viernes, 17 de octubre de 2008

Jesucristo Dios: la controversia en el Concilio de Nicea (325)


Introducción

En el presente trabajo monográfico no nos proponemos otra cosa más que señalar el proceso mediante el cual la Iglesia del s. IV llegó a confesar a Jesucristo como Dios, consubstancial con Dios Padre, empezando por los títulos que a Jesús le adjudicaban ya en vida cuando predicaba en Palestina como todo un rabino, pasando por la experiencia pascual en que a Jesús se le proclama como Señor hasta llegar a Nicea (325) donde se confiesa una fórmula de fe ortodoxa por la cual la Iglesia confiesa creer en un solo Señor Hijo único de Dios, Dios verdadero, consubstancial al Padre.

Para llegar a tal confesión habría que pasar primero por un arduo proceso de formulación de la fe, esfuerzo que enfrentaba tanto a herejes como a ortodoxos. Los herejes tenían pretensiones muy particulares de explicar racionalmente la fe, resaltando ya sea sólo la humanidad de Jesús (adopcionismo) o la sola divinidad de Jesús (docetas, gnósticos); mientras que, los ortodoxos, caracterizados por su apología de la fe, irán desarrollando todo un pensamiento por el cual defenderán tanto la humanidad como la divinidad de Jesús que será reconocido en Nicea. Por ahora sólo nos interesamos en Jesucristo como Dios, de este Dios que se ha hecho hombre, que ha querido compartir nuestra suerte humana para redimirla del todo, según el pensamiento patrístico: sólo es salvado lo que es asumido.

Por no quedarnos sólo en lo teórico, después de todo el recorrido desde antes de pascua hasta Nicea, presentaremos algunas implicaciones pastorales que devienen por el hecho de confesar y seguir a este Jesús hombre que es Dios, de tal modo que, Dios ya no se encuentra perdido más allá de las nubes, indiferente a nuestra realidad, todo lo contrario, este Dios-Hombre nos mueve a implicarnos de manera comprometida en la transformación de un mundo más justo y humano bajo el talante de la bienaventuranzas y con la firme creencia que el reino de Dios ya está entre nosotros.

Dividiremos nuestro trabajo en tres partes: 1) Parte bíblica; donde buscaremos fundamentar con base en la Sagradas Escrituras, especialmente en el Nuevo Testamento los títulos que las comunidades asignaban a Jesús antes de su muerte y antes de su resurrección. 2) Parte dogmática, donde presentaremos las controversias suscitadas por la tentativa herética por anular en Jesús ya sea su naturaleza humana, ya sea su naturaleza divina con la consiguiente apología de los santos padres, auténticos inculturadores del evangelio en el mundo helénico. 3) Parte pastoral, donde proponemos algunas pautas para vivenciar nuestra fe de modo comprometido buscando la justicia y la paz a ejemplo de este Dios-Hombre Jesús.

PARTE BÍBLICA

Contexto prepascual

En el presente apartado veremos qué concepción se tenía de Jesús antes de pascua. Tanto hoy como ayer la Iglesia jamás ha dudado de la identidad de Jesús: verdadero Dios y verdadero hombre; pero antes de pascua los contemporáneos de Jesús, es decir, sus discípulos, las autoridades y la gente que lo conoció no sabían certeramente quién era Jesús, o bien, qué pretendía: “Si eres el Cristo dínoslo claramente” (Jn 10, 24), pues les faltaba conocer la conciencia que Jesús tenía de sí.

No pretendemos por ahora ahondar exhaustivamente los episodios prepascuales, bástenos unos cuantos datos para darnos una idea sobre quién era Jesús para la gente de su tiempo antes de pascua cuando en vida todavía predicaba en la Palestina. Empecemos por aseverar que Jesús era un rabino que transmitía ciertas enseñanzas a un grupo de hombres como auténtico guía. Lambiasi afirma lo siguiente:

“Hay en la vida de Jesús un hecho incontestable y que ni siquiera la crítica más radical se atreve a negar: Jesús fundó un grupo al que impartió su enseñanza como verdadero jefe y maestro”[1]

Jesús era un rabino fuera de serie que enseña con autoridad y no como los escribas y fariseos (Mc 1,22). A diferencia de los otros rabinos que eran escogidos por sus discípulos, él mismo elegía sus discípulos para un tiempo permanente; si estos lo dejaban todo por él sin duda sería porque vieron en Jesús algo extraordinario.[2] Jesús mismo ya había proyectado una comunidad misionera (Mc 6, 7-13) que pudiera transmitir su mensaje fácil e incisivo.[3]

Un asunto acuciante por resolver es si ya en vida Jesús había recibido títulos o confesiones de fe en su divinidad por no pensar únicamente que tales confesiones son de ámbito pospascual de las primeras comunidades. Los evangelios sí nos dan referencia de probables confesiones de fe, no tanto de su mesianidad estricta, pues de algún modo todas confluyen a señalar su sentido salvífico como bien apunta Schiere:

“Cuando preguntamos por confesiones prepascuales de fe en Cristo no pensamos únicamente en afirmaciones de la mesianidad de Jesús en sentido estricto, sino también en todas las restantes expresiones que, sin importar bajo qué títulos o formas, hablan de su significación salvífica”[4]

He aquí algunos referencias de los sinópticos que señalan tres realidades: confesor, ocasión y confesión: Mt 4; 11,2; Mc 1,7-8.11; 1,24; 3,11; 5,7; 8,29; 11,15; Lc 1,32-35; 2,11. Por ejemplo tomamos Mc 1,11: confesor: Dios (voz del cielo); ocasión, bautismo de Jesús; confesión: “tú eres mi hijo amado, en ti me complazco.”

Estos textos que expresan atrevidas fórmulas de confesión podrían dar la sospecha de que son confesiones pospascuales que retrotraen al Jesús terreno. Sin embargo, la fe pospascual de los discípulos sería inexplicable si ya antes de la pascua no hubiera confesiones semejantes. Aún siendo correcta esta opinión no explica la confesión mesiánica de Pedro (Mc 8, 27-30) como hecho histórico que en los últimos años se ha puesto en debate.[5] Quizá, lo más seguro en cuanto a la fe mesiánica prepascual de los discípulos, podría ser una mera interpretación transitoria de la persona de Jesús que estaría expuesta a mal entendidos.[6]

La confesión mesiánica en el sanedrían (Mc 14,61-62) donde Jesús da a entender que él es el Cristo es vértice dramático de escena literaria que intencionadamente busca anunciar la fe sin pretensión de transmitir información histórica.[7]

En resumen, es muy probable que Jesús no haya aceptado el título de Mesías como un monarca terreno según la idea de sus contemporáneos; ahora bien, si éstos hubieran tomado el concepto “Mesías” como mediador último de Dios por implantar el reino, quizá Jesús sí lo hubiera aceptado.

Contexto pospascual

El acontecimiento pascual marca un hito sin precedente en la concepción de la divinidad de Jesús por parte de sus discípulos. Aquel Maestro con quien andaban predicando el reino por los pueblos de palestina ha resucitado y se les ha aparecido, primero a Cefas, luego a los doce (1 Cor 15, 4-5). En adelante será reconocido como el Cristo y el Señor. Sin duda que el hecho mismo de la resurrección debió ser una experiencia íntima de los discípulos a quienes el Señor Jesús se hizo ver. ¿Cómo llegaron a esta fe pascual? La experiencia de pascua bien puede enmarcarse en el siguiente esquema tomando por modelo la experiencia del llamado del profeta Isaías (Is 6), a saber:

1. La percepción de una fuerza divina (Hijo, Señor, Cristo) que produce fuerte impresión óptica (Hch 9,8).

2. La inversión de los valores y normas (Flp 3, 4-8).

3. Llamado a difundir la fe (Mt 28,18-20).

No interesa tanto saber por ahora cómo los discípulos llegaron a la fe pascual cuanto que su nueva fe contuviera los elementos mencionados arriba[8]. Elemento esencial de la fe pascual es que esta no se da sin una intervención divina o revelación. Es que nadie es capaz por sí mismo de acceder al conocimiento de Dios (Mt 11,27; 16,17).

