lunes, 20 de octubre de 2008

Experiencia misionera en Huamachuco, La Libertad, Perú

Mi experiencia de misión durante este verano de 2007 la llevé a cabo en la prelatura de Huamachuco que se encuentra en la sierra liberteña, al norte del Perú, más concretamente en el Distrito de Sarín, cuya parroquia Virgen de la Natividad es presidida por el padre Antonio Campos Castillo.

Ya es una costumbre que los Misioneros Combonianos año tras año participemos en esta prelatura en el área de la evangelización según el carisma de nuestro fundador san Daniel Comboni, que no es otro más que el anuncio del Reino en poblaciones donde la Iglesia es inexistente o donde aún no está suficientemente consolidada, situación que por lo general existe entre los más pobres, pobres no tanto en lo material cuanto en el conocimiento de nuestro Salvador Jesucristo.

En esta misión participamos tres hermanos: Alfred (Uganda), Guillermo (Costa Rica) y un servidor, Fernando (México). Nuestra labor evangélica consistía en estar lo más posible cercanos a la gente mediante la convivencia cotidiana, en animarlos a mantener unida su comunidad como hermanos en Cristo e hijos de un solo Padre y en alertarlos sobre las sectas que van en crecida por toda la región que imponen el evangelio a base de miedos aprovechándose de la sencillez de la gente.

El sacramento del bautismo era muy requerido por la gente, pero no eran pocos los que veían el sacramento con un interés para poner sus documentos de identidad en orden y así poder inscribirse en el programa de gobierno “Juntos” que da 100 soles al mes a los más pobres. “No olviden que el bautismo no es un simple requisito –no me cansaba de decirles—, sino que es un sacramento por el cual recibimos la gracia de la salvación y nos hacemos hijos e hijas de Dios por los méritos de Jesucristo. Respondamos a esta gracia con un mejor testimonio de vida en el amor y en el servicio generoso como nos enseñó Jesús, trabajando unidos por el bien de nuestras comunidades y de las futuras generaciones”.

Una de las labores fundamentales que llevamos a cabo, como hacemos cada vez que visitamos esta porción de la sierra liberteña, es la impartición de un curso para catequistas de las parroquias de Marcabal, Sanagorán y Sarín con duración de cuatro días. Esta vez la sede fue en Sarín. Buscamos que los catequistas, dentro de su sencillez, puedan crecer en conocimientos de Biblia, liturgia, espiritualidad, realidad social, derechos humanos, organización eclesial, etc. Todo ello con el fin de que puedan brindar en sus comunidades un servicio más cualificado como pastores de sus caseríos donde algunos llegan a ser auténticos líderes.

Ya es la cuarta vez que visito los caseríos de la prelatura, y no deja de llamar mi atención la extrema pobreza en que vive su gente, que para sobrevivir tienen que emigrar a las ciudades o esperar algún programa paternalista que con dádivas les haga pensar que todo irá mejor en un mañana no muy lejano que nunca termina por llegar. Sin embargo, es en medio de esta pobreza donde Dios más se manifiesta. La gente nos enseñó su hospitalidad, su trato sencillo y cariñoso y a sonreír aún en la fatalidad de un destino incierto, porque aquí la vida se gana –y también se disfruta-- día a día.

Una vez más quedo con la sensación de que Dios está de modo preferente con los sencillos, en quienes no tienen más auxilio que el nombre del Señor, cuyas ilusiones sirven de promesas falsas para los oportunistas que no faltan por estas tierras y que se enriquecen a costa de los pobres.

Yo termino tan sólo pidiendo una gracia: que la sencillez y la bondad de los pobres nos muevan como pastores y pastoras a ser más generosos en nuestro servicio apostólico. Así sea.

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