Persona humana
La persona humana, en su propio ser y en su propia dignidad, reclama un respeto incondicional, independiente de toda valoración y finalidad; absoluto, en una palabra. El respeto, en cuanto actitud fundamental ante el hombre, significa la disposición incondicionada a considerar y a defender a todo ser humano como una realidad de la cual no se puede disponer.[1]
La persona, por una parte, no puede ser considerada como una realidad puramente sagrada, pues estaría en contradicción con las afirmaciones bíblicas sobre la responsabilidad del hombre en el mundo; no admitiría la racionalidad de la realidad humana ni la validez de un pensamiento antropocéntrico. Por otra parte, La comprensión de la persona como fin (no como medio) y como valor absoluto ( no como valor relativo) impide considerar al hombre como una realidad puramente profana. La dicotomía de sacralidad y profanidad queda superada con la afirmación de la responsabilidad personal.[2]
Aparecida dirá que la persona humana es, en su misma esencia, aquel lugar de la naturaleza donde converge la variedad de los significados en una única vocación de sentido (42). Es decir, sólo la persona es capaz, dada su naturaleza racional, de darle sentido a sus vivencias significativas y aprovecharlas en pos de su perfección. En el no. 480 enfatizará la centralidad de la persona humana de toda la vida social y cultural, poniéndola así en guardia contra toda tendencia de manipulación.
Dignidad humana
Ha existido y existe actualmente en los distintos pensamientos una tendencia al reconocimiento de la grandeza y dignidad del hombre[3]. La GS (12) dice que creyentes y no creyentes convergen en que todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos. En su no. 17, cuando habla de la libertad, afirma que la dignidad humana requiere que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, es decir, movido e inducido por convicción interna personal y no bajo presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El hombre logra esta dignidad cuando, liberado totalmente de la cautividad de las pasiones, tiende a su fin con la libre elección del bien y se procura medios adecuados para ello con eficacia y esfuerzos crecientes. La dignidad humana es innegociable y es inmoral relativizarla, ignorarla o reducirla en función de otros intereses.
Aparecida fundamenta la dignidad de la persona humana en que es creada a imagen y semejanza de Dios, libre y sujeto de derechos y deberes en medio de la creación. Destaca la inteligencia y la capacidad del ser humano. Es sujeto que protege, cultiva y promueve su propia dignidad. (104). Ante los riesgos de la cultura moderna a los que se ve sometido el hombre de hoy, Aparecida enfatiza el valor supremo de cada hombre y de cada mujer. Aduce que el Creador al poner todo lo creado al servicio del ser humano, manifiesta la dignidad de la persona humana e invita a respetarla (387).
BIBLIOGRAFÍA:
VIDAL Marciano. Moral de la persona (moral de actitudes II) PS editorial (Madrid, 1985)
Documentos del Concilio Vaticano II. BAC (Madrid, 1986).
Aparecida. V CELAM 2007.
[1] VIDAL Marciano. Moral de la persona (moral de actitudes II) PS editorial (Madrid, 1985) p. 119.
[2] Ibid, p. 140-142.
[3] Cfr. Ibid p. 115.
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