Para los discípulos ahora es una afirmación verídica que en Cristo, Dios, siempre actuaba, que Jesús tenía una relación muy íntima con el Padre, una relación muy especial y única. En adelante la fe pascual afirmará ante todo que Dios intervino a favor de Jesús resucitándolo luego de su condenación a muerte y ejecución en la cruz[9] (Hch 2, 23-24; 3, 13-15; 4,10; 5,30; 10,38-40; 13,27-30).

A este resucitado ya empezaban por asignarle títulos cristológicos sus primeros testigos como Mesías, Hijo del hombre, Señor; dado que la misma experiencia pascual encerraba la idea de que el resucitado era un ser dotado de autoridad y poder. Según Schierse el acontecimiento pascual coloca a Jesús resucitado tanto en dimensión como en calidad nuevas, a saber:

“Él es la instancia normativa para la iglesia, para las nuevas comunidades que están a punto de fundarse. Él es la instancia decisiva para el enjuiciamiento de las personas en el juicio final. Él no es sólo el representante escatológico de Dios frente al mundo, sino que además, mantiene una relación personal con Dios absolutamente peculiar”[10]

Llegados a este punto donde a Jesús resucitado ya se le es visto bajo el prisma pascual, vemos que sus discípulos con toda seguridad lo pueden proclamar abiertamente como Mesías esperado y reivindicado por Dios al resucitarlo. Es cuando cobran sentido en profundidad sus palabras que antes sus discípulos no entendían. Creemos pertinente ahora apuntar a la fidelidad de los discípulos por el mensaje de Jesús tanto antes de pascua cómo después de ella, afianzando así una tradición ya iniciado por Jesús. Al respecto nos dice Lambiasi:

“La tradición, iniciada antes de la pascua por el propio Jesús (tradición de Jesús), prosigue después de la pascua, en línea de la fidelidad, gracias a los apóstoles (tradición sobre Jesús), con lo que la experiencia pascual no pulveriza la tradición, sino que la hace “cristalizar”[11]

Esta idea bien puede ir contra aquellos que aún piensan que en merced de la pascua se “rehizo” la historia de Jesús y que con ello se predicó de Jesús tanto hechos, dichos y títulos que en vida ni dijo ni admitió.

Hasta aquí ya se ha dado un paso en la comprensión de Jesús como Cristo, el resucitado por Dios que goza de todas las prerrogativas divinas a diferencia del Jesús prepascual, aunque aún no se le menciona Dios tal cual. Esto será asunto por tratar más adelante.

Confesión de las primeras comunidades

Sin el acontecimiento de la resurrección que fue convalidación de Dios al mensaje y actividad del Jesús terreno, los discípulos y demás seguidores del ahora resucitado no hubieran recuperado la confianza ni hubieran siquiera intentado penetrar a fondo sobre la identidad de su Maestro, quedando este olvidado como uno de tantos fracasados caudillos históricos. Pero no, tanto la primitiva comunidad como las que vendrían a formarse después confesarían a Jesús como el Hijo de Dios que pasó en el mundo como un hombre mortal, pero glorificado y confesado ahora como Señor. Arduce, acerca de la confesión de la divinidad de Jesús por parte de la primitiva comunidad nos dice lo siguiente:

“Los apóstoles y la primera comunidad cristiana expresaron su fe en la divinidad de Jesucristo por medio de profesiones de fe, himnos litúrgicos y títulos mesiánicos que constituyen el primer esbozo de aquella cristología explícita que más tarde será profundizada y desarrollada especialmente por Pablo y por Juan”[12]

Sin embargo, al cristianismo de los orígenes no le fue nada fácil confesar la divinidad de Jesús mediante fórmulas de fe dado que tenía que asumir dos frentes: mundo judío y mundo greco-romano. El primero rígidamente cerrado en su monoteísmo prohibía cualquier representación de Dios y consideraba imposible que el hombre pudiera ver a Dios; además, no dejaba de causarle escándalo un susodicho Mesías que no cumplía con las expectativas mesiánicas judías y que por si fuera poco había fracasado en la cruz. Por su parte el mundo greco-romano consideraba una repugnancia el hecho de que Dios se haya hecho hombre, pues creían que entre la divinidad y la humanidad había un abismo insalvable. El cristianismo defenderá ante ambos frentes la irrupción de Dios en la historia humana en la persona de Jesús.[13]

Con acuerdo en lo dicho anteriormente ahora podemos ver cómo tanto en la vida cotidiana como en el momento del martirio la comunidad manifestaba sin ambigüedad su auténtica confesión de fe en Jesucristo Hijo de Dios. Nos valemos del libro de Hechos de los apóstoles para darnos una idea de cómo los primeros cristianos vivían su fe. Y así tenemos que, en la vida comunitaria, dada su oración los cristianos serán conocidos como los que invocan al Señor (9,14). Por su resurrección Jesús es dado a conocer como jefe y salvador para conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados (5,31). Bajo el nombre de Jesús se bautiza para obtener el perdón de los pecados (2,38). Este mismo Jesús actúa en Pedro y da la sanación al tullido (3,6;4,10). Ante el sanedrín Pedro afirma que no hay otro nombre bajo el cielo por el cual podamos ser salvados (4,12). Al carcelero, Pablo y Silas responden que para salvarse él y su familia basta con que crea en el Señor Jesús (16,31). Arduso observa que si en el Antiguo Testamento la salvación venía sobre quien invocara a Yahvé, ahora la salvación se obtiene por Jesús. Esta certeza deja en claro el reconocimiento de la divinidad de Jesucristo[14] por parte de los primeros cristianos, pero aún no le declaran Dios en su sentido estricto como al Padre.

Ahora bien, en el momento del martirio los cristianos quedaban contentos por sufrir ultrajes en el nombre de Jesucristo (5,41). El caso más emblemático que nos describe Hechos acerca del martirio es la lapidación de Esteban, quien expresa de modo claro su fe en la divinidad de Cristo al momento de su muerte: “Mirando fijamente al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios” (7,55). Si bien Jesús en la cruz al expirar se encomendó al padre, por su parte Esteban encomienda su Espíritu al Señor Jesús a la vez que pide el perdón para sus verdugos (7,59-60). La manera en que Hechos nos presenta a Jesús lleva implícitamente la conciencia de su ser divino que en documentos posteriores se afirmará categóricamente.[15]

Ahora mención especial merece el apóstol de las gentes: Pablo. ¿Quién era Jesús para Pablo o cómo lo confesaba? Primeramente aclaremos un punto que le achacan a Pablo el de haber tergiversado el mensaje de los doce con el fin de hacer él mismo una religión personal mezclando ideas de Jesús y con las propias. Nada más falso que esto. Pablo se mantiene en fidelidad a lo que él mismo ha recibido y que es lo mismo que él transmite. No inventa su propio evangelio ni transforma lo existente (Gál 1,8-10). Él lleva acabo dos actos: recibe y transmite, guardando fidelidad a la tradición: “Yo he recibido del Señor lo que a mi vez les he transmitido...” (1Cor 11,23; 15,3).

