viernes, 17 de octubre de 2008

La utopía de Jesús

A) El problema fundamental que José María Castillo plantea en relación a la utopía de Jesús a nuestro parecer es: ¿por qué la utopía de Jesús se realiza sólo en casos determinados y en personas concretas, pero no llega a hacerse presente en la sociedad como componente constitutivo de nuestra cultura?

Castillo señala que tal utopía se ve enfrentada tenazmente contra tres elementos: la religión, la Iglesia y la espiritualidad. Pero lo que sostiene estos tres elementos y todo sistema que se opone a la utopía de Jesús es tanto el derecho de propiedad como el poder de los que mandan o, mejor dicho, la propiedad privada y el principio de autoridad.

La utopía de Jesús excluía la propiedad privada y el principio de autoridad entendidos como fuerzas dominantes por quienes ejercían el poder. En la utopía de Jesús lo primordial era la promoción de la vida y la dignidad de los seres humanos, especialmente de los más débiles y excluidos. Semejante utopía no encajaba en las mentalidades de los “hombres de religión” y de los “hombres de política” que en el modo de ejercer su poder anteponían sus propios intereses a los del pueblo.

Mientras la religión, la Iglesia y la espiritualidad se acomoden a un sistema jerárquico, de poderes, de sometimiento, de dogmas, de leyes, y por consecuencia, a ciertos intereses como la propiedad y el poder, el evangelio con toda su fuerza liberadora de buena noticia estará atado y no surtirá efecto como principio motor de la cultura, quedando reducido a unos cuantos.

B) Castillo señala tres causas principales que impiden la socialización de la utopía: la religión, la Iglesia y la espiritualidad.

LA RELIGIÓN

Lo que Jesús puso en crisis no fue tanto el hecho de relacionarse con Dios, sino el modo en que se hacía mediante observancias, preceptos, ritualismos, etc. Pues para Jesús, por encima de las verdades y normas estaban las personas en su dignidad y bienestar. Ahora bien, siendo la religión un componente de la cultura, de alguna manera se verá afectada en su relación con otros componentes culturales (sociedad, política, economía, leyes, etc.) sacrificando de tal modo la esencia y originalidad del evangelio. La utopía de Jesús así se disuelve. Además, la religión no solo resta fuerza al evangelio sino que desquicia a quienes buscan fusionar religión y evangelio llevándolos a una vida contradictoria. Es el caso de los cristianos que creen ser muy devotos a la vez que legitiman violencias, dictaduras y son indiferentes a las necesidades de los pobres.

Voy de acuerdo con el planteamiento del autor. Al evangelio se le ha colocado una camisa de fuerza como es la religión, pero entendida como ritualismo y cumplimiento de preceptos. Hay personas que se basan más en el Derecho Canónico que en el sentido común y práctico del evangelio, el cual debería dictar y conducir el modo de vivir nuestra fe cristiana a través de la religión, pero entendida esta como verdadero servicio de caridad, especialmente, hacia los que menos tienen.

LA IGLESIA

La utopía de Jesús simple y llanamente no ve cupo en una institución jerárquica cuyo modelo de gobierno es monarquía absoluta. El Romano Pontífice ostenta una potestad “suprema, plena, inmediata y universal” (CIC 331;333.3;1404;1372) y contra tal potestad no cabe apelación alguna que no sea la sumisión de los miembros de la Iglesia.

Por una parte voy de acuerdo con el autor. A partir del vaticano II la Iglesia es definida como Pueblo de Dios y quienes están al frente de ella no ejercen otra cosa sino ministerios, es decir, servicios. Pero en la realidad vemos que no es así. La jerarquía resguardada en sí misma comete muchas arbitrariedades y censuras aún yendo contra el espíritu del evangelio. Así se contradice la esencia del Pueblo de Dios como imagen de Iglesia donde todos, por ser bautizados, deberían, según sus talentos, tener responsabilidades en ministerios concretos.

Pero, por otra parte, me pongo a pensar que precisamente a falta de una autoridad fuerte durante los primeros siglos de la Iglesia es que se multiplicaron las herejías que condujeron a cismas: arrianismo, nestorianismo, agnosticismo, docetismo, etc. Entonces se requería, a mi parecer, de una autoridad competente y eficaz que garantizara la recta doctrina purificándola de errores. Y sobre el modelo de gobierno ¿quién puede decir cuál es mejor que otro? Todos los modelos de gobierno por ser organizaciones humanas presentan tanto aspectos positivos como negativos. Creo que en la Iglesia también existe esto en tanto organización humana. De todos modos, no se debería estar cerrados a mejorar y discernir una mejor forma de gobierno para que el evangelio de Jesús no pierda su originalidad ni su utopía.

