lunes, 20 de octubre de 2008

Zaqueo (Lc 19,1-10)

En el presente trabajo que versa sobre la atención a la pastoral penitenciaria, es decir, a personas que se encuentran recluidas en las cárceles, meditaremos el episodio del contacto entre Jesús y Zaqueo (Lc 19, 1-10). Por un lado, en Jesús veremos al salvador, Dios en persona que viene a liberar al hombre de toda atadura. Llama la atención que salva a los pecadores con total libertad sin temor al qué dirán, sin arriesgar prestigio que valga, todo lo arriesga por amor al pecador en quien ve antes que nada a un ser humano, a un hijo de Dios, un hermano a quien hay que salvar. Por otro lado, veremos en Zaqueo la representación del pecador, aquel a quien la sociedad aísla y estigmatiza de maldito condenado por Dios. Este Zaqueo, recaudador de impuestos, también se encuentra en la cárcel, en el preso que carga en sí el estigma, la marca de un delito cometido y que parece imperdonable.

El episodio que narra el contacto entre Jesús y Zaqueo presenta cuatro características: 1) el encuentro entre Jesús y Zaqueo; 2) murmuración de la gente; 3) arrepentimiento de Zaqueo y 4) anuncio de salvación. Analicemos cada una en vistas a la valoración de la persona del pecador.

1. Encuentro entre Jesús y Zaqueo.

Lucas pone dos personajes centrales: Jesús y Zaqueo. Jesús atravesaba la ciudad de Jericó predicando la Buena Nueva ante una multitud; Zaqueo, por su parte, deseaba verlo, pero, dada su baja estatura, tuvo que subir a un árbol para verlo. Para su sorpresa, Jesús no sólo lo ve, sino que le pide hospedarse en su casa
(vv. 1-6).

Importante es tomar en cuenta que Zaqueo es un recaudador de impuestos para Roma, considerado un pecador, vendido al poder romano, un traidor despreciable tanto por fariseos como por grupos ultranacionalistas. Sin embargo, este Zaqueo, hombre rico, sobre el que pesa una mala fama y el desprestigio de la sociedad de su tiempo, quería ver a Jesús (vv. 3-4). Su querer no queda en un simple deseo, sino que se pone en movimiento a grado tal de subirse a un árbol para verlo. Él no pasa desapercibido por Jesús, su insistencia y perseverancia tienen eco: ¡Jesús mismo le pide hospedarse en su casa! Zaqueo tendrá la fortuna de ser el anfitrión de Jesús, del Maestro, a quien tanto deseaba conocer y escuchar.

Siendo Zaqueo un rico recaudador de impuestos ¿acaso pasaría desapercibida esta nota para Jesús? Supongo que no, así como también supongo que Jesús bien sabía en el lío que se estaba metiendo por entrar en casa de Zaqueo, de un pecador; pudiera ser que el prestigio de Jesús se pusiera en riesgo, sin embargo, parece que poco le importa con tal de ganar para Dios a Zaqueo.

2. Murmuración de la gente.

¡Se ha hospedado en casa de un pecador! (v. 7). El escándalo no se hizo esperar. Muchos que se dicen ser seguidores o simpatizantes de Jesús piensan que sólo él ha venido por la gente buena que a los ojos de Dios es justa por cumplir la ley. Jesús comete la osadía de ir más allá de todo círculo donde tan sólo se encuentran los buenos o justos. Sucede que Jesús no se circunscribe a un grupo especial, él va hacia la persona humana, que es lo más valioso (Mt 7,26).

Si a Jesús algo le caracteriza es su confianza en que el pecador puede hacer un cambio de vida. Dice san Agustín: Porque nos has hecho Señor para ti, nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti. Jesús ve que el pecador sufre más que nadie escudado en sus “seguridades”, encadenado a sus “verdades”. Por tal motivo, va directo al corazón, allá en la soledad del corazón de cada persona busca entrar para recuperar lo que estaba perdido, quien estaba perdido, como el buen pastor que deja las noventa y nueve ovejas por ir en búsqueda de la que se le extravió. Este mismo Jesús se muestra muy consciente que su misión consiste en llamar no a los justos, sino a los pecadores (Lc 5, 32; Mt 9, 11-13). Así que no tiene empacho de sentarse a la mesa con recaudadores de impuestos y otros pecadores (Lc 5,30) ni de dejarse lavar los pies por una pecadora ante Simón el fariseo (Lc 7, 44-47).

A tal grado llega el amor de Jesús por los pecadores que no se avergüenza de verse él mismo reflejado en ellos, y por lo que a nuestro tema compete, él no dejará sin recompensa a quien lo vea en los pequeños, a quien lo visite en la cárcel (Mt 25, 34-40).

3. Arrepentimiento de Zaqueo.

Era tanto el gozo de Zaqueo por tener en su casa a Jesús que no pudo menos que asegurarle, bajo previo arrepentimiento, que compartiría la mitad de sus bienes con los pobres, y que daría hasta cuatro veces más a quienes haya engañado (v. 8). ¿Qué pudo haber movido a Zaqueo a llevar a cabo tal cambio? Sin duda, creo yo, la confianza y la dignidad con que lo trató Jesús sin ver en él a un bandido, sino a un hijo de Dios, a quien tanta falta le hacía que le mostraran la misericordia de Dios. Así como el hijo pródigo no dudó en volver a la casa del Padre porque sabía que en el Padre hallaría perdón (Lc 15, 18-20) y como la mujer pecadora que demostró mayor amor por haber experimentado el perdón de Dios (Lc 7,47), Zaqueo se vio movido al cambio al tener a Jesús en su casa, que significaba que Dios mismo quiso hospedarse con él para reintegrarlo en su paz.

4. Anuncio de salvación.

Este Zaqueo, que carga con la estigma del pecado, no es ningún extraño, también es hijo de Abraham (v. 9) y heredero de las promesas de Dios a su pueblo. Jesús reivindica la consistencia de su misión: buscar y salvar lo que estaba perdido (v. 10), llamar no a los justos, sino a los pecadores (Lc 5, 32).

El encuentro de Jesús con Zaqueo describe una experiencia repetida a lo largo de la historia: la de aquellos que cambiaron su vida después de conocer a Jesús, como le sucedió también a Mateo que sentado en lo que era el signo de su pecado, la mesa de recaudador, tuvo un encuentro con Jesús, y que al ser llamado dejó todo y lo siguió.

Conclusión.

Hay una frase de Mateo que viene muy a modo por cuanto toca a la pastoral penitenciaria, que dice: Entiendan bien qué significa misericordia quiero y no sacrificios; porque no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores (Mt 9, 13).

Muchas veces, respecto a los reclusos, la sociedad, y no pocos cristianos, muestran una actitud apática e indiferente hacia los presos. Las penitenciarías se ven como un sitio donde a base de sacrificios y penalidades los delincuentes pueden ser reinsertados en la sociedad, pese a que siguen con el estigma maldito de ser “expresidiarios”.

Como cristianos debemos superar la ley del sacrificio por la del amor: la ley de la misericordia, que se puede manifestar en la búsqueda de tantos hermanos/as nuestros que por diversos motivos tan confusos como extraños se encuentran en tal desgracia de reclusión. Es a ellos a donde también estamos llamados a proclamar una palabra de esperanza, de anunciar el reino de liberación implicado en el hecho de conocer a Jesús, quien confía infinitamente en la bondad originaria del hombre.

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