Para Pablo el creyente descubre que Cristo es el Señor gracias a la acción del Espíritu (1Cor 12,3). El señorío que Pablo adjudica a Cristo resulta por ser este el hijo del Padre a partir de su exaltación (Flp 2, 6-11). El nombre que le concede por encima de todo es el de Kyrios, en griego: Señor, siendo el primogénito de toda criatura y redentor del género humano (Col 1, 15-20); no obstante, el nombre de Dios tan sólo lo reserva al Padre. Si ciertamente el título de Señor aplicado a Cristo lo pone en igualdad con el Padre, al final, el hijo se someterá al Padre para que Dios sea todo en todos (1Cor 15,28). En todo caso el título de Señor es el preferido de Pablo para designar a Cristo (Flp 1,1-4,5), basta con ver el principio y el final de sus cartas como sus himnos tributados a Cristo.

Hasta ahora ya podemos darnos una idea de que los primeros cristianos tenían conciencia de que Aquel a quien confesaban como el Señor resucitado, por quien se consigue la salvación, gozaba de total divinidad junto al Padre, aunque todavía no se le proclamaba abiertamente como Dios en cuanto tal. Habría que esperar la evolución de la idea de Dios y hacer ajustes de términos por confesar a Jesús Dios, pero no será sino hasta llegar a Nicea.

Primeros credos

Fijemos ahora nuestra vista en los credos, en esas fórmulas de profesión de fe cristiana de las comunidades posteriores a la resurrección. Pero, no estaría de más tener en cuenta primero la importancia de la formulación de un credo antes de pasar a su contenido, o sea, a la fe en sí que profesaban las primeras comunidades. Sucede que, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el no. 85 “la comunión en la fe necesita un lenguaje común de la fe, normativo para todos y que nos una en la misma confesión de fe”. Siempre será necesario en toda sociedad humana expresar un pensamiento o una fe que regule la idea del grupo. Muchas veces se expresa esta idea mediante himnos, cantos, poemas, recitales, etc., que al ser escuchados por los miembros de un mismo grupo experimentan estos un sentido de identidad o fraternidad.

Las primeras comunidades con ocasión del bautismo debían asegurarse cuando menos que el neófito supiera expresar la fe de la Iglesia de la cual ahora formaría parte, para lo cual se preparaban sencillas síntesis de fe que expresaran lo fundamental en referencia a la Trinidad (Mt 28,19). A estas síntesis también se les llamaba credos, como dice el Catecismo: “Se llama a estas síntesis de la fe (profesiones de fe) porque resumen la fe que profesan los cristianos. Se les llama credo por razón de que en ellas la primera es normalmente: creo. Se les denomina igualmente símbolos de fe” (no. 187).

Ahora bien, respecto al contenido de las fórmulas de profesión notamos ciertas variaciones de un credo a otro pero no en sentido sustancial, pues, de alguna manera tales fórmulas expresaban la fe en la salvación del Padre por nuestro Señor Jesucristo.

Hacia el año 404 Tiranio Rufino nos transmite una fórmula de profesión supuestamente realizada por los mismo apóstoles de Jesús cuando sobre ellos descendió el Espíritu Santo en Pentecostés haciéndolos proclamar la fe que en adelante sería regula fidei de las comunidades. Sin embargo, se deja ver que tal fórmula es muy posterior dado el contenido que profesa anacrónico al tiempo apostólico. La fórmula dice así:

“A los diez días de las ascensión, estando reunidos los discípulos por miedo a los judíos, el Señor les envió el Paráclito prometido. A su venida se inflamaron como hierro candente, y, llenos del conocimiento de todas las lenguas, compusieron el credo. Pedro dijo: ‘Creo en Dios Padre todopoderoso...creador del cielo y de la tierra’. Andrés añadió: ‘Y en Jesucristo, su Hijo...nuestro único Señor’...Santiago siguió: ‘Que fue concebido por obra de Espíritu Santo..., nació de Santa María Virgen’... Juan continuó; ‘Padeció bajo el poder de Poncio Pilato..., fue crucificado, muerto y sepultado’... Tomás agregó: ‘descendió a los infiernos..., resucitó al tercer día de entre los muertos’... Santiago dijo: ‘subió a los cielos’..., Felipe continuó: ‘desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos’...Bartolomé agregó: ‘Creo en el Espíritu Santo’... Mateo repuso: ‘y en la santa Iglesia Católica..., la comunión de los santos’... Simón prosiguió: ‘el perdón de los pecados’... Tadeo dijo: ‘la resurrección de la carne’... Matías añadió: ‘la vida eterna’”[16]

Este credo bajo el ropaje apostólico tomó aceptación hasta bien entrada la edad media. Sin embargo, su primera y seria refutación la encontramos en el Concilio de Florencia (1453-1445) con ocasión de unir las iglesias de oriente y occidente. Mientras los padres latinos se apoyaban en el credo de los apóstoles, los griegos dijeron desconocer tal credo, pues, si hubiera existido los mismos hechos hablarían de él.[17]

Posteriormente fueron existiendo dudas sobre la autoría del tal credo por los mismos apóstoles en la época del Nuevo Testamento. En la producción de la era apostólica no se halla ni una cita respecto a este credo. Si la iglesia hubiera tenido una fórmula así lo hubiera conservado puesto que su autoridad sería inmensa.[18] Y para acentuar más la duda acerca de la datación de este credo desde la época neotestamentaria y de su autoría por parte de los apóstoles tengamos en cuenta las palabras de Kelly:

“Se decía, finalmente que sería un grave anacronismo el remontar credos y fórmulas fijas hasta los comienzos mismos de la Iglesia. La fe misma no había alcanzado el nivel de desarrollo que se cristaliza en un credo, y la verdadera noción de definiciones estereotipadas todavía no había hecho su aparición”[19]

La idea anterior que aduce Kelly parece muy lógica. Los cristianos de los cuatro primeros siglos debieron madurar su fe y su idea de Dios al entrar en contacto con la cultura greco-romana a la vez que iban tomando distancia paulatinas de los judíos hebreos. Ni los mismo apóstoles tenían idea de lo que más adelante se formularía en Nicea.

Llegados a este punto falta por ver si la Iglesia apostólica tuvo una profesión oficial de fe fijada textualmente. Dodd, citado por Kelly, habiendo estudiado las cartas paulinas y los discursos insertos en los primeros capítulos de Hechos, llega a delinear los rasgos de la fe predicada de la Iglesia de las primeras décadas que siguieron a la resurrección. Así, arroja el siguiente dato:

“El núcleo de esa predicación consistió en proclamar que Jesús de Nazaret, del linaje de David, vino como hijo de Dios y Mesías; se afirmaba que realizó acciones prodigiosas y dio una nueva doctrina o ley con toda autoridad; se proclamaba también que fue crucificado, muerto y sepultado, que resucitó al tercer día y fue exaltado a la derecha de Dios, victorioso sobre los principados y potestades, y que volverá para juzgar a vivos y muertos.[20]

Otras fórmulas sencillas de una sola cláusula cristológica abundan en el Nuevo Testamento que redundan en proclamar que Jesús es Señor, por ejemplo: Nadie puede decir Jesús es Señor si no está movido por el Espíritu Santo (1Cor 12, 3b). Porque si proclamas con tu boca que Jesús es el Señor y crees con tu corazón que Dios lo ha resucitado de entre los muertos, te salvarás (Rom 10,9). Mucho se repite que el bautismo se hace en nombre del Señor Jesús (Hch 8,16; 19,5; 1Cor 6,11). Pablo habla que toda lengua confiese que Jesús es Señor (Flp 2,11).

Otras fórmulas que proclaman a Jesús como el Mesías: Pedro le respondió: “Tú eres el Mesías” (Mc 8,29). Todo el que confiese que Jesús en el hijo de Dios, Dios habita en él y él en Dios (1Jn 4,15).

