lunes, 20 de octubre de 2008

La Casa Hogar de la Paz


“Sólo necesitamos un corazón para amar y dos manos para trabajar”

El hogar de los desamparados

Es la Casa Hogar de la Paz, ubicada en popular distrito de La Victoria de Lima, su sector es conocido como La Parada. Su fachada no tiene nada de especial, ni se distingue entre los demás edificios alternos con los cuales guarda en común lo despintado y grafiteado de sus paredes. Cualquiera que pase por en frente de esta casa se va de largo ya que, el panorama es gris y hostil. Vagabundos, ladrones, niños de la calle (pirañas), drogadictos, parias de la sociedad se ven a diestra y siniestra. Sus miradas se sienten incisivas desde cualquier ángulo, como queriendo dar a entender del peligro que corre cualquiera que no sea de por ahí. A ambos lados de cualquier calle hay vendedores ambulantes de un sin fin de artículos de dudosa procedencia. Las calles contienen un penetrante olor a orines y se puede ver basura por todos lados. Los jóvenes que nos acompañaban sentían mucho temor, igual que yo, pues nunca habían andado por estos rumbos tan olvidados. No obstante, esta casa hogar a la que quiero hacer referencia guarda una peculiaridad que la distingue dentro de tanta hostilidad. En efecto, es una casa que alberga a muchos ancianos y a niños enfermos, minusválidos y abandonados de la sociedad que reciben la cálida asistencia nada más ni nada menos que por las Hermanas Misioneras de la Caridad, fundadas por la bienaventurada Madre Teresa de Calcuta.

El despojo de la sociedad

La iniciativa por visitar esta casa fue de los mismos jóvenes que, curiosos e inquietos, tenían la finalidad de donar algunas bolsas de ropa, a la vez que querían conocer de cerca el desempeño que las Hermanas realizan en este albergue. Al entrar a la casa se puede ver un jardín al centro del claustro en cuyos pasillos laterales deambulan los ancianos internos, algunos aguardando su turno para su atención médica, otros buscando el saludo de los visitantes, otros sentados en sus sillas de ruedas tienen su vista perdida en cualquier parte. Una Hermana vestida con su clásico sayal blanco con franjas azules nos da la bienvenida, nos agradece la donación de ropa a la vez que nos invita a pasar donde está la capilla y las habitaciones de los niños internos en la planta alta. Después de hacer una oración en la capilla que es amplia y austera pasamos a atender a los niños. La mayoría no tiene la capacidad de raciocinio, no hablan ni controlan sus movimientos corporales, algunos tienen síndrome de Down. Solamente emiten gritos, risas desorbitadas y destilan mucha saliva. La mayoría está en silla de ruedas. Tanto ellos como los ancianos fueron abandonados inescrupulosamente a su suerte por sus familiares, pero rescatados por las hermanas cuya misión es servir a los más pobres de entre los pobres, aquellos a quienes la sociedad moderna margina y considera un despojo.

Compartiendo afecto

Nuestra labor con los niños consistió en tratar de hacerles un momento ameno, tratándolos como personas que son, jugamos con ellos, participamos de sus travesuras, pero sobretodo, compartimos un poco de afecto, que es lo que más importa, que sientan el calor humano de alguien que les considere como personas. Les dimos la comida en su propia boca con mucha paciencia, de la cual también tuvimos que echar mano cuando les cambiamos de pañal y de ropa al momento de asearlos para que pudieran descansar. Sucede que estos niños son muy inquietos y no se dejan atender tan fácilmente. Desde la planta alta podía observar a los ancianitos en sus sillas de ruedas abajo en el jardín a quienes se les provee de una pieza de pan y un vaso de leche para su cena. No falta algún voluntario que con ellos conversa o los pasea por los pasillos. Por la ventana que da a la calle vi a unos "pirañas" corriendo locamente debido a un robo que acababan de cometer. Esto ha de ser cosa de todos los días, pensé yo, mientras le cambiaba de ropita a un niño en cuyo cuerpo eran evidentes las cicatrices de serias quemaduras.

A uno de los jóvenes que nos acompañaban le pregunté que si cómo se sentía, a lo cual contestó que se sentía muy asombrado, que jamás imaginó encontrar algo así, apenas si encontraba palabras para expresarse en tanto que limpiaba el piso con una franela. Para los demás jóvenes la experiencia es nueva, no podían ocultar su asombro. Algunas chicas no sabían cambiar pañales, ésta fue su primera experiencia.

Personas voluntarias

Me llamó la atención el hecho de que varias personas, hombres y mujeres cooperan con las Hermanas como voluntarios, ayudan en la cocina, en dar de comer a los internos, en asearlos, en compartir su tiempo con ellos. Una joven de nombre Janeth me dijo que ella lleva cerca de tres meses como voluntaria. Ella es catequista. Cuenta que los jóvenes de su parroquia una vez acordaron visitar la casa hogar, pero tan solo se animaron dos, ella era una, la otra después desistió. Tan sólo ella quedó sensibilizada ante la situación de los internos, en especial de los niños a quienes atiende como si fueran sus hermanitos. Ella tan splo ayuda los sábados, ya que trabaja, y el tiempo apenas le ajusta. Sin duda que es de admirar su caridad como la de tanta gente que generosamente coopera en la asistencia de esta casa.

Generosidad vs mezquindad

Sí, aquí en la Casa Hogar de la Paz, en lo escondido y oculto de este barrio que es famoso por su inseguridad, se prodiga una mayor muestra de amor al prójimo más desamparado. Es como un oasis dentro de un desierto poblado de aullidos. Aquí se vive el amor concreto y real ante la palabrería de quienes dicen luchar por la verdad y la justicia, mientras que son incapaces de ver a su lado a personas con rostro y nombre que sufren la peor de las humillaciones: la indiferencia. En este lugar se puede palpar el amor generoso, desinteresado y puro, opuesta al amor mezquino de una sociedad consumista y vanidosa, que sólo valora a las personas en la medida de su utilidad práctica.

“El mayor pecado: la indiferencia”

De una de las paredes cuelga una frase de la Madre Teresa de Calcuta: “El mayor pecado: la indiferencia”. En torno a esta frase se puede decir mucho, sacar conjeturas, deducir consecuencias etc., pero creo que la Madre Teresa no formuló esta frase para seguir multiplicando las palabras sino para sensibilizarnos y ponernos a actuar pero ya a favor de nuestros hermanos más pobres. ¿Y qué se necesita?, como respuesta las hermanas tienen otra frase que cuelga de otra pared: “Sólo necesitamos un corazón para amar y dos manos para trabajar”.

4 comentarios:

Clarisa Reyna Velarde dijo...

porfa podrías pasarme la dirección =)fui hace años por mi apostolado y quiero volver a ir pero no tengo la dirección exacta

Anónimo dijo...

Excelente testimonio. Es verdad frente a un mundo individualista, mirar al hermano que sufre nos devuelve la verdadera humanidad y nos acerca a Dios. Ojalá tenga fuerzas para llevar a mis hijos y alumnos por allí.

Cysv Consultores dijo...

que hermoso es ayudar a nuestro prójimo, si tan solo damos un poco de nuestro tiempo en ayudar, este mundo sería diferente, hoy sábado 11 de julio los voy a visitar, deseo hacer algo por ellos, se que ellos me necesitan.....

vaninadhhaarstad dijo...

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