LA ESPIRITUALIDAD

El hombre jamás se verá libre de las tentaciones humanas de acumular y retener bienes aunque se jacte de ser espiritual. En efecto, hay personas muy espirituales pero que no consienten ser tocados en sus posesiones, es más, justifican tales posesiones como medios de servicio de los cuales no se puede prescindir porque la misma espiritualidad lo exige. Un peligro que entraña una espiritualidad así entendida es el de hacer creer a las personas que están cumpliendo con la utopía de Jesús. Sin embargo, dado que la espiritualidad así se entiende, los sujetos no están más que centrados en sí mismos mientras se ven alejados cada vez más de los problemas reales de la sociedad.

Estoy de acuerdo con el autor. Muchas veces nos olvidamos de nuestra tendencia frágil de acumular cosas, la mayoría de las veces innecesarias, pero que fácilmente justificamos como imprescindibles para la pastoral, la misión o los estudios. Alguna vez oí hablar de uso de medios pobres para la evangelización con el fin de no esperar que la eficacia de la evangelización surgiera a partir de los medios materiales sino de la experiencia de Dios del agente evangelizador.

Una espiritualidad que no puede ser vivida sin propiedades ni poderes se autoengaña, se contradice así misma, pues presentaría esa tensión que san Pablo ya señalaba, a saber: “Los malos deseos están en contra del Espíritu, y el Espíritu en contra de los malos deseos. El uno está en contra de los otros, y por eso ustedes no pueden hacer lo que quisieran” (Gál 5,17). En lo personal soy partidario de la necesidad de una espiritualidad liberadora. Creo que una espiritualidad llevada acabo por el Espíritu bien puede hacer consciente al hombre de la relatividad de los bienes materiales desprendiéndose generosamente de ellos para compartir con los demás aún a costa de su propio bien, al modo de la viuda pobre que dio todo lo que tenía para vivir (Lc 21,1-4).

C) Tres son las sugerencias planteadas por castillo en relación a la utopía de Jesús. Vamos a presentarlas una por una a la vez que explicamos de qué manera pueden ser aplicables a la labor de la Pastoral de la Palabra.

1. Liberar al evangelio de las adherencias de religión que nos dificultan comprender y vivir su originalidad y autenticidad.

La sugerencia viene con ocasión de discernir si vivimos el evangelio desde las prácticas religiosas o, por el contrario, es el evangelio el que juzga y discierne la autenticidad de nuestras prácticas religiosas. En efecto, no hay aquí otra cosa por esclarecer sino el problema que consiste en saber si la religión debe ser el criterio para interpretar y vivir el evangelio o, por el contrario, deber ser el evangelio el que nos sirva de criterio para interpretar y vivir la religión.

En este caso, la Pastoral de la Palabra debe partir del anuncio gozoso del evangelio más que de ritualismos, dogmas, leyes y verdades absolutas. Debe dar paso a una palabra novedosa y actual en vez de quedarse en añoranzas del pasado donde la religión dictaba la vida de la gente pasando incluso por encima del evangelio al legitimar sistemas políticos -por ejemplo- que no necesariamente eran promotores y defensores de la dignidad de las personas.

Situarse en la iglesia con la debida fidelidad al evangelio.

Esta sugerencia aparece ante el deber que tiene todo cristiano de cuestionarse si lo que obedece en nombre de Jesús va acorde con el evangelio.

La Palabra aquí tiene la función de cuestionar la conducta cristiana para que sea más acorde con el evangelio y no obedezca a fines ajenos que, por muy piadosos o humildes que sean, ni hacen crecer la persona ni edifican la comunidad. Cabe señalar como sospechosos esos privilegios injustificados o esos sometimientos a la autoridad que ponen más acento en guardar las formas de los convencionalismos que los dictados del evangelio.

Adoptar una actitud de “sospecha” ante la espiritualidad.

Esta sugerencia acontece para ponernos en guardia ante toda espiritualidad que induce a desatenderse de los graves problemas que afectan a la sociedad, pues una espiritualidad de este talante atonta a las personas y las aleja de la realidad en que viven.

La palabra puede ejercer una pastoral en este rubro poniendo bajo sospecha toda tendencia en la comunidad cristiana a precisar de bienes materiales e inmuebles como si de ello dependiera el éxito de la evangelización aunque no negamos su utilidad para dicho fin. Es entonces cuando la palabra, acorde al evangelio, ha de poner el acento en una espiritualidad del seguimiento de Cristo quien nos dice constantemente y de muchas formas: “déjalo todo, ven y sígueme”.

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