En el Nuevo Testamento también encontramos fórmulas de fe más amplias y detalladas. En 1Cor 15, 3-8 Pablo nos habla de la fe que ha recibido y que es la misma que transmite:

“Porque yo les transmití, en primer ligar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, y que fue sepultado; que resucitó al tercer día según las Escrituras, y que se apareció a pedro y luego a los Doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos... Y después de todos se me apareció a mi...”

Tenemos el pasaje (1Pe 3, 18-22) que es libre en su expresión. Da la impresión de ser un comentario de instrucción bautismal: porque Cristo murió por los pecados. No pasemos por alto una observación interesante por cuanto a los enunciados de las profesiones, los hay de dos tipos: bimembres y trimembres, los primeros van referidos a la confesión del padre y del hijo simultáneamente, mientras que los segundos van referidos a la Trinidad, desde luego que aún no entendidos como lo será más tarde en Constantinopla (381) y Calcedonia (451).

He aquí un ejemplo de enunciado bimembre: Que Dios nuestro Padre, y Jesús nuestro Señor, guíen nuestros pasos hacia ustedes (1Tes 3,11). Otros que tuvieron carácter de estereotipo en las comunidades son: Rom 15,5; 2Cor 1,3; 11,31; Ef 1,3; 1Pe 1,3. Ejemplos de enunciados trimembres son: La gracia de Jesucristo el Señor, el amor de Dios (Padre) y la comunión en el Espíritu Santo esté con ustedes (2Co 13,14). Otros pasajes son: Mt 28,19 donde el Señor envía sus discípulos a bautizar bajo la fórmula trinitaria, y 1Cor 6,11; 12,4; 2Cor 1,21s; 1Tes 5,18s). Estas fórmulas de confesión trinitarias en su modelo incipiente serán dominante en los credos posteriores, lo cual indica que esta confesión ya estaba en ciernes en la doctrina tradicional cristiana, aunque no en un lenguaje técnico pero sí en lo fundamental: la fe salvadora en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

PARTE DOGMÁTICA

Primeras herejías

En los primeros siglos de nuestra era, el cristianismo fue permeando la sociedad del imperio romano en su franca oposición a las costumbres idólatras de los paganos y frente a pensamientos tan divergentes como poco proclives a la fe cristiana, pese a las persecuciones por parte del Estado romano que tuvieron su fin con la paz constantiniana en el año 313. No es nuestro objetivo abarcar todo el contexto de los primeros siglos de nuestra era, pero sí nos focalizaremos en tratar el pensamiento herético que, aunque arriesgaba desviar la fe apostólica, contribuyó enormemente a formular la confesión de fe por cuanto toca al reconocimiento de Jesús como Dios, quien comparte la misma sustancia divina (homoousios) con del Padre. Pero para llegar a esta confesión un largo y sinuoso camino habría por recorrer.

Serán dos tendencias que entre los siglos II y IV oscilarán entre las antípodas de la humanidad y la divinidad de Jesús: 1) los judeocristianos, que acentúan la humanidad de Jesús; y 2) los docetistas y gnósticos, que acentúan la divinidad de Jesús.

La tendencia judeocristiana en aras de defender su fe monoteísta pugnará por un adopcionismo que considera al hombre Jesús de Nazaret adoptado como Hijo de Dios en el bautismo o en la resurrección. Dentro de esta tendencia se enmarcan las siguientes corrientes:

1. Ebionismo: del s. II. Decían que en el momento del bautismo de Jesús sobre él descendió el Espíritu Santo, y sólo así, y a través de él se habría manifestado Dios. Jesús queda como un simple hombre a quien Dios le confió una misión. La conexión hombre-Dios se da en virtud de una adopción. Los ebionitas así pensaban salvaguardar el monoteísmo bíblico.[21] Scherse aduce que, según los ebionitas, Dios se complació en Jesús dados los méritos que este aportó siendo en adelante un mero ejemplo para la comunidad en la vivencia de la ley. Seguramente rechazan a Pablo por relativizar la ley:

“Según la cristología ebionita, Jesús fue adoptado como Hijo de Dios porque se habría hecho merecedor de esta dignidad a causa de su extraordinaria santidad y de su fidelidad a la ley. De esta manera, el Hijo de Dios Jesús puede servir de ejemplo a una comunidad que continúa considerando la estricta observancia de la ley judía como necesaria para la salvación y ve al apóstol Pablo como un enemigo”[22]

2. Monarquianismo dinámico: del s. III por Teódoto Curtidor y Pablo de Samosata que fueron condenados en el sínodo de Antioquía (268), pues afirmaban que Cristo es un hombre normal en quien habitó la Palabra eterna al modo en que el templo es morada de Dios. Destacaban la unidad y unicidad de Dios Padre, por lo tanto, Dios puede estar en Jesús bajo la forma de dynamis[23]. Es decir, el Padre llevaría a cabo la redención sirviéndose del cuerpo de Jesús.

3. Fotinianos: Del s. IV. Por Fotino de Sirmio que enseñó un adopcionismo radical consistente en que Jesús estuvo externamente unido al Logos en recompensa a su méritos y a su acrisolada obediencia. Se les llamó también homuncionistas[24].

4. Cerinto: San Irineo hacía mención de un cierto Cerinto quien afirmaba que Jesús era hijo natural de María y José, que sobresalió entre todos los hombres en prudencia y sabiduría. Al momento de su bautismo en el Jordán descendió sobre él en forma de paloma un principio divino llamado Cristo, quien le abandonó al momento de su pasión.[25] En la cruz tan sólo padeció el Jesús terreno, no el principio divino.

De este modo la confesión en Jesús quedaba enmarcada en el monoteísmo cerrado y judaizante. Se acentuó lo humano sobre lo divino, pues consideraban a Dios solamente uno.

Si la tendencia judeocristiana tomó por bandera de lucha el adopcionismo acentuando la humanidad de Jesús, habrá la otra tendencia que acentuará la divinidad de Jesús por su rechazo a la materia por considerarla corrupta. Esta tendencia proviene del paganismo platónico. Sobresalen las corrientes: docetismo y gonosticismo.

1. Docetismo: La realidad corporal o material en Jesús no es más que una máscara detrás de la cual se haya el ser divino. Jesús sufrió su pasión sólo en apariencia ya que para este pensamiento es repugnante que Dios pueda padecer. Jesús no asumió un cuerpo dado que nada material puede ser salvado dada su naturaleza corrupta.

“Docetismo es la denominación colectiva de falsas doctrinas que negaron de diversas maneras la verdad de la humanidad de Jesús y afirmaron que el redentor celeste tuvo sólo un cuerpo aparente (dokein=aparecer)”[26]

2. Gnosticismo: Es otro pensamiento platonizante por dualizar la realidad en lo espiritual y lo material; el primero de mayor dignidad, el segundo de grado inferior y corrupto. Así, su idea de la trascendencia de Dios era tan fundamental que consideraban repugnante que pudiera unirse a lo material y corporal. Mediante la especulación mental buscan liberarse de la materia sin considerar esta como buena y querida por Dios. Al respecto Müller nos dice que:

“La visión fundamental de la gnosis se apoya en la contraposición dualista entre un mundo espiritual y divino por un lado, y el mundo material inferior, el mundo de acá por el otro. El hombre puede escapar a este mundo material inferior y malo si mediante un movimiento del conocimiento especulativo (gnosis) se libera de sus ataduras materiales y vuelve a explorar y tantear sus orígenes espirituales trascendentales en la esfera de lo divino. Ahora bien, esta autoliberación por el conocimiento es un postura radicalmente contraria a la concepción cristiana, que atribuye exclusivamente a Dios la acción liberadora y enseña que el mundo material y sensible es bueno y que, por tanto, Dios puede estar presente también en la realidad del hombre Jesús”[27]

3. Valentinianos: Del s. II, por Valentín, teólogo y platonizante. Su doctrina es una amalgama de docetismo y gnosticismo, pues dice que Jesús es pura apariencia y su muerte fue aparente (docetismo) y que la misión del hombre es liberarse de la materia corrupta (gnosticismo). La redención de Cristo queda reducida a la de un simple mediador más entre Dios y los hombres.[28]

4. Marcionismo: Del s. II, por Marción, quien contraponía al Dios justiciero del Antiguo Testamento el Dios misericordioso del Nuevo Testamento. Afirmaba que Cristo presentaba un cuerpo aparente. En la cruz y resurrección liberó la humanidad del Dios vengativo del A.T. De la creación frustrada y la materia malvada se puede uno liberar mediante el bautismo y fuerte ascesis.[29]

Así, el docetismo y el gnosticismo son la versión griega de Dios de quien no pueden predicar ni la corporeidad ni los padecimientos humanos: nacer, sufrir, morir, etc. Era inconcebible para el mundo griego que Dios se mezclara con el hombre, por considerarlos en dos realidades tan distintas como incomunicables.

