la comunidad que es centro de acogida. Esta comunidad puede ser no sólo la de los religiosos, sino la de la familia u otra institución cuya finalidad sea testimoniar el amor de Dios y su Reino. La caridad será faro que guíe las relaciones entre las personas implicadas. Así, la castidad será más creíble, viable y deseable.
El magisterio nos enseña que: “la castidad se guarda más seguramente cuando entre los hermanos reina verdadera caridad fraterna en la vida común”.[73] Esta experiencia de fraternidad en la caridad nos vuelve más sensibles para escuchar el grito de los más necesitados. Así, la castidad, además de ser fraterna es liberante: “la castidad, por tanto, tiene sentido y valor sólo cuando se convierte en compromiso que produce amor.”[74]
[1] J. Lisboa, Vivir los votos en tiempos de posmodernidad. San Pablo (Madrid, 2003) p. 49.
[2] L. Valdés Orar el don de la sexualidad. Centro de Espiritualidad Ignaciana (Lima, 2002) p. 24
[3] Ibid, p. 26.
[4] Ibid, p. 27
[5] J. L. Colón, Aportes para una teología de la sexualidad humana. Publicaciones puertorriqueñas. (San Juan, 1997) p. 64.
[6] Ibid.
[7] Ibid, p. 65.
[8] Ibid.
[9] Ibid; cfr. Lisboa op cit, p. 99.
[10] Ibid. cfr. Lisboa, op cit, p.100
[11] Pontificio Consejo para la Familia. Sexualidad humana: verdad y significado. Editorial Salesiana. (Lima, 1996) p. 8
[12] Valdés, op cit, p. 24
[13] F. López y A. Fuertes, Para comprender la sexualidad. Editorial Verbo Divino (Navarra, 1990) p. 10.
[14] Ibid.
[15] Ibid.
[16] Lisboa, op cit, p. 50.
[17] Ibid, p. 51.
[18] Ibid.
[19] Valdés, op cit, p. 25-26.
[20] Lisboa, op cit, p. 85.
[21] López, Fuertes, op cit, p. 15.
[22] Lisboa, op cit, p. 99.
[23] Ibid, p. 120.
[24] Ibid.
[25] Ibid.
[26] Ibid, p. 69.
[27] Ibid, p. 72.
[28] Ibid, p. 104.
[29] Ibid, p. 83.
[30] Ibid, p. 87.
[31] Ibid, p. 89.
[32] A. Mosser y B. Leers, Teología moral. Conflictos y alternativas. Paulinas (Madrid, 1987) p. 253.
[33] Ibid.
[34] Ibid.
[35] Lisboa, op cit, p. 88.
[36] Ibid.
[37] Ibid, p. 94.
[38] Valdés, op cit, p. 7.
[39] Moser y Leers, op cit, p. 254-255.
[40] Lisboa, op cit, p. 75.
[41] Pontificio Consejo... p. 13.
[42] Moser y Leers, op cit, p. 254.
[43] SS. Juan Pablo, Vita consecrata. no. 88.
[44] Lisboa, op cit., p. 73.
[45] Ibid., p. 83
[46] J.A Coleman, “La sociología de los medios de comunicación”, en Concilium, no. 250 (1993) p. 15.
[47] Ibid, p. 15-16.
[48] Lisboa, op cit., p. 57.
[49] Documento de Puebla, CELAM, No. 749.
[50] Pontificio Consejo... p. 13.
[51] Lisboa, op cit., p. 58.
[52] Catecismo de la Iglesia Católica, no. 2332.
[53] Ibid., p. 102
[54] Ibid.
[55] Pontificio Consejo... p. 9.
[56] Ibid., p. 12.
[57] Catecismo… no. 2337
[58] SS. Benedicto XVI. Deus caritas est, no. 4.
[59] Ibid.
[60] Ibid.
[61] Ibid., no. 6.
[62] Lisboa, op cit., p. 77
[63] Ibid., p. 93.
[64] Catecismo... no. 2339.
[65] Vaticano II, Gaudium et Spes, no. 17.
[66] Catecismo... no. 2340.
[67] Ibid., no. 2341.
[68] Código de Derecho Canónico, no. 666.
[69] Pontificio Consejo... p. 9.
[70] SS. Benedicto XVI, op cit., no. 7
[71] Ibid.
[72] Catecismo... no. 2346.
[73] Vaticano II, Perfectae Caritatis, no. 12.
[74] Lisboa, op cit., p. 117.
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