Hacia el s. III se presentarán algunas corrientes heréticas que buscarán suavizar las posturas extremas de las tendencias antes mencionadas que tendrán su culmen en el arrianismo, a saber, el monarquianismo y el subordinacionaimo.

1. Monarquianismo: No hay más que un solo Dios: el Padre. Ni el Hijo ni el Espíritu Santo son considerados propiamente como Dios. Noeto es el más conocido monarquiano. Su pensamiento lo conocemos por san Hipólito. Noeto afirmaba la necesidad de confesar que Dios es uno solo, el que sufrió la pasión: Cristo, siendo el mismo que el Padre para poder salvarnos.[30]

Aquí se halla en ciernes la herejía del patripasionismo (que afirmaba que el Padre se encarnó y murió en la cruz) y del modalismo que enseña que tanto el Padre como el Hijo, y más tarde el Espíritu Santo son modos de manifestación de la misma divinidad; es decir, el Padre es un modo y sólo bajo el otro modo que es el Hijo, Dios habría padecido la pasión. Este modalismo también será conocido como sabelianismo por tener en Sabelio a su autor.[31]

2. Subordinacionismo: Esta corriente le niega el ser de Dios a Jesús por considerarlo una criatura subordinada al Padre. El Logos se une a Jesús para ser mediador de la trascendencia divina, pero la mediación de Jesús no es plena ni comunica a Dios con los hombres por el simple hecho de ser criatura y no Dios en sentido pleno.

Ejemplo claro de corriente subordinacionista es la herejía del arrianismo que tiene en Arrio (256-336) a su autor, pues consideraba al Hijo (Logos encarnado) una criatura intermedia que no logra profundizar en su totalidad la divinidad del Padre. Según Schierse:

“El arrianismo es un subordinacionismo; afirma que el Logos está sometido esencialmente a Dios. Así, era imposible que Cristo, el Logos encarnado, fuera realmente Hijo de Dios con igualdad de ser. A lo sumo, podría decirse de él que era la criatura suprema, la que media entre el creador y el mundo. Como dice Arrio: Dios mismo es inexpresable para todos y en todos se incluye también al Hijo, al Logos. Porque el Padre es para sí mismo lo que es; es decir, es indecible, de forma que el Hijo es incapaz de pronunciar ninguna de las afirmaciones que comprenden el ser de Dios. Porque es imposible para él investigar al Padre tal cual es en sí mismo. (De su obra Thalia=el banquete).[32]

Padres apologistas

Los padres apologistas serán aquellos que harán frente al pensamiento herético de los siglos II y III echando mano del lenguaje helénico. Serán ellos quienes tendrán la ardua tarea de inculturar el mensaje cristiano en el mundo greco-romano. Defenderán a toda costa, aunque en modo no perfecto del todo, en cuanto a precisiones terminológicas, la encarnación del Hijo (contra docetas), la redención del cuerpo (contra gnósticos), la identidad y distinción del Hijo respeto al Padre (contra modalistas) y la consubstancialidad del Hijo y el Padre (contra subordinacionistas). Estos apologistas de algún modo tendrán resonancia en la formulación del credo de Nicea (325) que destaca que Jesucristo es Dios verdadero y consubstancial con el Padre.

San Ignacio de Antioquía: Combatirá encarnizadamente a los docetas y gnósticos en el s. I y II quienes profesaban que Jesús sólo tuvo cuerpo aparente y su pasión fue sólo aparente:
“Porque todo eso lo sufrió el Señor por nosotros a fin de que nos salvemos; y lo sufrió verdaderamente, así como verdaderamente se resucitó a sí mismo, no según dicen algunos infieles, que sólo sufrió en apariencia. ¡Ellos sí que son la pura apariencia! Y, según como piensan, así les sucederá, que se queden en entes incorpóreos y fantasmales. Yo, por mi parte, sé muy bien sabido, y en ello pongo mi fe, que, después de su resurrección, permaneció el Señor en su carne. (Carta a los esmirniotas, II-III,1).

San Ignacio tiene la virtud de no haber predicado sólo de modo teórico el sufrimiento carnal de Jesús, sino que con su propia vida al momento de ser martirizado se unió a los sufrimientos de nuestro Señor ¡Qué prueba más clara podía dar a sus detractores!

“Ahora bien, si como dicen algunos, gentes sin Dios, quiero decir, sin fe, sólo en apariencia sufrió -¡y ellos sí que son pura apariencia!- ¿a qué estoy yo encadenado? ¿a que estoy anhelando luchar con las fieras? Luego, de balde voy a morir. Luego, falso testimonio doy contra el Señor” (Carta a los tralianos, IX-X).

Para san Ignacio el hecho de que Jesús haya padecido verdaderamente en un cuerpo humano no era tanto un problema teórico cuanto existencial. Él no quería existir sólo en apariencia y ser condenado cual demonio incorpóreo. Dispuesto estaba a padecer y ser destrozado por las fieras con el fin de alcanzar la verdadera vida de la resurrección.[33]

Un precedente de condena a quienes negaran la realidad humano-corpórea de Jesús (docetas) ya lo encontramos en las cartas joánicas: En esto conocerán que poseen el Espíritu de Dios: si reconocen que Jesucristo es verdaderamente hombre, pertenecen a Dios (1 Jn 4,2). Ahora han surgido en el mundo muchos seductores, los cuales no reconocen que Jesucristo es verdaderamente hombre. Entre ellos se encuentra el seductor y el anticristo (2 Jn 7). El evangelio de Juan: y el verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14).

San Justino: Este mártir del s. II tuvo formación griega y conoció la filosofía estoica y platónica de su tiempo. Fue el teólogo del Logos (Verbo de Dios). Según él, este Logos a modos de semillas del verbo parcialmente ha sido comunicado a los filósofos y hombres justos, pero estos hombres se han equivocado en cosas básicas y se han contradicho por no poseer en plenitud la revelación, pues sólo en la encarnación hallamos al Verbo (Logos) plenamente comunicado. Aún tratándose de una cristología primitiva, san Justino reconoce la divinidad de Cristo y su adoración en la carne.[34]

De que en san Justino se ve una cristología incipiente, Müller dará mayor razón de ello al no ver claro si este Logos es de la misma esencia que el Padre (Logos endiathetos) o si sólo pertenece a Dios como la palabra que en la creación salió de él (Logos proforikos).[35]

Al parecer san Justino enseña una subordinación funcional del Hijo hecho hombre, aunque no del Logos bajo el Padre. A este subordinacionismo histórico salvífico recurrirán los arrianos interpretándolo en sentido esencialista[36] por presentar al Hijo menor que el Padre.
San Irineo de Lyon: Intenta rescatar el valor de la materia contra la tendencia gnostico-doceta=platonizante-espiritualizante. El hijo es carne e historia, mediante su encarnación recapituló en sí la historia de los hombres y así nos ha concedido la salvación:

“La Palabra, que está en el principio en Dios, por medio de la que todo fue hecho y que estuvo constantemente al lado de los hombres en todos los tiempos, esta Palabra se unió con su criatura al final de los tiempos y se hizo hombre mortal... Mediante su encarnación ha restaurado y recapitulado en sí mismo toda la historia de los hombres y en esa recapitulación nos ha regalado la salvación” (Adversus haereses III, 18,1).

El sentido salvífico de la encarnación se resume en su sentencia: Sólo es salvado lo que es asumido. El Hijo de Dios se ha hecho carne para que participáramos de su incorruptibilidad. Dos principios sotereológicos que él ha hecho clásicos[37] son: 1) El intercambio: él se hizo hombre para divinizarnos. El Hijo de Dios se hizo hombre para que los hombres nos hiciésemos hijos de Dios. 2) La recapitulación: si el hombre pecó por su desobediencia al Padre, por lo que ganó la muerte, Cristo acepta la muerte por obediencia al Padre para darnos la vida.

San Irineo pone por condición la verdadera carne de Cristo por la cual sólo es posible la verdadera muerte y resurrección de Cristo, de lo contrario ni somos salvos ni resucitaremos.
San Hipólito de Roma: centra su teología en la doctrina del Verbo. Según él, el Verbo tuvo tres estadios: primero, en el seno del Padre aún no pronunciado; segundo, es pronunciado en la creación cuando el Padre creó por él, de este modo se manifestó al mundo; y tercero, se mostró por la encarnación.[38]

San Hipólito parece afirmar antes de la encarnación un Verbo aún no manifestado como Hijo, argumento que será fácilmente interpretado por los arrianos a su manera por presentar al Hijo como criatura. Pero no es que el Hijo antes de encarnarse no existiera, sólo que no se había manifestado como Hijo, sino como Verbo del Padre, atendiendo a la economía divina.
Clemente de Alejandría: sostiene que la existencia del Logos es reconocible en tres estadios: 1) como intelecto de Dios, no distinto de él que contiene sus ideas; 2) el Logos procedente de Dios, demiurgo principio de todo lo creado en cuanto contiene todas las ideas y pensamientos de Dios; 3) el Logos inmanente en el mundo, es ley y armonía, unificador y administrador de todo. Clemente afirma categóricamente que este Logos es Cristo y Dios:

“En cuanto Palabra es maestro y deber ser escuchado. Esta identidad entre el Logos y Cristo puede explicarse sólo por la encarnación. Clemente presupone la encarnación histórica, en la carne terrestre, como el último estadio de varias “encarnaciones” anteriores por las que el Logos se ha manifestado”[39]

Este Logos encarnado revela al Padre pues siendo su imagen invisible es mediador entre el creador y lo creado. Su naturaleza humana es tan real como su naturaleza divina, como sus manifestaciones precedentes.

Tertuliano: Con este pensador cristiano la ontología se abrirá espacio. Inventará un vocabulario cristológico que será usado en el futuras controversias. Sostiene que en Jesucristo se dan dos naturalezas o sustancias, completas y perfectas, la humana y la del Logos unida al Padre por esencia desde la eternidad. Esta doble naturaleza se une en una sola persona (prosopon=figura externa). El Padre posee la plenitud de la sustancia y el Hijo participa de ella.

Tertuliano elabora la fórmula dogmática: una sola sustancia en tres personas, distintas pero no separadas. Persona es individualidad, por lo que deja claro que Jesús es una persona distinta del Padre.

Orígenes: Presenta una filosofía neoplatónica. A él se debe la generación eterna del Hijo por el Padre, contra posturas adopcionistas y modalistas. Afirma la plena y real filiación de Jesucristo respecto al Padre, la verdadera encarnación así como su pasión, muerte y resurrección. No es que el Hijo se hubiese separado del Padre para adquirir existencia autónoma, ni que el Hijo empezara a existir cuando el Padre lo quiso por su voluntad, sino que la generación es eterna. El Hijo es coeterno al Padre y participa de todos los atributos divinos al igual que el Padre.[40] Su pensamiento sotereológico dice que el hombre no habría sido enteramente redimido si Cristo no hubiera asumido al hombre entero. Se pasa por alto la salvación del cuerpo humano cuando se declara que el cuerpo del redentor es puramente espiritual.[41]

No obstante su defensa del cuerpo, como buen neoplatónico daba por supuesto la preexistencia de las almas, incluida la de Cristo. Parece entonces no hacerse hombre, sino tan sólo sucede una añadidura de un cuerpo humano a la unión Logos-alma ya preexistente. Así la asunción del cuerpo es sólo un cierto descenso del alma. Esto nos recuerda el gnosticismo y el docetismo.[42]

Atanasio: Lo que le interesaba en el fondo era dejar bien en claro la salvación del hombre. Fue el contrincante de Arrio y su doctrina en Nicea. Consideraba que la salvación del hombre sólo es posible si el Hijo encarnado es Dios, uno con el Padre. Por lo tanto eterno e inmortal. Tan sólo así podía rescatar al hombre de la corrupción. Su pensamiento contribuyó enormemente a la elaboración del credo niceno en el cual se reconoce el ser divino de Jesucristo, su consubstancialidad (homoousios) con el Padre y su ser hombre:

“Creemos... en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no hecho, consubstancial (homoousios) al Padre, por quien todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió y se encarnó, se hizo hombre”.[43]

Hasta aquí hemos visto el pensamiento ortodoxo de los padres apologistas que buscan enfatizar, aunque no del todo correcto, primero, la divinidad del Logos (Verbo encarnando); segundo, la asunción de un cuerpo real por parte del Logos; y tercero, que Jesucristo es Dios verdadero, que se hizo hombre y que comparte la misma sustancia divina con el Padre.

Por lo que a nuestro estudio compete, nos limitaremos en la siguiente parte a revisar la controversia nicena donde se declara a Jesucristo como Dios, aunque sigan problemas cristológicos aún sin resolver hasta Calcedonia (451) donde verán su solución. Tan sólo nos interesa por ahora llegar a la confesión de Jesucristo: Dios verdadero, en Nicea.

Controversia en Nicea

Si recordamos lo dicho en un principio, los credos eran locales y de carácter bautismal, sus fórmulas eran sencillas expresiones de fe: creer en nuestro Señor Jesucristo, en Dios Padre y en el Espíritu Santo (Mt 28,19). Entrados ahora en el s. IV, el motivo principal de la formulación de un credo era la testificación de la ortodoxia de la fe y su estructuración responde a tal objetivo. Este primer paso se da en Nicea. El credo de Nicea fue la primera fórmula de fe que publicó un concilio ecuménico, por consiguiente, fue la primera que podía presentarse con la pretensión de gozar de valor universal en sentido legal.[44]

Dada la controversia abierta por los arrianos en defender que el Hijo era una criatura respecto a Dios Padre y que no se le podía llamar propiamente Dios junto con el Padre, el emperador Constantino convoca a un concilio llevado a cabo en Nicea. La sesión de apertura tuvo lugar el 20 de mayo de 325. Al emperador le urgía mantener la unidad de su imperio y deseaba la redacción de un credo que dejara contentos tanto a arrianos como a ortodoxos, pero sin duda que también a los obispos les interesaba por el bien de la Iglesia concretar una sola declaración de fe.[45]

Un término que se introdujo en el credo es el de homoousios (consustancial o de la misma naturaleza) con el cual el concilio afirmaba la plena divinidad del Hijo. El término entrañaba la identidad de sustancia entre el Padre y el Hijo. Los arrianos no tenían reparo en aceptarlo, pero lo entendían en sentido material, significando así la división de sustancia entre el Padre y el Hijo.[46] El término hallaría fuertes ambigüedades en arrianos y otras tendencias por las siguientes razones:[47]

1. Por entrañar una concepción materialista de la divinidad. El Padre y el Hijo serían partes de una sustancia concreta.

2. Siendo el Padre y el Hijo de la misma sustancia no quedaba lejos el sabelianismo.

3. Tanto el término homoousios y la expresión: de la sustancia del Padre, no se hallaba en la Sagrada Escritura.

Dado que el objetivo principal de los redactores del credo niceno fue rechazar para siempre la herejía arriana que ponía en el centro de su pensamiento la negación de la divinidad eterna del Hijo junto al Padre, no nos detendremos en más detalles, sino que iremos de frente a la controversia presentando de modo sintético tanto el pensamiento de Arrio como el de Nicea terminando con la formulación final del credo en el cual se declara la divinidad eterna del Hijo con el Padre. Tomaremos por guía la controversia presentada por Müller (Dogmática, pp. 332-336):
Arrio: Influido por el gnosticismo y el neoplatonismo desarrolló un pensamiento que socavaba los cimientos de la fe en Cristo desde un doble punto de vista:

Negaba la filiación eterna divina del Logos y su igualdad esencial con el Padre. Sólo en sentido derivado le atribuía el título de Hijo de Dios.

Negaba la existencia del alma humana de Cristo. El Logos, la criatura más noble y suprema de Dios sólo asumió un cuerpo humano.

El objetivo de Arrio: preservar el monoteísmo y presentar al Logos como mediador entre Dios y el mundo. Para ello recurre a concepciones neoplatónicas:

1. Lo protooriginario no engendrado es el Uno absoluto como protoprincipio de todo. De él sale, en primer lugar, el Logos=la razón, el cual hubo un tiempo en que no fue. La convicción de Arrio descansa en la trascendencia y perfección absoluta de la divinidad. Dios es único, no hay otro fuera de él en sentido estricto del término. La sustancia del Dios único es incomunicable, lo contrario supondría su ser divisible y sujeto a cambio.[48]

2. El Logos se haya bajo la luz del protoprincipio ingénito, así, de algún modo es divino, pero como principio generado no puede ser esencialmente uno con la protooriginaria unidad divina. Antes de ser engendrado no existía.

3. El Hijo solo existe con la creación y se entiende en orden a ella. No forma parte de la autorrealización de Dios. Es criatura creada por Dios. Ha sido hecho de la nada.
Interpreta como un subordinacionismo pasajes como Mc 13,22 donde el Hijo del hombre no conoce el día del juicio; y Jn 14,28 donde se presenta al Padre como mayor al Hijo.

Nicea

El concilio de Nicea (325) rechazó la doctrina de Arrio y el subordinacionismo cuando definió la igualdad esencial del Padre y del Hijo. Enunciados centrales son:

1. El Hijo no es una criatura. A los que afirman: hubo un tiempo en que no fue y que antes de ser engendrado no fue, y que fue hecho de la nada, o si dicen que es de otra hipóstasis o sustancia, o que el Hijo sea cambiable o mudable, los anatematiza la Iglesia Católica. Los arrianos entendían el enunciado engendrado por el Padre como un acto creador por Dios sacando al Hijo de la nada. Nicea afirmará que el Hijo es engendrado de la misma sustancia del Padre y que es en todo de la esencia divina.

2. El Hijo eterno procede del Padre por generación. “Generación” se entiende de modo analógico, pues indica la procedencia del Hijo respecto al Padre, muy distinta de la producción de esencias finitas por Dios en la creación. La esencia de Dios existe en el Padre como ingénita y en Hijo como unigénita, relacionalidad que es parte de la esencia divina. Los arrianos entendían el término engendrado como equivalente a creado. Nicea responderá con la doctrina de Orígenes sobre la generación eterna del Hijo:

“ La divinidad nunca existió sin su Verbo o sin su Sabiduría; de la misma manera hay que afirmar que el Padre siempre fue Padre, no habiendo existido nunca sin su Hijo. Por tanto, el Hijo y el Padre tienen que haber coexistido desde la eternidad, engendrado el Padre al Hijo eternamente”[49]

3. En la diferencia relacional entre el Hijo y el Padre existe una unidad esencial de la realidad óntica, numéricamente una, de Dios. Por lo tanto, el Hijo es de la misma sustancia (ousia) que el Padre. Es Dios de Dios.

Buscando poner fin al pensamiento arriano en su ideas fundamentales, el credo de Nicea quedará del siguiente modo:

“Creemos
- en un solo Dios Padre omnipotente,
- y en un solo Señor, Jesucristo, Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consustancial al padre, por quien todas las cosas fueron hechas...
- y en el espíritu Santo.

En Nicea aún no se expresa la diferencia conceptual entre ousia y las hypostasis (subsistencias o personas) como portadoras personales de la vida divina. Por ello no pudo ofrecer una solución definitiva al arrianismo, sino que fue un primer episodio de varios enfrentamientos subsiguientes con la herejía arriana. Además, quedarán otros problemas sin resolver que serán tema de discusión en posteriores concilios: ¿Qué relación existe entre el Hijo eterno (Logos) y el hombre Jesús de Nazaret? ¿Arriesgaba quedar anulada la dimensión humana de Jesús ante su dimensión divina (Logos)?.

IMPLICACIONES PASTORALES

“Y la palabra se hizo carne y habitó entre nosotros; y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. En efecto, de su plenitud todos nosotros hemos recibido gracia en abundancia. A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, que es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer.” (Jn 1,14.16.18)

Esta cita bíblica perteneciente al prólogo del evangelio de Juan nos habla ya de un preclaro testimonio de confesión en la divinidad de Jesús por parte de la comunidad joánica hacia el final del s. I. Este Jesús es confesado como Palabra eterna encarnada, que habita en seno del Padre, el cual nos lo ha dado a conocer. Solamente es posible hablar así de Jesús teniendo en cuenta su carácter divino. En adelante la idea de Dios irá evolucionando hasta que en Nicea se proclame a ese Jesús terreno e histórico plenamente Dios, consubstancial al Padre.

Vamos a detenernos ahora en las implicaciones pastorales que se siguen de la confesión de Jesucristo Dios. Estas implicaciones pastorales las enfocaremos desde el seguimiento que es el modo de vida de los cristianos/as, de quienes confiesan a Jesús como Dios y salvador. Las implicaciones para nosotros los creyentes en Cristo podrían ser las siguientes:

1. Dios asume la condición humana: dada esta asunción, Dios comparte nuestra historia y nuestras experiencias; que entre éxitos, alegrías y fracasos entregó su vida por una causa. Este Jesús en todo igual a nosotros menos en el pecado, en quien habita la plenitud de Dios, es el modelo único de nuestro seguimiento.[50]

2. Jesús histórico, modelo de nuestro seguimiento: su modelo nos salva de un cristianismo idealista de valores abstractos, ajeno a la experiencia histórica. Nos libra de la tentación de adaptar a Jesús a nuestra imagen, a nuestras ideologías e intereses.[51]

3. En Jesús se nos revela el Dios verdadero: es decir, poderoso, pero también pobre y sufriente; absoluto, pero protagonista de una historia humana siendo cercano a cada persona.[52]

4. Crítica social: este Dios hecho hombre vivió para el reino, para el servicio del hombre y su mensaje entrañaba una vertiente de crítica social que le acarreará conflictos y malos entendidos con las autoridades civiles y religiosas, quienes lo condenarán por agitador y blasfemo.[53]

5. Kénosis (Flp 2, 6-7) = pobreza radical: Jesús siendo de categoría divina se despojó de sí pasando como uno de tantos. Esta kénosis le permitió a Jesús liberar a los pobres y declarar bienaventurados los pobres y a los más pequeños, pues él mismo fue un pobre que vivió las bienaventuranzas.[54]

6. En Jesús conocemos los designios de Dios: “El que me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14,9). En Jesús conocemos los criterios de Dios: misericordia, búsqueda de la oveja perdida, predilección por los pequeños, tendencia personalizante, actitud misionera por encontrar lo que estaba perdido.[55]

7. Práctica de la justicia: desde el seguimiento de Cristo se busca que la justicia sea cada vez más humana y más eficaz bajo el talante de las bienaventuranzas, con entrañas de misericordia y buscando la reconciliación. Esta justicia va contra toda pobreza que lesiona la dignidad y contra todo proceso de empobrecimiento; además, exige una esperanza indestructible en la venida del reino, aún contra toda desesperanza. Una justicia así motiva a acercar el reino de Dios, como realidad social estructural, y la creación del hombre nuevo.[56]

8. Un seguimiento hasta el martirio: El seguimiento de Jesús implica aceptar su trascendencia. En efecto, no seguimos a un mero hombre terrenal, sino a un hombre que es Dios, y este seguimiento alcanza su culmen en el martirio, que es evidente dada la abundante realidad martirial y testimonial existente de modo especial en los pobres. Este martirio evidencia la fe en Jesús, en el Dios de Jesús, en el reino de Dios y en el Dios del reino que quiere para los hombres la salvación, la vida, la liberación de toda alienación o esclavitud.[57]

La confesión de la divinidad de Cristo sólo será real y no tanto un simple saber de Cristo, en el humilde e incondicional seguimiento de Jesús, en donde se aprende desde dentro que Dios se ha acercado incondicionalmente en Jesús y qué Dios se nos ha prometido incondicionalmente en Jesús; que es verdadero Dios y que en Jesús se ha manifestado el Dios verdadero.[58]

Conclusión


Afirmaciones centrales del credo de Nicea son:

1. El Hijo es engendrado eternamente por el Padre, no creado en la temporalidad.
2. El Hijo es consubstancial al Padre (homoousios), comparten la misma sustancia.
3. El Hijo es Dios verdadero al ser de igual sustancia que el Padre.
4. El Hijo no es criatura intermedia entre Dios y el hombre.

El símbolo niceno afirma positivamente la unidad e identidad intrínseca del Padre y el Hijo; por el contrario, condena al arrianismo con sus tesis: temporalidad del Logos, su creación ex nihil, su mutabilidad y progreso evolutivo.

Con su fórmula de fe Nicea buscó afirmar lo contrario al arrianismo, doctrina que, dio pie para llegar a una confesión conceptual de fe ortodoxa que uniera la Iglesia.

La historia del Jesús terreno es la misma historia de Dios en el mundo, de tal modo que, nuestra historia recobra su dignidad perdida al haberse hecho presente en el tiempo Dios eterno. Lo creado, la materia, la historia, el tiempo, el hombre ya no son ajenos al ser mismo de Dios a partir de Jesús. En síntesis:

1. Hacia el s. IV arrio negaba la divinidad de Jesucristo bajo el razonamiento siguiente: Cristo en un compuesto de Logos y carne (no el hombre). Quien padece en la cruz es el Logos, por lo tanto, el Logos no puede ser Dios, pues supondría mutabilidad y pasibilidad de Dios. Consecuencia: Cristo no es Dios. Contra esta afirmación Nicea formula la primera definición dogmática.

2. Nicea afirma la divinidad del Logos. Dios no sólo es el Padre, sino que el Logos también es Dios, aunque todavía no se precisa cuál es la relación Logos-Jesús que será materia de controversia hasta la formulación del credo de Calcedonia (451) donde se declara la unión hipostática de la doble naturaleza divina y humana en una sola persona: Jesucristo.

Bibliografía

· ARDUSO Franco. La divinidad de Jesús. Sal Terrae (Santander 1981) 183 p.
· GALILEA Segundo. Religiosidad popular y pastoral. Cristiandad (Madrid 1979) 327 p.
· GONZÁLEZ Carlos Ignacio. El desarrollo dogmático en los concilios cristológicos. CELAM (México 1993) 693 p.
· KELLY J.N.D Primitivos credos cristianos. Secretariado Trinitario (Salamanca 1980) 527 p.
· LAMBIASI Francesco. El Jesús de la historia. Sal Terrae (Santander 1985) 156 p.
· MÜLLER Ludwig G. Dogmática. Herder. (Barcelona 1998) 921 p.
· SCHIERE Franz Joseph. Cristología. Herder (Barcelona 1983) 171 p.
· SOBRINO Jon. Jesús en América Latina. Su significado para la cristología. Sal Terrae (Santander 19822) 261 p.
· Biblia de América. La casa de la Biblia (Madrid 1991).
· Catecismo de la Iglesia Católica.

[1] LAMBIASI Francesco. El Jesús de la historia. Sal Terrae (Santander 1985) p. 78
[2] Ibid p. 80
[3] Ibid p. 81
[4] SCHIERE Franz Joseph. Cristología. Herder (Barcelona 1983) p. 36
[5] Ibid p. 37
[6] Ibidem
[7] Ibid p. 40
[8] Ibid p. 64
[9] Ibid p. 67
[10] Ibid p. 70
[11] LAMBIASI, p. 83
[12] ARDUSO Franco. La divinidad de Jesús. Sal Terrae (Santander 1981) p. 173
[13] Ibid p. 174-175
[14] Ibid p. 176-177
[15] Ibid p. 178
[16] KELLY J.N.D Primitivos credos cristianos. Secretariado Trinitario (Salamanca 1980) p. 16-17 (probablemente este credo date del s. VIII).
[17] Ibid p. 19
[18] Ibid p. 20
[19] Ibidem
[20] Ibid p. 26
[21] MÜLLER Ludwig G. Dogmática. Herder. (Barcelona 1998) p. 326
[22] SCHIERSE, p 142
[23] MÜLLER, p. 326
[24] Ibidem
[25] Ibidem
[26] SCHIERSE, p. 138
[27] MÜLLER, p. 327
[28] GONZÁLEZ Carlos Ignacio. El desarrollo dogmático en los concilios cristológicos. CELAM (México 1993) pp. 34-35
[29] MÜLLER, p. 327
[30] GONZÁLEZ , p. 40
[31] Ibid p. 41
[32] SCHIERSE, p. 145
[33] Ibid, p. 139
[34] GONZÁLEZ, p. 30-31
[35] MÜLLER, p. 330
[36] Ibidem
[37] GONZÁLEZ, p. 37
[38] Ibid, p. 42
[39] Ibid, p. 45
[40] Ibid, p. 47
[41] MULLER, p. 331
[42] Ibidem
[43] SCHIERSE, p. 146
[44] KELLY, p. 249
[45] Ibid, p. 254-255
[46] Ibid, p. 293
[47] Ibid, p. 285
[48] Ibid, p. 278
[49] Ibid, p. 285
[50] GALILEA Segundo. Religiosidad popular y pastoral. Cristiandad (Madrid 1979) p. 255
[51] Ibidem.
[52] Ibid, p. 256.
[53] Ibid, p. 262.
[54] Ibid, p. 266.
[55] Ibidem.
[56] SOBRINO Jon. Jesús en América Latina. Su significado para la cristología. Sal Terrae (Santander 19822) p. 53
[57] Ibid, p. 54.
[58] Ibid, p. 55

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